34 años se cumplieron el pasado 22 de enero del fallecimiento del ex Presidente de Chile, Eduardo Frei Montalva. Hablar de él es hablar de un líder extraordinario, que marcó buena parte de la vida política del siglo XX.
Fue un hombre cuyas ideas, sueños y realizaciones le cambiaron el rumbo a este país. El cambio social desde los valores del humanismo cristiano fue su objetivo y la democracia su instrumento. Lo hizo sin pretender jamás el culto a su personalidad y mucho menos recurriendo al mezquino cálculo político. Lo suyo fueron las ideas, sustentadas en sólidos e intransables principios éticos y morales.
Su gobierno no fue más que la maduración de su proyecto. Un largo proceso iniciado en los años 30 que conoció de fracasos y de derrotas, de momentos de soledad, críticas, duras pruebas y sacrificios. Pero pudo más la fuerte convicción de que Chile requería una profunda transformación política, económica y social para convertirse al fin en un país más justo y más humano, y en la Patria para todos y de todos.
Entró a La Moneda como Presidente de Chile en su segundo intento. Esa vez, en 1964, por primera vez se presentó a la ciudadanía un programa de alcance nacional, con un líder respetado y querido por el pueblo, y secundado por personalidades capacitadas para emprender grandes desafíos que antes eran un sueño para millones de chilenos, luego una esperanza y finalmente se convirtieron en una realidad.
Tal vez el país no ha conocido un gobierno con tan enormes realizaciones como lo fue la Revolución en Libertad: reforma agraria, sindicalización campesina, reforma educacional, promoción popular, chilenización del cobre y una vasta modernización de nuestras estructuras económicas y sociales, son parte de las obras emprendidas, la mayoría de las cuales fueron aprobadas en el Congreso Nacional tras largos años de arduo debate.
Dado el actual momento que vive Chile, especialmente del desprestigio que afecta a las instituciones democráticas, cada día me convenzo más que aún tenemos mucho que aprender de Frei.
Él fue un político que sabía escuchar a las personas. Entendía el servicio público exactamente como eso, como un servicio a los demás y al país que se debía prestar con desprendimiento, seriedad y rigurosidad. Jamás buscó someter, sino convencer. Y si era necesario defender sus ideas lo hacía con fuerza y pasión, pero jamás con descalificaciones y agravios. Supo acoger e interpretar a una amplia mayoría social, pero también supo mirar y escuchar, y si era necesario, rectificar.
Además, Frei tenía muy claro que su proyecto político no tenía ninguna viabilidad si detrás de el no había una organización política fuerte y plenamente consciente de la responsabilidad que asumía ante el país. Precisamente uno de los dolores más grandes de su carrera política fue constatar que su propio partido, que él mismo contribuyó a fundar y engrandecer, no haya sido capaz de mantener la unidad durante su gobierno.
Esa es una gran lección para los tiempos actuales. Lo digo con toda claridad: los partidos y movimientos sociales de la Nueva Mayoría deben respaldar con unidad, generosidad y lealtad al gobierno de la Presidenta Bachelet.
Nada, ni las legítimas aspiraciones de los partidos, ni los legítimos perfilamientos para eventuales candidaturas futuras, son más grandes e importantes que el compromiso adquirido con el país.
Terminemos con este clima de crispación y derrotemos el pesimismo, las desconfianzas y las conductas autodestructivas. Eso es lo que espera Chile de nosotros y eso es lo que debemos tener claro para entender la magnitud de la responsabilidad que hoy tenemos ante el país y la que debemos tener en el futuro.
Una vez más reitero, en nombre de mi familia y de mis hermanos, nuestra exigencia de que los culpables del asesinato del Presidente Frei reciban el castigo que merecen de acuerdo al imperio de la ley.
La verdad está debidamente acreditada. Hace 13 años los tribunales nombraron un ministro en visita para investigar los hechos que rodearon su muerte y hace seis años el caso fue caratulado como “homicidio”. Hay seis personas procesadas, tres en calidad de autores, dos como encubridores y uno como cómplice.
¿Qué estamos esperando para dictar sentencia? Es un imperativo moral hacerlo, pues se trata del único caso en que un ex Presidente de nuestro país es asesinado por motivaciones políticas y a manos de agentes del Estado.
Un hecho de esta gravedad no puede quedar en la impunidad, así como no puede quedar impune ningún caso de violaciones a los derechos humanos. Los países solo sanan sus heridas en base a la verdad y eso no lo vamos a transar.