La Iglesia, la Iglesia católica y toda iglesia, es una comunidad o un conjunto de comunidades.
Pero, ¿qué es una comunidad?
Hasta ahora he entendido que viene de la palabra “común”. Es una reunión de personas. Pero ahora le han encontrado otra etimología: viene de la partícula “co”, esto significa común y la palabra “munus” que en latín significa tarea. Es pues una reunión de individuos unificados por una tarea común.
¿Cuál de estas dos etimologías hemos de asumir en la Iglesia?
Parece que la primera ha predominado hasta ahora.Para eso están las grandes iglesias y catedrales, para contener a la comunidad que se reúnen. Dentro de ellas se multiplican los personajes y las autoridades: obispos, sacerdotes, diáconos, los tres estamentos de la Iglesia, liturgias que conmemoran todos los pasos de la vida, los siete sacramentos.
Dios se desenvuelve “en comunidad”. Pero ahora la comunidad se centra en la tarea que los reúne. Es una tarea que los dispersa pero que a la vez los reúne. Los reúne porque viene de arriba.
En la historia de la Iglesia las comunidades se hicieron al comienzo como baluartes, imponían su ley sobre un pueblo ordenado. Posteriormente los baluartes se convirtieron en grupos defensivos contra la invasión de la modernidad secular. Pero ahora el Concilio Vaticano II manda deshacer baluartes y murallas e ir a dialogar con todo el mundo porque las tareas del mundo son nuestras tareas, nada humano nos debe ser ajeno.
Porque nuestra tarea común en el mundo nos obliga al discernimiento también comunitario, deberemos reunirnos periódicamente para examinar juntos los signos de los tiempos y para escuchar también juntos al Espíritu que nos habla.
Debemos anunciar el reino de Dios a este mundo. La tarea común que nos hace comunidad la recibiremos ante todo del Espíritu. Con él hacemos comunidad.
Pero después de recoger la voz del Espíritu tenemos que volcarnos hacia nuestra tarea, nuestro “munus” que está en el mundo, en sus tremendos desafíos que son los signos de nuestro tiempo.