Si no fuera tan grave, movería a risa, quizás también en más de alguno un dejo de tristeza por lo que está ocurriendo al interior de la Iglesia Católica chilena.
El Cardenal Ricardo Ezzati, como máxima autoridad eclesiástica, nombrado por Su Eminencia, decide acusar ante la Congregación para la Doctrina de la Fe, a tres distinguidos sacerdotes de su ministerio.
Sin duda su decisión estará dentro de sus facultades, esta y otras muchas más. El drama es que una vez aparecida la magra noticia, causando un profundo malestar y dolor en el país, el Arzobispo de Santiago niega rotundamente el contenido de la ominosa misiva.
Es más, para sacarse el bulto de encima la responsabilidad de tal oprobio, cae en el Nuncio Apostólico Ivo Scapolo, otro personaje también designado, quien habría ordenado enviar al Vaticano todos los antecedentes de las declaraciones hechas por los sacerdotes cuestionados.
En Chile, a esas conductas infantiles se les dice “Acusete cara de cuete” cuando son sorprendidos levantando falsas calumnias ante el resto de la comunidad, sin necesidad alguna, salvo que el miedo o la inseguridad personal lo hagan cometer tamaño descriterio para protegerse de su falta de liderazgo.
Santo Padre, hermano argentino, no crea que me es fácil escribir esta nota, lo hago al menos para dejar en claro y constancia que la inmensa mayoría de los católicos, me incluyo como un humilde servidor, rechazamos desde lo más profundo de nuestro ser la maniática y constante persecución que se hace en contra de los curas, consecuentes y fieles al Evangelio de Cristo.
Francisco, sucesor de Pedro, insisto, creyentes o no, la población total se ha remecido frente al agravio cometido innecesariamente. Lo que nos parece increíble y hasta odioso, es que el todopoderoso Presidente de la Conferencia Episcopal, Monseñor Ezzati ocasione un cisma al interior de la Iglesia, de tan insospechada magnitud, que hoy ha dividido a los católicos irreparablemente.
Cierto es que le tocó asumir como Pastor de la Iglesia de Roma tras la sorpresiva renuncia de su antecesor, Benedicto XVI, cansado y hastiado de tantas confabulaciones en su contra.Indiscutible es también que en su breve Pontificado ha devuelto la Fe a muchos que la habían perdido y por justificadas razones.
Lo malo es que algunos Cardenales y Obispos no están dando el ancho en sus funciones pastorales para los tiempos que vivimos, en el siglo de la Esperanza. Lo pésimo está en esas mismas autoridades purpuradas que reman en contra de sus reiterados llamados a ser creíbles, practicando la humildad como ejemplo vivo de compromiso real con los pobres.
Y quienes se atreven a seguir sus pasos, sus directrices, sus orientaciones, son perseguidos, acusados, acorralados, lanzados al circo romano para que las fieras del conservadurismo, se los devoren, para seguir usufructuando con la pompa y el enriquecimiento ilícito por distintas vías del poder y el poder absoluto ya sabemos que corrompe absolutamente.
De antemano estamos conscientes de que su misión papal no sería nada de fácil. En todo caso, como consuelo, mucho menos doloroso y cruel de lo que le tocó sufrir a Cristo en la Cruz, por las falsas acusaciones de los fariseos al mando de los Templos, a fin de seguir usufructuando del poder total.
Qué se les imputa a Mariano Puga, José Aldunate y Felipe Berrios, jesuitas de su misma congregación, cuál es el mal causado a la Iglesia, dónde está el perjuicio a la doctrina, en qué se basan los argumentos incriminadores que justificaran tales insensatas medidas.
Ellos son la voz de los sin voz frente a tanta injusticia.Como lo fue Alberto Hurtado, sj. acusado también por defender a los pobres. La historia vuelve a repetirse.Sin querer aprender del pasado.
Piden abrir los colegios de Iglesia, dar educación a los niños y niñas gratuitamente, apoyan la reforma educacional, denuncian la desigualdad, la discriminación, la explotación infantil, las inmorales prácticas de pedofilia en el clero, el reconocimiento al AVP, el aborto en caso de inviabilidad del feto, peligro de la vida de la madre o violación, el abuso a los trabajadores y trabajadoras, el reconocimiento a las etnias, la defensa a la vida, salud digna y trato justo a los ancianos.
La Inquisición vuelve a resurgir de las cenizas, desde donde quemaban vivos a curas y monjas que se atrevían a defender los derechos inalienables de la persona humana. Callar en este momento es ser cómplice y mi conciencia cristiana no está disponible para tal aberración.
¡Dios guarde al justo Papa!