Estamos convencidos que nadie, independiente de sus creencias, ha quedado indiferente ante la designación del Papa Francisco.
Por primera vez en la historia del Papado un sacerdote latinoamericano, argentino y Jesuita, asume el timón de Pedro.
Al momento de escuchar el “Habemus Papam” y de aparecer en el balcón del Vaticano, para dirigirse al pueblo creyente, que lo esperaba en la Plaza San Pedro y dar su primera bendición al mundo, fuimos conmovidos por su expresión y actitud, como también por su sencilla vestimenta, dejando de manifiesto el estilo que desea imprimir a su Pontificado.
A partir de ese día, se ha generado una atracción irresistible tanto hacia sus mensajes, como a su persona. Es importante señalar que esta novedad y atractivo del Papa no se debe simplemente a su discurso, carisma, empatía y capacidad de comunicación,muy latina por cierto, sino más bien –a mi entender- a un ansiado y profundo anhelo de una Iglesia distinta, cercana, sencilla, “pobre y para los pobres”, según fueron sus propias palabras, caracterizada además por el diálogo directo y cercano.
Consecuente con lo que se ha dicho y en sintonía con la Semana Santa, Francisco sorprende cuando anuncia que el día Jueves Santo, en lugar de celebrar la “Misa en la Cena del Señor” con el tradicional lavado de pies, en la basílica San Juan de Letrán, lo hará al interior de un Centro de privación de libertad juvenil.
Quizás ni siquiera esa actividad sea lo que más impacta, si no el cambio de lo tradicional, por estar con los jóvenes en una cárcel, en un lugar de tanta simpleza, dolor y desamparo. Lejos del boato y de la pompa, buscó la soledad contemplativa de un Cristo solo, lacerante y maltratado.
Se ha cifrado en su persona una fuerte esperanza. Sin embargo la humildad que nos revela, no nos hace detenernos en él , al contario nos abre a dimensiones trascendentales , al Evangelio, a Jesucristo y nos adentra en la belleza de Dios.