Sería lamentable que la Presidenta Bachelet no percibiera cuán difícil es la situación de su liderazgo. Y sería ciertamente una desgracia que su círculo cercano no la ayudara a enfrentar la realidad del mejor modo posible. Quienes le aconsejan que sea intransigente, en los hechos la empujan al fracaso. El hecho rotundo es que muchas personas que la apoyaron en 2013 hoy desaprueban su gestión, lo cual debe ser particularmente doloroso para ella, que disfrutó por largo tiempo de la cara amable y sonriente del poder. No queda sino reconocer que la buena voluntad desapareció.
Hace tres meses, la mandataria actuó acertadamente al reemplazar a los cuatro ministros del equipo político, pero en el cónclave del 3 de agosto y luego en la entrevista de La Tercera, el 9 de agosto, eludió la autocrítica, entregó explicaciones artificiales sobre las causas de la desaprobación ciudadana y dio señales confusas sobre lo que realmente quiere.
Es obvio que su gestión no puede depender de la “correcta interpretación” del eslogan realismo sin renuncia, inventado por los asesores del Segundo Piso de La Moneda para demostrar que sus consejos a la mandataria han sido siempre atinados. Es como si trataran de mantener el tono épico de los inicios. Pero no es épica lo que hace falta en estos días, sino sentido de la realidad. Por su propio bien, la Presidenta debe apoyar los esfuerzos de los ministros Burgos y Valdés para enderezar lo torcido, que es mucho.
¿Cómo se llegó a esta situación? Por el encadenamiento de una visión distorsionada de la realidad nacional, un diagnóstico equivocado de las necesidades y un programa inflamado de espíritu refundacional, el cual terminó plasmándose en reformas mal concebidas y peor implementadas. La reforma “estructural” de la educación ha sido un ejemplo de chapucería, improvisación y foco equivocado, y el ministro Eyzaguirre no puede mirar hacia otro lado, como si él no tuviera nada que ver en el asunto.
Es hora de reconocerlo: el proyecto político con el que Bachelet volvió a La Moneda no pasó la prueba de la práctica. Tributario de las concepciones de la vieja izquierda, dicho proyecto se empeñó en negar los fundamentos del progreso anterior y buscó remodelar el país sobre la base de acrecentar el peso del Estado.
La mayor responsabilidad por el enfoque, las metas y las promesas es, por supuesto, de la Presidenta, pero los partidos de la Nueva Mayoría no pueden lavarse las manos, tampoco sus parlamentarios, que en su momento privilegiaron los dividendos electorales de arrimarse a la popularidad de Bachelet y renunciaron a su deber de medir las consecuencias de un programa desorbitado.
Ese cuadro queda ilustrado con el hecho de que, en medio de la euforia, surgió dentro de la DC una “corriente bacheletista”, cuyos representantes –más papistas que el Papa-, no dudaron el año pasado en desautorizar permanentemente a Ignacio Walker, presidente del partido entonces, con tal de congraciarse con la mandataria. Bueno, cambió la dirección del viento y esa corriente ya no existe.
Fue revelador lo ocurrido con el PC. Antes del cónclave, su presidente amenazó explícitamente con abandonar la Nueva Mayoría (y se supone que los cargos de gobierno) si no se cumplía el programa. ¿Cuánto influyó eso en el estado de ánimo de la mandataria? No poco, al parecer.
Por razones de biografía política, quizás pocas cosas afligen más a la Presidenta que la eventualidad de pasar a la historia como una persona que “le falló” a la izquierda que ella asocia con las antiguas banderas revolucionarias. Los dirigentes comunistas están conscientes de eso cuando presionan por el cumplimiento del programa. Sin embargo, el programa podría estar 100% cumplido, pero con efectos tales como la recesión de la economía, mayor desempleo, alta inflación, descenso de la inversión privada y derrumbe de la imagen de país confiable que Chile construyó en 25 años. ¿Acaso basta con agitar el programa como si fuera el libro rojo de Mao para que el pueblo sea feliz?
El dogmatismo programático es, en el fondo, la negación de la política, porque esta exige flexibilidad, diálogo y articulación de acuerdos. La Presidenta gobierna para 17 millones de chilenos y su obligación es evitar que el país caiga en el estancamiento o retroceda debido a la aplicación de políticas públicas erradas.
Precisamente por ello, debe poner fin a los equívocos y no seguir afirmando que, por razones presupuestarias, la gratuidad universal en la educación superior va a tomar más tiempo que los 6 años que se habían calculado. ¡Pero si ella va a gobernar solo 4 años, y ni siquiera está asegurado que en 2016 haya gratuidad para el 50% de los alumnos más vulnerables de todas las instituciones acreditadas! Fue equivocado plantear expectativas desmesuradas, pero es mucho peor no reconocerlo.
No están en discusión las buenas intenciones de la Presidenta, pero eso no basta para salir del atolladero. Los chilenos la respetarán en la medida de que reconozca las dificultades y haga opciones de sentido común. Parece obvio, pero ella será la mayor beneficiada si Burgos y Valdés consiguen estabilizar el barco.
Todos los partidos de la Nueva Mayoría están sacando cuentas sobre los costos y beneficios de mantenerse cerca o lejos de La Moneda. La Presidenta intuye por supuesto que ningún partido, ni siquiera el PS, se inmolará por un gobierno con escaso respaldo. El próximo año habrá elecciones municipales y seguramente los carteles de propaganda mostrarán a los candidatos a alcaldes y concejales en compañía de los precandidatos presidenciales.
Por todo esto, la Presidenta tiene que ayudarse a sí misma si desea que otros la ayuden.Necesita pensar en el conjunto del país más que en la NM, y eso implica corregir lo que sea necesario para restablecer la confianza. Hay que apostar por el crecimiento económico y la creación de puestos de trabajo.
Los recursos del Estado deben focalizarse en la atención de las necesidades de los sectores más vulnerables, en primer lugar el mejoramiento de la salud pública. Es urgente salvar a los colegios públicos antes de que se queden sin alumnos. Se requiere una acción mucho más eficaz contra la delincuencia. Hay que avanzar con las leyes de probidad y transparencia. ¡Y decirle de una buena vez a los chilenos que no habrá una nueva Constitución bajo este gobierno y que lo mejor es que ello sea resuelto por el próximo Congreso!
Quizás nada provoca mayor inquietud en la población que la posibilidad de que se genere una situación de desgobierno. Y ese temor puede ser alimentado por la confusión sobre el rumbo que seguirá el gobierno, los pronunciamientos equívocos y las idas y venidas sobre las metas de este período. Un gobierno errático simplemente no inspira respeto.
Para que no se debiliten la gobernabilidad y la estabilidad, es vital que las fuerzas de gobierno y de oposición actúen con sensatez y sentido nacional, cualesquiera que sean las circunstancias.