En días recientes, a propósito de los Pactos electorales se generó un debate nada de fraterno, sino que indebidamente agrio y áspero, dentro de los Partidos y corrientes de opinión, que hoy configuran la Nueva Mayoría, base de sustentación política del gobierno, encabezado por la Presidenta Bachelet.
Atravesar esta etapa del periodo presidencial, con un quiebre del bloque político formado para apoyar este cuatrienio gubernativo, sería actuar con un apresuramiento que generaría un escenario de negativos efectos para las fuerzas que asumieron el compromiso de trabajar conjuntamente en la tarea de conducir el Estado, desde el gobierno, en nuestro país. En nada se avanzaría en la superación de la crisis de legitimidad que afecta a la política.
Ante la desunión, la ciudadanía no podría aceptar que por las diferencias para conformar las nóminas de las candidaturas a los municipios, se deje de lado una acción de gobierno que lleva adelante reformas estructurales, que se han explicado como centrales para lograr un país mejor y una comunidad nacional inclusiva y solidaria; significaría que lo que se dijo y expuso no era tan sincero o no era tan esencial. Es evidente que la legitimidad política se vería aún más dañada.Entonces, hay que mirar por encima del día a día y reafirmar que la unidad es lo fundamental.
En el PS he propuesto e insistido en la idea que se presente una lista única del bloque de gobierno en las postulaciones a los Consejos municipales, la fortaleza de esta opción es que logra la participación de todos sin que las fuerzas se dividan en diferentes pactos, que siembran roces y desunión. Por eso, la alternativa de más de un pacto, hasta el presente, sólo consigue agriar o enturbiar el escenario, pues obliga a establecer agrupamientos que subdividen y polarizan, en lugar de fortalecer a la Nueva Mayoría.
Me permito advertir, solemnemente, que así comenzó, el año 2008, con estos roces y divisiones, la ruta que concluyó con la derrota presidencial del 2009 y el triunfo de Piñera.
Lo extraño es que se rechaza la idea de la lista única, con el argumento que no hay “cupos” para todas las candidaturas. Ante ello, para evitar el descontento hay que dividirse, sin que a nadie le guste y sin que tampoco haya quien lo postule como deseable, sino como el imperio de lo inevitable. Es claro que esta opción tiene como sustento satisfacer las presiones internas que se produce en cada formación partidaria.
Pareciera que eso es lo que se va a imponer finalmente, pero es una lógica paradojal, en el fondo, no tiene coherencia. Es el vértigo de peleas sin sentido, o porque las directivas no quieren o no pueden hacerse cargo de los reclamos de quienes quedarían sin cupo. Hacer las cosas para que quienes piden cupos lo tengan, me parece que es la renuncia a la responsabilidad de conducir.
Ante esta muestra del debilitamiento del rol conductor de los Partidos, me permito insistir en aquello que planteé en el seno del PS, que lo que debiese guiar esta decisión es el bien común de todas las fuerzas y no la rendición a un mal entendido “basismo”; o sea, una traducción errada del respeto a las bases de cada conglomerado, la creencia que todo lo que se comenta o circula es valedero, sin reparar si es bueno o malo, y si expresa o no una mayoría capaz de enfrentar los retos de cada etapa de la lucha política.
Tengo la convicción que lo que las bases están pidiendo es algo muy diferente al culto de la improvisación y la espontaneidad; la clave es muy diversa y requiere que sus organizaciones políticas se sitúen a la altura de las exigencias y decidan con convicción, mirando el futuro, aquel que aconseja velar por la unidad y la proyección de la Nueva Mayoría.
Si no hay argumentos para rebatir que una lista única a concejales es lo más conveniente, aunque tenga desventajas, es lo que debiera hacerse, ahora.