La relación entre Pueblos Indígenas, Estado y Sociedad mantiene latente un clima de tensión que recorre toda América Latina, desde México en el norte, hasta los pueblos originarios del cono sur. No hay país, en este período del siglo XXI, en donde no se esté viviendo una señal de parto. En consecuencia, nada de lo que ocurra en nuestros países puede ser extraño, paradojal o sorprendente en su relación con los indígenas. Desde 1492 hasta la fecha, nuestros Pueblos Originarios han transitado, a lo largo de 523 años de historia, por una senda llena de piedras y este caminar seguirá siendo así por un tiempo más.
La relación histórica entre Pueblos Originarios y Estado ha sido crónicamente difícil. No nos detendremos en los diagnósticos de muchísimos informes que relatan y destacan las injusticias cometidas por los Estados en contra de sus comunidades nativas.
La mirada tiene que ser puesta hoy, sin embargo, en un futuro que es inevitable para nuestras sociedades y que será igualmente crítico construirlo: el destino de América Latina, el futuro de nuestros Estados, el porvenir de nuestras sociedades, avanza hacia el reconocimiento y construcción de pueblos y países pluriculturales y plurinacionales.
Unos más, otros menos, los Estados se irán sumando –lenta e inexorablemente- en esta perspectiva. Y este es el verdadero curso de la historia presente y futura. Y los Gobiernos y los Parlamentos, y los distintos poderes del Estado no tendrán más alternativa que ir abriendo paso al reconocimiento integral de Derechos Indígenas, a la inclusión de estos derechos en nuevas Constituciones y a la valoración sin igual de nuestra cultura y de nuestro compromiso con el medio ambiente y un desarrollo social y económico inspirado en el “buen vivir” (kiwün) que, en el caso del Pueblo Mapuche, representa una mirada más que centenaria.
¿Qué impide que estos logros se puedan concretar con más rapidez?. La discriminación y el racismo, velado y abierto, que todavía impera en nuestras sociedades en el continente. La invisibilidad de muchos indígenas en Centroamérica. La mayor demanda de espacios políticos en México. Los desafíos de construir un Estado plurinacional en Ecuador y Bolivia. Los compromisos culturales para comprender la importancia de la emancipación de comunidades mapuches en Argentina.
Los temas territoriales de pueblos amazónicos en Brasil y Perú. Los límites del protagonismo indígena en Nicaragua y Venezuela. Las tensiones y conflictos existentes en diversas regiones de Chile: del pueblo Rapa Nui y de su lucha por el principio de autodeterminación; del Pueblo mapuche y las tensiones descritas por el “Informe de la Comisión de Verdad y Nuevo Trato” (2004); de comunidades Aymaras en la defensa de su patrimonio arqueológico en el norte… No son tiempos fáciles para los Pueblos Indígenas del continente. Nunca lo han sido, en realidad, y no lo serán en el corto plazo.
¿Porqué, entonces, a pesar de tantas dificultades, los Pueblos Indígenas existen, han sobrevivido sus tradiciones y valores por siglos, y emergen hoy como una promesa de desarrollo y de bienestar, con ideas, experiencias y sabidurías diferentes a la tradición colonial y consumista del modelo occidental?
Tales pueblos existen por su acendrada tradición cultural; por su cosmovisión religiosa y de vida; por su organización auténticamente democrática y participativa, desde mucho tiempo antes que surgiera en nuestra civilización, la teoría de la democracia. Nuestros pueblos sobreviven por su rica diversidad cultural, por su arqueología sin igual.
En Guatemala, Tikal, en la zona de Petén, están presentes los más impresionantes testimonios de pirámides y construcciones, vinculadas a la naturaleza del sol y de la luna, que fueron levantadas prácticamente de manera simultáneas con las grandes edificaciones de la civilización egipcia y se trató de continentes absolutamente separados y distantes.
¿Alguien puede desconocer que la civilización Maya, predominante entre las culturas de Centroamérica, fue lejos una de las civilizaciones más cultas de Mesoamérica y una de las primeras, antes que en Europa, en donde sus sabios ya podían leer el “lenguaje de las estrellas”. América fue poblada hace más de 10.000 años por pueblos y culturas diversas, ricas en conocimiento.
