En 2011, bajo el impacto de las marchas estudiantiles, se publicó un libro de Eugenio Tironi sobre Sebastián Piñera que se llamaba “¿Por qué no me quieren?” Si hoy se publicara un libro referido a Michelle Bachelet, quizás tendría que titularse “¿Por qué dejaron de quererme?”
Esa es la realidad, y debe ser doloroso reconocerlo para la mandataria, que se había acostumbrado al aprecio de la mayoría de los chilenos. Por cierto que lo ocurrido no se explica solo por el cariño o la falta de cariño, pero está probado que los sentimientos gravitan decisivamente en las mareas sociales y políticas. Y no existen los cariños incondicionales.
Nada ha alimentado tanto los sentimientos negativos de mucha gente como la impresión de que las promesas de campaña carecían de sustento. El sentimiento de engaño es muy intenso.
Expresión de ello es la caída del apoyo de las mujeres a la Presidenta, que pareció incombustible por largo tiempo. Empezó a bajar igual que el apoyo de los hombres desde septiembre/octubre de 2014, cuando muchas madres que enviaban a sus hijos a un colegio particular subvencionado por considerarlo un poco mejor que los municipales, en el que por lo menos había orden y las clases no se interrumpían con paros y tomas, se dieron cuenta de que la Presidenta quería cambiar eso sin ofrecer verdaderas garantías de que habría una “educación pública, gratuita y de calidad”.
Y tenían razón para desconfiar: las escuelas municipales no han mejorado en nada en este período. Incluso, se siguen retirando alumnos por efecto del paro de profesores.
El 65% de desaprobación a la gestión del gobierno habla por sí solo. Es muy grande la desilusión por el rumbo errático, las improvisaciones y los errores del gobierno, que se hicieron más patentes debido a que la retórica oficialista partió anunciando poco menos que el inicio de una era luminosa.
Es útil recordar el tono soberbio y sentencioso que usaban algunos senadores y diputados de la Nueva Mayoría en las primeras semanas: embriagados por la mayoría obtenida en el Congreso, se sentían llamados a cumplir una gran misión. Los ministros de La Moneda anunciaban que el país no volvería a la democracia de los consensos, lo que daba a entender que el oficialismo no se molestaría en escuchar a los opositores. Deberá figurar en la historia de la Cámara la aprobación por parte de los diputados oficialistas del proyecto de reforma tributaria con disciplina “militar”, sin discusión, casi golpeando los tacones.
La exaltación refundacional impidió una gestión realista, que concentrara los esfuerzos y los recursos en las necesidades principales. Extrañamente, los redactores del programa creyeron que la economía tenía un piloto automático y crecería sin problemas, por lo que solo había que preocuparse de cómo gastar la plata. El choque con la realidad fue violento.
El crecimiento de 2015 difícilmente superará el 2%; la inversión privada ha experimentado la caída más aguda desde 1986; el déficit fiscal podría llegar a 3%; la inflación en 12 meses va en 4,4%, lo que supera la meta del Banco Central; el desempleo está en 6,6% y con tendencia al alza; la recaudación fiscal será 2,9% menor a la programada, etc.
Está visto que ningún programa es la Biblia, que no se construyen políticas públicas sólidas sobre la base de consignas, que no basta con decir que un proyecto es progresista para que lo sea en realidad, en fin, que la chapucería legislativa se paga muy caro.
No hay forma de liberar de responsabilidad a la Presidenta por lo ocurrido. En nuestro régimen político, el gobernante dispone de amplias atribuciones constitucionales para definir el rumbo, armar los equipos y fijar las prioridades. En consecuencia, tiene que responder por los resultados.
Por cierto que la mandataria no es la única responsable de lo ocurrido. Los dirigentes de los partidos no pueden lavarse las manos. Se podría elaborar una antología de las declaraciones rimbombantes de senadores y diputados oficialistas que llamaban a ser leales con el programa como si este hubiera sido la Biblia.
¿Y qué decir de los intelectuales que fueron los inspiradores del “otro modelo”? Algunos de ellos llegaron a oponerse a la focalización del gasto público en los sectores más vulnerables, porque a su juicio lo mejor era –como si Chile fuera Noruega o Canadá-, subir los impuestos para asegurar “la universalidad de los bienes públicos”. Ellos fueron los padrinos del disparate de la gratuidad universal en la educación superior, que resultó ser, además, un auténtico volador de luces. O sea, ingeniería social despegada de la realidad.
Es meritorio que la Presidenta haya resuelto dar un giro hacia el realismo, lo que implica reconocer que no podrá cumplir todo lo prometido. Pero ello debe traducirse en opciones claras. El gobierno debe empeñarse en despejar los factores de desconfianza y reactivar la economía, dar una respuesta contundente a la delincuencia, atender las necesidades más urgentes en el campo de la salud, elevar la calidad de las escuelas municipales antes de que se queden sin alumnos.
No hay espacio para experimentos de resultado incierto. Las concesiones al populismo han causado demasiado daño. Sería lamentable mantener la ambigüedad respecto del asunto de la Constitución, que lo mejor es que sea abordado por el próximo Congreso.
La Presidenta debe marcar un rumbo que reduzca la incertidumbre y asegure la gobernabilidad, aunque eso no sea comprendido por todos los miembros de la Nueva Mayoría.Guillermo Teillier, presidente del PC, acaba de decir: “en el cónclave veremos si la Nueva Mayoría puede continuar o no hacia adelante” (LT, 19/07). A ese punto hemos llegado.
Cada partido responderá ante el país por lo que haga o deje de hacer. La misión de la Presidenta tiene que estar por encima de los cálculos partidistas. Ella es la jefa del Estado, tiene un mandato ante el país en su conjunto y debe ejercer sus atribuciones plenamente.
Si quiere ser respetada, no puede dejarse intimidar. Su obligación es proteger el interés colectivo en cualquier circunstancia, para lo cual debe estar dispuesta a tomar las decisiones que sean necesarias para que Chile recupere la posibilidad de progresar.