Se cayó el muro y del otro lado sólo había dinero, comodidades e influencias, un anillo para gobernarlos a todos. Por dos décadas y desde corta edad, la mal llamada G-90 meritocrática,ha servido al señor oscuro, como acotaría Tolkien.
En la universidad de los años noventa se jactaban de sus tempranas actividades políticas en el oficialismo, fueron reaccionarios agentesdel escuálido movimiento estudiantil de entonces, defensores de la “democracia de los acuerdos”.
Reclutados por los poderosos a temprana hora, estaban obnubilados por su cercanía a ellos, informaban vía celular, cuando nadie podía costearse uno, al ministro de turno sobre la naciente tendencia estudiantil, por si era peligrosa o no. Llegaban en auto a la facultad y eran ya estafetas en el Congreso.
Molesta escuchar,entonces, cómo los funcionales a los poderosos desde su vida universitaria,serían una generación noventera del esfuerzo. ¿Es sólo por el hecho de no tener apellidos vinosos, que se les corona como salmones sociales,cuya corriente arriba los llevó a una situación profesional exitosa?
Las cosas por su nombre en esta sociedad colonial como la nuestra, aún habitante del Barroco, su ascenso se ha debido al vasallaje.No confundamos mérito real, con el célebre “besa manos”.
A los verdaderos meritocráticos de esa generación los he visto surgir sin padrinos laborales, apunta de endeudamiento universitario y sueldos malos, siempre asumiendo el doble de responsabilidades sin la esperanza de ser pasados a planta, sabiendo que jamás podrán trepar más en la empresa donde destacan.
El meritocrático auténtico sabe que si pierde su trabajo pasado los cuarenta, el mercado será cruel, aunque haya conseguido un post doctorado en post combustión. Los “G-90 meritocráticos”, en cambio, son equilibristas de circo elegante, con amplias redes de seguridad.
Tampoco nos engañemos, no pertenezco a una generación gloriosa. Lo muchachos de los noventas en su mayoría eran una prole materialista, indiferente, sin muchos interesados en cambiar la institucionalidad económica y política de Pinochet. No iban a sacrificar juventud ni aspiraciones profesionales en una guerra perdida, como los G-80.
Los G-90, mal llamados meritocráticos, destacaron entre una masa noventera que no iba a las asambleas o paros, autora de la frase “no estoy ni ahí” como estandarte y ansiosa por salir luego de la U para poder gozar la vida expuesta en “Friends”.
Los G-90 al servicio de la elite, tenían una ambición material muy grande, sufrían viviendo en casas pareadas de 50 metros cuadrados donde debían compartir todo con sus hermanos.
Estos noventeros afines al poder se esmeraron entonces como escuderos, militaron en el oficialismo para lograr un escalafón profesional y armar un circuito laboral para el año 2000, en el cual inscribieron también a algunos parientes.
El poder antes de corromper, envejece. A corta edad usaron trajes finos, se fueron a condominios “onderos” en La Reina, lejos de la escuela fiscal o el almacén de la esquina. A cambio, aceptaron ver el mundo con los anteojos de sus señores feudales.
Los vi en el Senado, recibieron mal trato de parte de sus jefes, muchas humillaciones en público. Pero no les importaba la dignidad,pues sin haberse titulado, muchas veces, ganaban el doble que sus compañeros de generación con magister o doctorado, grises vencedores de un concursillo de 400 postulantes.
Los funcionales,no tenían sueños ni utopías, no gustaban de cambios radicales y sólo se alegraban cuando habían “pasado la máquina” de su señor en tal o cual circunscripción.
El G-90 cortesano amaba almorzar en el piso 14 de la cámara alta con sus mentores, jamás bajó al casino con el resto. Logró su primer cargo grande en el gobierno de Lagos, cuando sus compañeros de universidad recién salían al mercado laboral donde eran muy mal pagados.
Replicaron por años el mensaje de sus patronos, pues era una locura cambiar la constitución de Pinochet, se la jugaron por designara ese juez a la Suprema con pasado oscuro en DDHH, apoyaron la LGE para permitir el lucro en básica y media, también impulsaron la ley de pesca, aunque ello implicara hipotecar el mar de la duodécima región para los bancos.
Heredaron el síndrome de Estocolmo de sus jefes respecto a los grupos económicos, inventaron empresas de papel para triangular y así financiar un partido, una campaña o el estilo de vida conseguido. Estaban dispuestos a recibir dinero de empresas robadas por Pinochet, porque sus mentores les enseñaron cómo cerrar los ojos.
Pasaron los años y lograron cargos en servicios, ministerios, o como asesores de siete cifras,pues habían sido soldados para diversas facciones de la elite.
Recuerdo hace años una entrevista hecha a Raúl Alarcón “Florcita Motuda”donde denunciaba el conservadurismo de su generación, por ello, él avisaba que había renunciado a esa cuadrilla. Al menos la de Florcita envejeció de apoco, tras haber intentado cambiar el mundo. La G-90 funcional-conservadora sentía y pensaba como longeva a los veintitantos, su grito diferencial fue: “No pidas lo imposible, se realista”.
¿Han caído hoy en desgracia víctimas del clasismo? Para nada, la elite les formó e invirtió mucho en ellos, les seguirá empleando, necesitando y premiando.Sobre todo porque los “G-90 meritocráticos” ya no pueden abandonar el sector oriente para volver a provincia, San Miguel, Lo Espejo o La Cisterna.
Ojo, hasta podrían ser un día presidentes de la República, como nos han vaticinado desde el patio de los naranjos.