Los últimos días la presidenta Michelle Bachelet retomó la iniciativa política, metiendo pies en el barro del desolado Coquimbo y dando señales evidentes que no está en su agenda humana y política renunciar a su cargo.
También dejó en claro que sus mejores voceros no están en La Moneda o los partidos políticos, que quisieron obligarla a dimitir, sino en personas ligadas al mundo de los derechos humanos, de su absoluta confianza, como Estela Ortiz.
Aún es temprano para saber cuánto tiempo la Presidenta logrará sostener este nuevo aire. Pesarán los inevitables errores propios y los yerros de sus aliados, como el indolente viaje al Mundial de Rugby en Inglaterra del senador Jorge Pizarro, en medio de la tragedia telúrica que azotó a su región. Un golpe ético a todo el oficialismo.
Por ahora, Bachelet ordenó a los ministerios priorizar inversiones con efecto directo en las personas y salir a terreno, como lo hizo ella misma en la Cuarta Región. El mensaje es acelerar el cumplimiento de los compromisos presidenciales.
En ese marco, el llamado partido del orden, los póderes fácticos de la vieja Concertación, bajaron el tono de sus ataques off the record en la prensa. Ya no hacen circular rumores sobre la salud de la mandataria. La propia senadora Isabel Allende tildó esas acciones como “sedición”.
Al parecer los poderes fácticos del oficialismo entendieron que destruir a Bachelet era destruirse ellos mismos.
Incluso el ex presidente Ricardo Lagos comenzó a guardar silencio los últimos días. Al parecer, renunció por ahora a la idea de adelantar la campaña a la primera magistratura.Dejó incluso de recorrer los simposios empresariales, dando lecciones de política.
Bachelet apuesta en este nuevo escenario por la inversión social, por logros materiales concretos. ¿Significará ello renunciar a reformas más complejas como las de Educación? ¿Implica esto la postergación definitiva de un proceso constitucional?
La mandataria, ya golpeada por una baja aprobación personal y gubernamental, comprende que la crisis de confianza en la elite política sólo puede ser atacada con consistencia.
Sin embargo, no bastarán algunos empleos, bonos o capacitaciones para recuperar la confianza ciudadana. La desigualdad es demasiado grande y la indolencia también.
Bachelet necesita enarbolar las banderas de los derechos sociales, de la memoria, de su propia historia, si quiere darle un sentido personal, colectivo y humano a su mandato.
No bastan los bonos, necesita un relato, requiere convocar voluntades ciudadanas a favor de su programa, de una política a favor de la igualdad de derechos. De lo contrario nada habrá valido la pena política y humanamente.
Pero antes de comenzar ese camino, la mandataria debe decidir si seguirá confiando en ministros que operaron abiertamente para destituirla o limitar su poder. Fiarse de esos asesores y aliados que encapuchados en el off the record dijeron que estaba ahogada en la depresión y los fármacos.
No está fácil el camino, es hora de decisiones.