En defensa de la ONG Chile 21, el actual panelista y ex ministro, Francisco Vidal, ante la revelación de platas desde Soquimich a dicho instituto, dado la historia del controlador de ese conglomerado económico, aceptó que “había que cerrar los ojos” para recibir los recursos depositados al ya mencionado centro de estudios.
Me veo en la obligación de rechazar la “filosofía política” contenida en tal afirmación.Hay que ser tajante en este tema: el fin no justifica los medios. En este caso, el país sabe perfectamente bien el origen de esa portentosa fortuna: el despojo del patrimonio nacional a través de privatizaciones amañadas durante la dictadura de Pinochet, en este caso, la de Soquimich, en un proceso que favoreció al entonces yerno del dictador.
Pero no sólo eso, en la memoria de la izquierda está vivo el recuerdo de las múltiples acciones represivas ejercidas, desde la Conaf y otras entidades estatales, en la segunda mitad de los años setenta, para despojar de las tierras entregadas por la reforma agraria a miles de familias campesinas. Como ocurrió entre tantos otros casos, en la hacienda Rupanco, en la provincia de Osorno. Fue una persecución sin piedad, implacable, cuyas heridas todavía duelen en esas tierras.
No hay que llamarse a engaño. Una cosa es el compromiso inamovible que hemos asumido con la paz social, para hacer realidad nuestros sueños de justicia social en democracia, otra cosa muy diferente es financiarse gracias a quienes actuaron como férreos e inapelables victimarios para enriquecerse de manera enteramente indebida e ilegítima.
Sobretodo no corresponde pontificar, desde un ángulo que pretende ser moral para enjuiciar a quienes piensan políticamente diferente, como tantas veces ha ocurrido con Vidal y los máximos ejecutivos y exponentes de Chile 21, para luego encontrarnos con la sorpresa que el predicador tiene tejado de vidrio.
Hay que abrir y no cerrar y los ojos.
Hoy, la izquierda está convocada a una autocrítica urgente y decidida, con vistas a superar y erradicar las malas prácticas y encaminarse por un camino que permita dignificar la política y enfrentar válidamente la urgente necesidad de hacer retroceder el fuerte descrédito que afecta al sistema político del país.
Las dificultades no se superarán con consignas altisonantes, por rotundas o radicalizadas que aparezcan, sino que con una acción política que rescate y reivindique el sentido de entrega a la comunidad y al país que formulan los objetivos programáticos que nos animan. Menos aún con esta tan desafortunada insinuación de “cerrar los ojos”.
Dejar atrás la tentación del dinero fácil es una exigencia inescapable de la ruta que conduzca a los demócratas chilenos a reencontrar, nuevamente, la confianza del pueblo de Chile.