31 may 2015

Hay que levantar la mirada

Definitivamente no es buen momento el que atraviesa la así llamada “clase política” del país; en el curso de la última semana las manifestaciones estudiantiles, reimpulsadas por el grave estado de salud de Rodrigo Avilés que lucha por su vida desde el 21 de mayo, así como, las largas horas de Giorgio Martelli declarando ante el Ministerio Público y diversas movilizaciones gremiales crearon, nuevamente, una situación política en que el malestar social y el descrédito del sistema político vuelven a predominar.

Como si de malas prácticas no se conociera ya más que suficiente, una última noticia viene a colmar el vaso, se ha hecho público que, ni más ni menos que el ex Presidente Piñera, al vender algunas “propiedades” en centenares de millones de dólares, hizo una donación de 2000 millones de pesos al partido Renovación Nacional, que este hubo de restituirle como pago por deudas impagas. De ese modo, cualquiera es generoso.

En este ambiente enrarecido, los frutos positivos del mensaje presidencial del 21 de mayo, de modo especial, su contenido social, parecen ser superados por reconcomios no exteriorizados que cruzan el alma nacional.

Las fuerzas políticas se ven desorientadas ante los sucesos que se mueven y fluyen desde las profundidades de la nación. Tampoco los llamados “opinólogos” y otros extrovertidos comentaristas se distinguen por su lucidez y claridad. En todos y todas hace falta más humildad.

Definitivamente hay que levantar la mirada, se requiere una reflexión más de fondo acerca de los desafíos y de las tareas políticas del próximo periodo. No es posible la actitud de seguir actuando como si nada pasara, muy por el contrario, en el momento político que se vive, esa inercia puede ser temeraria.

Hay que asumir crudamente que la imagen de negociados y corruptela, esté intencionalmente exagerada o no, ha pasado a ser un factor que hiere agudamente el sentido mismo, el ser constitutivo, del conglomerado de fuerzas que ha llevado adelante la reinstalación de la democracia.

En consecuencia, insisto una vez más en señalar que el primer paso es dignificar la política, generar un espacio que abra definitivamente la conciencia sobre la necesidad de superar las malas prácticas y los brotes de corrupción. La política empapada de dinero mal habido se desnaturaliza y pasa a jugar un rol definitivamente perverso.

Por cierto que, sacar ese vicio de las prácticas instaladas hace ya tiempo, no se consigue justificando el financiamiento irregular de las campañas electorales, recurriendo al falaz argumento que “todos” lo hacían. Esa generalización denigra al conjunto de los actores partidarios y mete en un mismo saco a las personas honradas con aquellas que no lo son, debilitando aún más la legitimidad y la fortaleza institucional del sistema político.

Luego, viene la tarea de interpretar lo que “quiere” la gente, cuestión que no es tan simple ni tan fácil como piensan algunos. El clientelismo puede ser fatal. En mi opinión, las personas de “a pie” quieren honradez y cambios con estabilidad; es notoria la distancia que se ha producido con aquel “discurso” rimbombante pero vacío, resumido en la idea de la retroexcavadora; la gente necesita ser apreciada por lo que hace, es decir, requiere que su trabajo sea valorado como parte del esfuerzo del país para crecer y progresar.

Por el contrario, la sociedad mediática en que vivimos premia al que figura, no importando como lo haga. El ansia extrema de figuración radica ahora en ser parte de las tomas televisivas de asaltos o saqueos a farmacias, supermercados o bancos. Hay que promover un cambio de mentalidad y entregar valor al trabajo de las personas,  esfuerzo que adquiere una dimensión ética y un sentido cultural de relevante trascendencia.

Otro propósito debiese ser el respeto a uno mismo y a la tarea de las fuerzas sociales y partidarias. Se ha creado la ansiedad por aparecer, lo que en la política ha conducido a una creciente superficialidad en el mensaje, a una vulgarización de las expresiones y un empobrecimiento del lenguaje que han ido debilitando el ascendiente de los actores políticos; y a la postre, se fue configurando un circuito en que predominan intereses subalternos o de grupo, incitadas por pequeños afanes y apetitos de corto alcance, se arman camarillas que muestran un panorama mediocre y de techo bajo.

Además, se ha producido una dramática confusión entre la necesidad que tiene la acción política de realizarse desde firmes convicciones con la vana pretensión de muchos de sentirse “iluminados”, como los portadores de una nueva verdad, que los lleva a un doble error, a sentirse “refundadores” de la nación e intolerantes hacia quienes piensan distinto.

Promover el carácter universal de los derechos sociales no puede significar
caer en un burdo y equivoco clientelismo, en que se concibe el Estado como un saco sin fondos, que debe proveer de manera inmediata la totalidad de requerimientos,  de la más variada naturaleza, que se le formulan. Esa desviación paternalista y, al mismo tiempo, ese aprovechamiento oportunista de las políticas sociales, lleva a la ruina cualquier pretensión de edificar un Estado social y democrático de derechos en nuestro país.

En definitiva, sostengo que ante las diversas fuerzas políticas lo que está planteado es un desafío ético. Se trata de la derrota de la cultura del “como voy ahí”,  de bloquear y hacer retroceder el uso de la función pública con fines exclusivamente personales, que concibe la política como simple instrumento de arribismo social, para escalar peldaños y obtener privilegios que de otra manera jamás se podrían obtener.

No soy ingenuo, cuando se toma el gusto del poder y de las prebendas, esos hábitos se enraízan profundamente; sin embargo, en una sociedad democrática deben ser posibles de abandonar: es lo que corresponde ahora, ya que lo que está en juego es la propia gobernabilidad democrática de la nación chilena.

Nada de ello se consigue arrastrando una actitud soberbia, lo que hoy debe prevalecer, por encima de cualquier otra consideración, es la humildad y el diálogo, para retomar el camino de las reformas que permitan el pleno ejercicio de los derechos democráticos en nuestro país.

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  • patricio

    Las deudas hay que pagarlas según entiendo…

  • SAMUEL BELLO SEPÚLVEDA

    Ni “clase política” ni “sociedad mediática”. Ambos términos implican, y sólo por ejemplo, que existiría una clase “no política” y una sociedad “no mediática”, lo cual es a todas luces falso. ¿O no?
    Todo lo humano es político, en cuanto se realiza y sólo puede realizarse en la polis, en la sociedad. Toda sociedad es por e implica mediaciones de la más diversa índole. Que desde su aparición hasta el día de hoy los “medios de masas” hayan alcanzado alta incidencia en la vida social -como antes lo que la invención de la imprenta, del teléfono, del fax, etc.- no da la sustancia suficiente para constituir por sí sola un tipo nuevo de sociedad. Pero, sobre todo, porque tal incidencia no es de los “medios” así, en abstracto, sino de los propietarios de ellos, abrumadoramente, la oligarquía financiera y desde hace demasiado tiempo.