Jesús, el judío nazareo, el rabino crítico, el irreverente, aquel que dice que es capaz de destruir el templo y reconstruirlo en tres días, aquel que discute con los fariseos con palabras duras, el que se atreve a sostener que él es el camino, la verdad y la vida, se enfrenta a los sacerdotes judíos y no sólo les lanza el insulto de tratarlos como víboras, sino que además ejerce la violencia contra los mercaderes que ocupan el templo con la anuencia y el beneficio pecuniario de los sacerdotes, gritándoles: “Han convertido la casa de mi padre en una cueva de ladrones”.
Y fue entonces que decidieron matarlo, invocando todo eso y además porque hablaba de perdonar pecados y de resucitar a los muertos.
Decidieron matarlo por decir la verdad, por estar al lado de los pobres, por discrepar de la ortodoxia y rebelarse frente al poder establecido por los sacerdotes y los escribas. No lucha contra el poder político, no le interesa, está por otro tipo de revolución, poniendo el acento en los pobres, los humildes, los sencillos.
A imitación de ese judío nazareo, siguiendo las enseñanzas de Jesús, Mariano Puga se comprometió con los pobres y los más pobres de entre los pobres y tomó como máxima de vida acercarse a los que están enfermos, son perseguidos o están presos, sin importar la razón de su situación, sino sólo por estar viviendo esa experiencia. Y como es un hombre consecuente y seguidor ejemplar de Jesús, estuvo con los perseguidos por la dictadura y con los pobres en todas las épocas. Y por eso mismo visitó siempre a los privados de la libertad, incluido Karadima, el cura millonario y abusador que estuvo apoyando a la dictadura.
Porque Mariano Puga, como Aldunate, es consecuente hasta el final de sí mismo y vive su fe sin límites ni excusas. De Mariano – con quien me ha tocado compartir apaleos de carabineros y de CNI – y de Aldunate – con quien me tocó compartir la privación de libertad – he aprendido la necesidad de ser consistente y no claudicar pese a que la comodidad, el miedo, el exitismo o las conveniencias nos aconsejen lo contrario.
Y ahora ellos ocupan el papel del judío Jesús, perseguido por la dureza de sus palabras, no para matarlos, por cierto, pero no les faltarían ganas a los sacerdotes de este templo convertido en cueva de aprovechadores, pedófilos, pederastas, mentirosos, eliminarlos para siempre. El pueblo alza su voz. Y yo me asusto, porque me acuerdo que los mismos que alabaron a Jesús al entrar a Jerusalén, una semana después le dieron vuelta la espalda y su propio capitán Pedro lo negó por miedo.
Pero Mariano Puga y Pepe Aldunate nos dan lecciones de vida. No me refiero a Berríos, porque no lo conozco en su trayectoria de vida. Sólo lo he escuchado predicar o hacer declaraciones. Es duro, es claro, parece sólido y probablemente lo sea. Él es más joven, tiene tiempo de ver que las cosas cambien.
Alguien espera que el Papa intervenga. Yo no. Habrá silencio oficial. Para que las cosas vayan pasando y como esos largos procesos inquisitoriales, el acusado muera antes de la sentencia.
¿Gritará el arzobispo como Anás y Caifás (“Caiga su sangre sobre nosotros”) o lavará sus manos como el procurador romano. Tal vez se haga el desentendido como Herodes. Pero seremos muchos los que viviremos el dolor de la injusticia con hombres que, sin ser santos, han dado testimonio de su fe.