Una vez más nuestro país se encuentra sumido en una gran catástrofe. La opinión pública se divide entre aquellos que se lamentan de las desgracias naturales y los que se dedican a criticar a las autoridades, los que le echan la culpa a Dios y los que sacan dividendos políticos, y al medio, casi desaprensivamente, surgen los chilenos comunes que desde cada rincón manifiestan circunstancialmente su espíritu solidario, olvidando aunque sea por pocos días su feroz egoísmo consumista.
Que el desastre pudo ser evitado, que las autoridades no estaban preparadas, que Chile está condenado por su geografía a estas tragedias, que los asentamientos urbanos y rurales no cumplen las normas, en fin opiniones todas válidas que sin embargo no se encuentran en un punto desde donde acometer las tareas de un país que quiere ser desarrollado con profesionalismo y sin eslóganes.
Terremotos, incendios, erupciones, tsunamis, aluviones no son sólo patrimonio de los pobres chilenos, ni menos de los chilenos pobres, la naturaleza con estos grados de violencia se ensaña en todos los rincones del mundo, India, Louisiana, Norte de Francia, Turquía, Tokio, Brasil, California, Irán, han sufrido tantas calamidades naturales como los chilenos; sin embargo, el nivel de destrucción y muerte tiene que ver en cada caso con el nivel de desarrollo de cada una de las sociedades víctima de estas tragedias. No es ninguna novedad decir que a mayor pobreza mayor fragilidad frente a las inclemencias de la naturaleza.
Chile, a la luz de las tragedias que año a año es víctima, necesita con urgencia también construir una sociedad desarrollada que pueda enfrentar a la naturaleza con grados aceptables de satisfacción.
No se trata sólo de un presidente ni de un alcalde ni de una ONEMI, menos de la posibilidad de tener más teléfonos satelitales, ni retroescavadoras, ni frazadas, ni comida no perecible, casi inmediatamente después de la tragedia.
Se trata de generar una trama social de mejor calidad, una mejor educación para promover una población más exigente de sus estándares de vida. Sólo una sociedad desarrollada, solidaria siempre (no sólo para los meses de la Teletón) de una gestión pública (y privada) basada no sólo en la excelencia en la gestión administrativa sino comprometida con una ética a toda prueba.
Quizás sea mucho pedir, pero los ríos, las lluvias, los volcanes, el fuego, el mar y la tierra sólo se ensañan con aquellos países que no han sabido resolver sus problemas esenciales, elevar la dignidad de las personas, construir una base social igualitaria a partir de una educación de calidad para todos.