Ignacio Walker ha manifestado que “llegó el momento en que la DC lidere la Nueva Mayoría”, y que “si la DC lo estima, yo estoy disponible para un desafío presidencial”. Ambos planteamientos se complementan y señalan el rumbo que puede tomar el principal partido de la coalición gobernante.
La mantención de un conglomerado mayoritario de centroizquierda es un propósito que esta fuera de discusión, no obstante el procedimiento para conseguirlo está todavía abierto. La manera a emplear para confluir puede ser tanto el de una primaria como el de llegar a una primera vuelta. La piedra de tope es la candidatura de Marco Enríquez-Ominami. En la Falange la distancia política con este candidato impide confluir en una misma primaria.
Esto quiere decir que, si otros en la Nueva Mayoría quieren abrir esta puerta, la DC tiene una opinión distinta que no cambiará bajo ninguna circunstancia. Son los primeros aprontes de un debate que se presentará a no mucho andar. La definición del precandidato DC deberá estar despejada a más tardar en enero del 2016. La Falange va a afrontar la campaña municipal que potenciará y será potenciada por la figura emergente de un abanderado.
Se trata de una competencia real que hace mucho la centroizquierda no ha tenido.Michelle Bachelet ha copado el espacio por varios años. Ahora estamos transitando a un escenario distinto que requiere de la emergencia de nuevos liderazgos de primera línea. Ignacio Walker muestra que se escoge mantenerse en la centroizquierda pero, a la vez, se escoge qué tipo de centroizquierda se quiere mantener.
Pero no todo lo relevante para el PDC ocurre dentro de sus fronteras. La política es un juego abierto en el que importa las iniciativas que adoptar cada uno de sus concursantes. En este caso tiene una particular relevancia lo que ocurra con el PS y el papel protagónico recién alcanzado por Isabel Allende.
Tradicionalmente la Democracia Cristiana ha tenido una cercanía especial con Camilo Escalona, en las juntas nacionales falangistas su presencia arranca más aplausos que los que obtienen las figuras de casa. Por eso, el triunfo en la interna socialista de Escalona hubiera sido recibido con beneplácito.
Lo que se verificó en las urnas fue un rotundo respaldo a Isabel Allende. La sorpresa por la contundencia de los resultados ha sido tanto interna como externa. Lo que ha de entender rápidamente el PDC es que el nuevo escenario producido también representa una gran oportunidad de mantener la confluencia ya tradicional con su –hasta ahora- principal socio.
Tras los resultados conocidos, el Partido Socialista no se podrá desentender de su principal carta presidencial. El reemplazo de Bachelet ya no lo tienen que ir a buscar a ningún lado: lo tienen en casa, y les resulta imprescindible proyectarlo. Todo lo demás resulta forzado e implicaría partir innecesariamente desde mucho más abajo. Las posibilidades de que el PS apoye a MEO como abanderado presidencial (el único escenario que implica una ruptura profunda en la centroizquierda) se ven reducidas al mínimo.
Si los principales partidos de la Nueva Mayoría declinan de su opción presidencial, entonces el cuadro político que se conforma es mucho más inestable y la gobernabilidad del sistema democrático se resiente. Al revés, si cada uno de los partidos tiene un líder por el cual jugarse y que, en principio, no se aprecia como imbatible, entonces todo puede discurrir para establecer una competencia regulada, en la que se desarrollen campañas no agresivas y se proyecten –con improntas distintas pero no distantes- los logros del actual gobierno.
Para que esto sea posible lo que hay que cuidar en todo momento es la gobernabilidad partidaria.Esta es una prueba exigente, pero factible de implementar.
No faltan los que apuestan a la inminente ocurrencia de un desastre en ambas colectividades de la conducción partidaria. De Allende se espera que una alianza heterogénea de grupos internos de como resultado una gran confusión, y hasta una posible ruptura por parte de los descontentos. Algo que no sería completamente extraño en la historia socialista.
En la DC no faltan los que esperan que la conducción de Jorge Pizarro no se pueda consolidar dado el impacto interno producido por las boletas entregadas por dos de sus hijos a SQM. No obstante, sin un partido ordenado y unido no hay candidatura presidencial posible, cuando lo que se quiere es representar al partido, no simplemente imponerse como candidato.
Ciertamente las amenazas a las que se hace mención son reales. Con todo, me inclino a pensar que en los dos partidos las tendencias centrípetas y la búsqueda del bien común superarán a los legítimos detractores de las directivas que asumen, así como a los adalides del descontento.
En el caso socialista, los peores augurios no consideran un factor clave que ahora empezará a operar y este es el liderazgo no contemplado (para ser sinceros) de Isabel Allende. Los que esperan algún desastre lo hacen porque se preguntan quien asumirá el “verdadero” liderazgo del partido tras su presidenta. Estimo que aquí los prejuicios hacen cometer una gran injusticia.
La dirigencia socialista tiene muchas virtudes, pero entre ellas no se cuenta la de ser buenos jueces de sus líderes mujeres. Así como en su momento recibieron (por no decir resistieron) el liderazgo de Bachelet, así ahora reaccionan ante Allende. En ambos casos se equivocan.
De igual manera, la democracia cristiana mantendrá su conducción política y sostendrá su opción presidencial simplemente porque es el mejor camino disponible que tiene a disposición. Tras el esfuerzo sumado de varias directivas, el PDC ha identificado una estrategia que le ha prometido sostener su recuperación política y electoral.
Sostener la actual directiva a veces parece cuesta arriba. Pero cualquier otra alternativa sería mucho más costosa. Si para derribar un presidente de partido bastara con ventilar acusaciones no formuladas a sus parientes, entonces nadie queda a salvo. Con bien poco se derribaría una directiva.
Lo que algunos no parecen entender es que, no importando quien asumiera la conducción partidaria se le aplicaría el mismo tratamiento. Los acusadores de hoy pasarían a ser acusados. Un manto de sospecha se levantaría nuevamente, alentados por el hecho de que se está indefenso ante un ataque comunicacional ya que no político. De allí no se sale sin quedar demolidos, tal como le ocurrió a la UDI, un partido que en dos años habrá tenido cuatro directivas. Ocurra lo que ocurra, el gremialismo dejó vacante el liderazgo en la derecha. Ese no puede ser el camino de la DC en su propio espacio.
En la democracia cristiana, a quienes les gusta la actual directiva y a quienes no les gusta tienen muchos motivos para apoyarla, y todas estas razones van más allá de la actual conducción.
Observando la trayectoria del PS y de la DC, resulta evidente que de la colaboración mutua sólo se pueden esperar buenas noticias. Mirado en perspectiva, demócratas cristianos y socialistas son socios en la proyección de la Nueva Mayoría.