“Y si mañana es como ayer otra vez lo que fue hermoso será horrible después”.(Charly García “Cerca de la Revolución”)
La historia no es una trampa, no es una condena. No es una rutinaria e ineludible secuencia temporal que, cual callejón sin salida, se nos muestre en impenetrables paredes. La historia, como el tiempo, tiene sus ritmos: se contrae, se libera, zigzaguea y muestra sus pulsos específicos en determinados momentos de la humanidad.
El pulso de la historia, su ritmo, es lo que puede favorecer un conocimiento más profundo de aquello que nos rodea como sujetos históricos en interacción con otros, como comunidad. Leer estos pulsos y entender sus ritmos nos da luces de aquello que pasó, que está pasando y lo que puede pasar.
En otras palabras, el episodio, la coyuntura o la situación histórica particular, por si sola nos puede decir bien poco de lo que hay en su interior. Sin embargo, situando el hecho en diálogo con otros similares ya pasados (hace poco, muchos años o siglos), rastrear las ondas del pulso que mantiene y que muestran los acontecimientos, nos permitiría una comprensión un poco más completa de los hechos, nos permitiría además, poder conocer cómo decantaron hechos similares en otros o en el mismo lugar que se están sucediendo.
En definitiva, poder dimensionar los tiempos y sus ritmos, la historia y sus pulsos, nos puede favorecer en sacar lecciones útiles a la hora de que el tiempo histórico parezca (solo en apariencia) mostrarnos acontecimientos ya vividos.
Lo anterior resulta interesante para analizar la situación histórica por la que atravesamos como comunidad chilena. El pulso de nuestros acontecimientos está marcando de manera latente un nuevo escenario, que comparte protagonismo con los restos de un escenario que se apaga (por lo tanto la fricción entre los restos del saliente y la energía del entrante nos tiene movidos), escenario cuyo ritmo, si atendemos con cuidado, podemos situar de manera acotada en el marco temporal de un par de décadas. La indignación ciudadana frente al espectáculo triste y patético de quienes ostentan cargos políticos, es la emergencia que desde hace algún tiempo venimos observando.
Esta indignación responde claramente a la crisis de un modelo económico específico que porfiadamente ha sido rescatado una y otra vez por las grandes potencias. Un modelo que, para el caso chileno, es defendido por los mismos que hoy aparecen altamente cuestionados al demostrarse que son una mera extensión de aquellos empresarios que se vieron favorecidos con las políticas económicas y represivas de la dictadura militar. Políticos sobre todo de la derecha pinochetista que aparecen hoy legislando normas a medida para el gran empresariado que los financia. Negocio redondo.
Este pulso histórico que viene latiendo desde hace unas décadas, nos muestra sus conexiones y sus zigzagueos. La crisis del orden neoliberal occidental que amenazó con la quiebra de varias de las economías más desarrolladas en el año 2007, pareciera ser al menos en el corto plazo, la puerta de entrada a la situación histórica en la que estamos.
La crisis, como señala Seumas Milne, empujó la elección de Obama en EE.UU., en Gran Bretaña la crisis posibilitó al gobierno de Brown girar en dirección (aunque tibia) de un modelo de políticas socialdemócratas. El año 2009 en las calles de Seattle las protestas se hicieron masivas contra el orden neoliberal encarnado en la Organización Mundial de Comercio.
En este contexto, además, es que comienzan a sucederse un sinnúmero de casos de corrupción que venían a ser el corolario de las crisis del orden neoliberal del siglo XXI. Las protestas sociales conocidas como “La Primavera Árabe” que entre 2010 y 2013 alzaron la voz pidiendo mayores derechos y más democratización solo venían a confirmar una ola rítmica de la historia que parece estar del lado de los oprimidos.
Por lo tanto, el pulso de los acontecimientos que en nuestro país se están desarrollando, forma parte de este zigzagueo sísmico de la historia. No son casos aislados del devenir político global, sino que forman parte de una crisis mayor, planetaria, que tiene que ver con el orden económico excluyente que a punta de golpes de Estado y desapariciones (al menos en lo que se refiere al Cono Sur de América Latina), se nos implantó adormeciendo la digna resistencia que pudo ofrecerse.
En este sentido, el ciclo que se abre en nuestro país, es el ciclo correspondiente al fin de la pos dictadura. Esa transición engañosa que se quiso superar en base a pactos políticos, ignoró por completo el tiempo de la historia que ahora viene a reclamar su sitial, mostrando que los cambios sociales no siempre van de la mano con los pactos políticos entre la nobleza.
El pensamiento cortoplacista de “nuestros” líderes políticos, debe tomar en cuenta los tiempos de la historia que son a su vez los tiempos de las sociedades. No pueden gobernar con una mirada episódica y localista, sino que deben situar los cambios y las políticas públicas en mirada de mediano y largo plazo, entendiendo que estamos insertos en los ritmos históricos globales y de ellos se debieran sacar lecciones. En otras palabras, debieran pensar históricamente.
Los que han entendido el giro del negocio, ya fundaron “nuevos” partidos o movimientos. Por ejemplo (citando algunos), por la derecha está Evopoli, Fuerza Pública (ciudadanos) y Chile Vamos, por el centro Revolución Democrática y el PRO de ME-O, todos intentando desmarcarse de una forma de hacer política que está desacreditada y añeja, como el sistema que la engendró.
Sin embargo, ninguno de estos nuevos actores políticos resultan una amenaza para el orden impuesto en dictadura, ninguno de estos movimientos (y los otros para qué decir) plantean la cuestión de fondo que resulta evidente: el ritmo histórico como un enjambre sísmico se multiplica y conecta con nuestro territorio, en un todo holístico que fragmentado o no, presiona ante una tozuda nobleza que se aferra al modelo económico imperante, pero que no podrá sostener por mucho tiempo este estado de las cosas.
La auto-convocada funa, a los supermercados coludidos, son una expresión (eficaz o no) del cansancio ciudadano frente a la seguidilla de saqueos por parte de una elite minúscula pero enriquecida.
El historiador francés Fernand Braudel, situaba el tiempo de larga duración en el tiempo de las estructuras, como por ejemplo los cambios en la geografía, cambios en apariencia imperceptibles y que tardan hasta siglos.
Chile, país sísmico, en los últimos años ha sido testigo de movimientos telúricos de una envergadura pocas veces vista en nuestro territorio y en el mundo. Estos sismos como verdaderos latidos de un tiempo profundo, no solo parecen haber resquebrajado la corteza terrestre, sino que las demás estructuras de nuestra sociedad, en cuyas grietas dejadas por los terremotos y por las desigualdades de un modelo económico somnoliento (parido entre desapariciones y torturas) parecieran colarse las bases necesarias de un cambio histórico.