No parece que en la designación del Fiscal Nacional lo que estaba en juego era sólo el nombre de una persona. Lo que parecía ponerse a prueba era, nuevamente, el vapuleado prestigio del Senado, y, con ello el de la política. El desenlace que ha significado la nominación de Abbott ha sido por ello el mejor posible. Nos hemos salvado de un gran problema y es importante en qué ha consistido el peligro hemos sorteado.
Lo cierto es que ningún parlamentario objetó en su oportunidad algún integrante en particular de la lista que se le presentó. Al revés sólo se escucharon elogios. Pero, por un momento dio la impresión que se quería negociar el nombramiento lo cual, en último término, es imposible.
Las consultas a los parlamentarios se pueden y se deben hacer. Pero cualquier consulta terminará con una lista plural de preferencias. Tal vez un postulante tenga más adhesiones que otros, pero la pluralidad de opciones se mantendrá siempre.
Y bien ¿cómo es que se optaba si no era en base a un criterio objetivo, es decir de un perfil determinado? La verdad es que lo que se está definiendo es el respaldo o no a la autoridad que envía al nominado entre opciones igualmente posibles. ¿Podía el Senado rechazar un nombre en estas condiciones? Simplemente no parece posible ni menos deseable.
Para mejor decir, no eran justificables en público las razones auténticas que parecen haber tenido siempre a la vista algunos senadores. Algo se pudo observar con ocasión del voto para el cargo de Contralor. En este caso algunos no tuvieron pudor en decir que se debía unir esta decisión con la del Fiscal Nacional. Tal cosa no tenía ninguna lógica institucional, pero sí la tiene para quienes lo que hacen es negociar compulsivamente y requieren cambiar “una cosa por otra”. No importando para nada de qué cosa estemos hablando en concreto.
Se trata sin duda de una perversión de las funciones. Caer en esta falta hubiera sido un gran problema para el prestigio de nuestro sistema democrático. La búsqueda de la influencia en puestos clave “para cuando se necesite”. Lo que nada bueno podía augurar.
¿Se va a acusar a la Presidenta por falta de diálogo por no tomar el parecer –previamente- de los parlamentarios el nombre específico de Abbott?
¿Pesan, en definitiva, más las atribuciones o el juego de influencias? La respuesta a esta última pregunta es práctica y se resuelve por la voluntad presidencial de ejercer sus funciones. No hay que explicar que la incógnita se despejó por la nominación hecha, que no parece corresponder a la que concitaba el mayor respaldo parlamentario organizado que se tenía previo al anuncio.
Tal como señaló Michelle Bachelet cuando dio una entrevista explicando su nominación: “Conversando con todos los senadores aparecían todos los nombres. Lo que había es un consenso fundamental en el perfil, que me hizo tomar la decisión respetando el perfil que los senadores habían planteado”.
Era tanto lo que estaba en juego, que Bachelet no dudó en involucrarse a fondo, insistiendo públicamente en su opción, sin dejar espacio a las dudas: “Espero que se apruebe el nombre de Jorge Abbott con los votos de la Nueva Mayoría y parte de la Oposición”.Ahora ya se sabe que se tuvo un desenlace feliz, pero se debe consignar que, al momento en que la Presidenta toma la opción, los votos que respaldaban su decisión no estaban asegurados.
De partida, se podía esperar que se cuente con todos los votos de la Nueva Mayoría. Eso sí, desde el principio había que tomar en cuenta y restar los votos de los que se inhibirían por una posible confrontación de intereses. Pero esto no era necesariamente una mala noticia.
Ya hemos visto que tener los votos justos es un escenario bastante malo, basta que alguien se arrepienta para perder. Se necesitaba indudablemente del respaldo de la oposición, al menos de una parte importante de ella, y esto constituye un buen escenario.
La derecha no tenía un grado de libertad tan amplio como el que pudiera suponerse en un inicio. Si la oposición rechazaba la propuesta presidencial se verificaría una división de bloques. La oposición se vería en apuros para justificar el modo en que había procedido.
Necesitaba explicar, casi justificarse y se sabe que la confianza pública optará por una explicación más bien conspirativa de su comportamiento. Sería un juego desnudo de poder, algo bien impresentable en el escenario actual. Al final el rechazo pondría a la opinión pública del lado de la Presidenta. La derecha se mostraría sin visión de Estado, algo incompatible con presentarse como una alternativa responsable de poder.
Hay que tomar siempre en cuenta la forma como ha sido presentada esta nominación por los medios de comunicación. Para ellos la presentación de Abbott es lo más parecido a la continuidad de la gestión de Chahuán. Es decir, se la está asociando a una garantía de transparencia e independencia en la Fiscalía.
Cualquier otro resultado sería asociado a la idea de un acuerdo con el propósito de obtener autoprotección. No están los tiempos como para soportar tales sospechas. El presidente del Senado fue requerido para saber que espera del nuevo fiscal, a lo cual respondió “ejercer su rol con plena autonomía”. No había quién de sus colegas podía argumentar de otro modo. Pues bien, el que encarnaba la autonomía era Abbott.
Lo cierto es que si el Senado rechazaba el nombre propuesto por Bachelet, debería haber demostrado que contaba con argumentos en contra, los que, por lo demás nadie supo encontrar en un primer momento. Por lo demás, el rechazo no tendría repercusiones políticas desastrosas, tal como algunos se adelantaron a pronosticar.
La eventualidad está consignada en la ley y el proceso seguiría igualmente su curso. En este ejercicio la autoridad presidencial no se desgasta, aunque no podría decirse lo mismo del prestigio del Senado. Porque lo que parece completamente fuera de lugar es la acusación (argumento usado en el caso del Contralor contra Rajevic) de que tras esta nominación se encontraba algún tipo de cercanía del oficialismo con el postulante. Y negar el apoyo a dos propuestas presidenciales en tan corto tiempo, ya empezaría a parecer una conducta sistemática y a todo evento. Con esto nadie saldría ganando.
Nos salvamos pues de un gran problema. Mérito conjunto del gobierno y de la oposición, como debe ser en estos casos. Al final todos pueden hacer suyas las palabras del actual fiscal nacional, Sabas Chahuán, comentando los 32 votos a favor y dos abstenciones con que se eligió a su sucesor: “Que el Senado lo haya ratificado con tan alto quórum, implica… un respaldo a la labor de la Fiscalía durante todo este tiempo y, sobre todo, a la labor diaria y sacrificada de los fiscales y los funcionarios a lo largo de todo Chile, desde Arica a Punta Arenas”. Así es.