Pero claro, los españoles conquistadores del siglo XV no podían saber que ellos no eran los únicos “civilizados” en el mundo, y amparados en la fuerza y la religión desconocieron el valor de estas culturas y arrasaron con nuestros Pueblos. Y luego continuó el Estado colonial… Y luego continuaron las nacientes Repúblicas de criollos… Y luego, los Estados modernos… Y luego los Estados del siglo XX y parte del siglo XXI… Y los Pueblos Indígenas siguen sobreviviendo.
No debiera ser extraño, entonces, que las relaciones entre Pueblos Originarios y Estados sea tensa. Esto es así porque nuestras sociedades, blancas, católicas, “republicanas”, unilingües, centralistas y consumistas, vieron primero a los indígenas como algo marginal, luego los miraron con curiosidad folklórica. Posteriormente, los emplearon como mano de obra barata. Finalmente, los asimilan a diversas formas de rebeldías. Chile acaba de poner en pantalla la primera serie de televisión (en muchos años) que intentó entrar en la profundidad de un drama histórico, con “Sitiados”. Y se logró con ello, que millones de chilenos –siguiendo cada capítulo dominical- aprendieran, precisamente, de aquello que el sistema educacional tradicional y conservador nunca enseñó en las aulas: la existencia de dos pueblos confrontados: chilenos y mapuche.
¿Ha terminado la confrontación? No. El Informe oficial del Estado de Chile, en el 2004, sobre Verdad y Nuevo Trato lo dejó meridianamente claro: Chile reconoce y tiene una deuda de justicia con sus Pueblos Originarios. El Papa Francisco, en su reciente visita a Bolivia remarcó el tema de las injusticias con los indígenas, con mucha fuerza.
¿Se podrán resolver las tensiones existentes entre Pueblos Originarios y Estado en el continente? Sí. Ha habido avances, limitados, pero la experiencia histórica reciente está demostrando que se puede avanzar. De partida, ha emergido en el continente una nueva generación de liderazgos indígenas, ilustrados, preparados, educados y formados –contradictoriamente- en el seno mismo de la sociedad que los ha discriminado. Esa generación tiene en sus manos el proceso político, cultural y social definitivo para abrir nuevos caminos y esto es sin retroceso.
Los Estados también comprenden, a pesar de la pesadez formal y estructural de sus propias limitaciones, que tendrán que abrir espacio, si o si, a la pluriculturalidad y plurinacionalidad de nuestros países. Esto es tan sólo hoy, un problema de tiempo. La sociedad, por su parte, soberbia y orgullosa de su racismo y discriminación histórica, comienza a ceder en su reconocimiento de lo indígena e incluso hoy ya admira el hecho de que muchas de las esperanzas ciudadanas, en una mejor calidad de vida, en el cuidado de nuestros bosques y de nuestros ríos, en el respeto a la tierra y a la naturaleza, tiene en los Pueblos Indígenas sus mejores pedagogos.
Las sociedades comienzan a mirar y a percibir a los indígenas como pueblos aliados para un mejor modelo de desarrollo, menos extractivo y menos depredador, y comienzan a comprender que la cosmovisión indígena es una fuente de esperanza.
Mientras estos valores se desarrollan y se amplían lentamente, es inevitable que fuerzas y movimientos conservadores, culturalmente hablando, pugnen en el continente por mantener a los indígenas en el oscurantismo o que los limiten o reduzcan a categorías menores o, en el peor de los casos, que los combatan con la fuerza y la violencia.
Pero ya sabemos, luego de 523 años, que no hay fuerza suficiente por parte de los Estados y de las sociedades que puedan disminuir o liquidar el protagonismo indígena. Esa es la principal derrota presente y futura de los Estados, sociedades y de actores políticos que no comprenden que el camino es reconocer, valorar e incluir a los Pueblos Indígenas en su desarrollo, como iguales.
Ese es el futuro de Chile: un futuro con nosotros. Incluidos.