Los últimos meses han sido duros y tristes, simultáneamente, para la política con mayúscula y los partidos políticos. Si bien es cierto ésta turbulencia se aplica a todos los miembros de la Nueva Mayoría y también de la oposición, no cabe duda que la Democracia Cristiana ha sentido el ataque más personalizado incluso de los partidos oficialistas.
Hemos resentido también un conflicto interno desarrollado recientemente en el que se mezclan intereses por la conducción del Partido y por las pretensiones presidenciales a tres años de la elección de la primera magistratura. Se mezclan también rencillas personales y fórmulas a discutir para mantener el poder y lograr así también los cambios que Chile necesita.
Quienes somos demócratas cristianos desde hace mucho, tenemos la obligación de conducir políticamente a los jóvenes y orientar a la sociedad chilena en el recto camino de la política, de la transformación de Chile, del privilegio por los que más lo necesitan y bajo la vieja fórmula de la razón y justificación del nacimiento de la Falange Nacional y de la Democracia Cristiana, en el marco ético de la política.
Lo primero que debo señalar es la definición de nuestro partido para que no se apliquen fórmulas que no corresponden a lo que nuestros Consejos, Juntas Nacionales y Congresos, han fijado.
Somos un Partido de vocación comunitaria.
Somos un Partido de vanguardia económico social.
Somos un Partido cuya fuerza nace de sus programas teóricos y del comportamiento de cada uno de sus militantes.
Somos el Partido de la reforma agraria y de la construcción social de las ciudades y campos.
Somos el Partido de la fraternidad y de la solidaridad a través del recto uso de la verdad.
En este ámbito ¿qué es lo que no somos? No somos el balón de oxígeno del capitalismo.No somos los que dudamos entre libertad y dictadura.
Son en los dichos de San Agustín, los que al dudar frente a una ley o una decisión importante y dónde exista la duda elegimos entre el apoyo al pobre sobre el rico y al débil frente al poderoso.
Creemos en un orden comunitario. Creemos en la propiedad privada esencialmente comunitaria y su respeto está sujeto al cumplimiento de las normas éticas comerciales y financieras.
No somos los que estaremos buscando su amparo en las grandes fuerzas económicas y creemos que las sanciones para quienes no cumplen esa ética conocida en el último tiempo, deben recibir sanción pecuniaria y de cárcel.
En lo político hemos asumido el poder junto a la coalición de la Nueva Mayoría y su continuidad no está en duda en nuestro Partido porque así lo han declarado las instancias partidarias y nadie tiene autoridad para expresar un punto de vista contrario insinuando o señalando abiertamente que está en duda nuestra permanencia en ella, o que hemos resuelto unilateralmente la pérdida de su vigencia. Este fue un debate largamente llevado en los últimos meses y siempre las instancias oficiales han ratificado esta posición.
Es un abuso a nuestra fraternidad el seguir insistiendo en lo contrario ya sea en forma explícita o en insinuaciones periodísticas de la derecha, que ve con alegría y satisfacción la ruptura de la Nueva Mayoría.
Una reflexión personal en este último punto.
Nadie en el Partido puede generar controversias sobre temas que no se han tratado posiciones o avances de la Democracia Cristiana o jugarse su destino en una especie de rifa o de desafíos personales o de contiendas caballerescas del siglo antepasado.
El Partido Demócrata Cristiano son sus militantes y adherentes que confían el poder a sus dirigentes en luchas internas democráticas y controladas y el respeto por esta institucionalidad no pueden jugárselas 2, 3 o 5 personas a esta suerte de enfrentamientos, porque nadie es dueño del Partido y sus decisiones o son institucionales o no son y como diría Tomic “nadie es más grande en el Partido que el Partido mismo”.
Tres cosas destruyen el alma de un Partido, la soberbia, el mal uso del poder y la concepción del poder como patrimonio personal. En la doctrina del pensamiento humanista cristiano la autoridad no es solo mando si no fundamentalmente orientación y respeto por la mayoría que la lleva al poder, en la vieja concepción griega de “autoridad”, enseñar.
Chile está pasando un momento difícil pero tengo la fe del carbonero en su recuperación anímica, social, económica y espiritual. Para ello necesita partidos sólidos, claros y unidos dentro del concepto de la disciplina por adhesión.
Requerimos que la ciudadanía comprenda la política como un aporte al desarrollo del país caracterizada como ideas claras fruto de una discusión interna abierta, serena y profunda.
Requerimos que el país comprenda que la política es también el testimonio personal para hacer posible el testimonio colectivo con lo cual se puede avanzar en el cambio que las instituciones requieren. Finalmente requerimos que a esta dirigencia partidaria se le reconozca autoridad moral por que se tienen las manos limpias.
La historia de nuestro Partido está llena de testimonios heroicos, lúcidos y de sacrificio por el país. Chile es uno de los países que más prontamente aceptaron el humanismo cristiano. El humanismo cristiano ha demostrado su capacidad creadora cuando han fracasado las versiones marxistas y las versiones capitalistas de los últimos cincuenta años.
Todo esto, cuando ha fracasado en cualquier país, ha sido por que nos hemos desviado del voto fundacional y nos hemos desculturizado en la expresión de Ortega y hemos terminado siendo poco claros o comprometidos con lo que es absolutamente contrario a lo que la esperanza del pueblo puso en nosotros.
La experiencia de los últimos años en los casos de colusión de los más poderosos demuestra que no hay libertad sin verdad y que no hay libertad sin sanción a quienes abusan de su poder.
Por eso nos afligen los errores que a veces cometimos pero nos da esperanza la hermosura de nuestro pensamiento, la fuerza de nuestros militantes y el concepto privilegiado del trabajo frente al dinero.
Sólo así seremos respetuosos del patrimonio espiritual de nuestros fundadores.