Escucho críticas altisonantes, enfurecidas, de diputados de la UDI y algunos de RN: que el proceso de generación de una nueva Constitución es ideológico y que como no se dicen qué contiene, ellos votarán en contra del presupuesto en el Congreso. ¿Inconsistencia intelectual? Por decir lo menos.
En efecto, si no se conocen los contenidos mal puede acusarse de ideologismo. Y si se dice que se quiere iniciar un proceso, ¿por qué querer anticipar contenidos?
Chile nunca ha tenido una Constitución verdaderamente mayoritaria. Después de las imposiciones militares u oligárquicas del siglo XIX, en el siglo XX ha habido dos intentos fundacionales, ambos militaristas y oligárquicos, refrendados por plebiscitos claramente fraudulentos. Por supuesto en ninguna de estas constituciones es todo malo, salvo el proceso de generación. Hay aspectos positivos y otros inadecuados.
Hoy, por primera vez se dan ciertas condiciones para generar una Constitución Política con respaldo democrático desde su discusión y hasta su aprobación y puesta en marcha. Entre otras, que un 70% de los chilenos considera que es conveniente o necesaria una nueva carta fundamental.
Si el gobierno de Bachelet hubiese dicho los contenidos que quiere para la nueva Constitución, ¿para qué preguntar al pueblo? El énfasis que se ha puesto es en el amplio proceso de discusión, buscando qué es lo que quieren las personas. No se trata de escuchar sólo a los ilustrados, a los profesores universitarios (ya sesgados) o a los partidos. Tampoco se quiere preguntar sólo a los grupos de interés o a los que están organizados como minorías con opinión.
Se trata de generar entusiasmo en la idea de que todos, desde sus pensamientos, desde sus intereses, desde sus carencias, desde sus conocimientos y desde sus ignorancias, desde sus miedos y desde sus deseos, sean capaces de decir qué es lo que quieren y qué es lo que no quieren de una nueva carta política.
Por eso el proceso es importante, pues todos podremos ser oídos por todos. Cada uno en su territorio podrá ir aportando ideas. Para eso es la educación cívica, precisar qué es una Constitución, qué puede contener, qué no debe contener. Sabiendo eso, se irán expresando las propuestas en un proceso creciente que permitirá decantar lo fundamental.
Todos tenemos derecho a proponer y sugerir cuestiones de fondo. Nadie, por otra parte, puede pretender que todas sus ideas sean consensuadas o que tengan apoyo mayoritario.Tampoco se puede pensar en una Constitución Política que guste a todos. No, de lo que se trata es que surja una carta fundamental que reúna un apoyo verdaderamente mayoritario de la sociedad. La democracia ejercida con conocimiento y participación asegurará que el texto tenga un respaldo que le dé cierta estabilidad, sin pretender que sea un texto para siempre.
Por cierto que las ideologías saldrán al tapete. Lo malo no son las ideologías, sino que el intento de imponerlas mediante malas artes. La búsqueda debe ser la mayor concordia de ideas, el más amplio encuentro ciudadano, la mejor discusión de puntos de vista.
Por eso se requiere respeto, difusión, amplitud de miras y mucha gente trabajando en el esfuerzo, pese a todos los problemas que un proceso así puede traer.
Es urgente iniciar el proceso constitucional democrático. Pero es importante hacerlo bien y generar un compromiso claramente mayoritario.
La derecha tiene una gran posibilidad: dejar de cerrar caminos y ponerse a trabajar por una mejor forma de vivir entre todos los habitantes del país, donde las decisiones se tomen con respeto y valoración de las personas.
Recuerdo la frase de un viejo dirigente, que se convirtió en eslogan para los demócrata cristianos en la época de la dictadura: “Queremos una patria para todos, incluso para los que no quieren una patria para todos”.