Me llamó la atención que los reporteros de tribunales usaran el vocablo “don”cuando nombraban a los implicados en el caso PENTA. A ninguno de los reporteros que esperamos a Jaime Guzmán cuando debió declarar ante el Ministro Dunlop- por el caso de la financiera La Familia- se nos ocurrió tratarlo con ese respeto y cortesía, pese al innegable poder que ostentaba en esos primeros años de la dictadura.
Quizás algunos de mis colegas aún no salen del asombro de que esos caballeros millonarios, pertenecientes a familias que gozan de alto reconocimiento social, educados en los mejores colegios y universidades, hayan olvidado la ética y el decoro en los negocios.
Para sus familiares y amigos ellos son víctimas de un sistema que persigue a quienes crean riqueza, dan trabajo y engrandecen al país. Entonces algo anda mal, porque nosotros y ellos estamos en las antípodas. Citando a Shakespeare “algo huele mal en Dinamarca”, frase a la que se recurre cuando la corrupción afecta a un país.
¿Algo huele mal en Chile? Sí, para la inmensa mayoría del país, así es. No creemos que Chile haya sido siempre un país poco serio, corrupto y que la vigencia del Estado de derecho haya sido una quimera.
Esto tiene que ver con la forma como algunos entendieron la economía social de mercado, porque está claro que en otras partes del mundo ese modelo es como en Chile. Acá hay quienes entienden el modelo neoliberal de la libre competencia, de la eficiencia y del predominio del mercado como un campo abierto al enriquecimiento personal.
Desde la época de la dictadura hemos sido testigos de cómo se apoderaron de las empresas del Estado; cómo usaron todo tipo de martingalas para crear empresas de papel; cómo defraudaron una y otra vez al fisco – que nos representa a todos- ; cómo usaron el dinero de todos para pagar lo que robaron en los bancos, evitando así el descalabro del sistema; cómo convirtieron la salud en un negocio donde las farmacias, las Isapres y clínicas esquilman a la gente; cómo usaron las platas del capitalismo popular para apoderarse de empresas como Soquimich; cómo manejan las pensiones para aumentar su riqueza,y cómo usan sus influencias para obtener leyes que los favorezcan.
Para ellos ser astutos y ladinos es sinónimo de inteligencia. Ser famosos o poderosos es una consecuencia natural del éxito. Y usan la política, el deporte, los medios de comunicación, en fin, todo lo que les permita no solo ser ricos sino también obtener el reconocimiento del resto de la sociedad para influir en ella.
Ellos y sus cercanos consideran que merecen ser tratados con respeto y cortesía. Y lo más impresionante es que esos caballeros están molestos porque, en la sociedad del conocimiento, se permite a la ciudadanía conocer la verdad sobre su proceder. Y se permiten sentirse tan lejanos de quienes burlan la ley y se apropian de lo ajeno.
¿Es está una pequeña crisis producto de unos pocos indecentes?
Lamentablemente, cada cierto tiempo en los últimos cuarenta años hemos sido testigos de una sistemática falta de ética de diversos grupos económicos. Es una forma de mirar los negocios y la sociedad que va más allá a uno u otro grupo aislado.
Superar esos comportamientos será una tarea titánica de todos. Es una oportunidad para pensar de verdad cuáles son los valores que queremos para nuestra sociedad, además de los esfuerzos que se hacen para que exista más igualdad, más respeto por todos y cada uno de nuestros compatriotas, y sobre todo para que la riqueza no solo alcance a los pocos vivarachos sino que se traduzca en una mejor calidad de vida de toda la población.
En nuestro país, históricamente mirábamos con menosprecio a las repúblicas de nuestro continente que vivían breves períodos democráticos entre golpe y golpe. Pero nosotros tuvimos uno de los más cruentos del continente. También nos vanagloriábamos de no ser un país corrupto. Cada día tenemos menos motivos para estar orgullosos de aquello.
Porque lo que estamos viviendo, la desconfianza que se apoderó de nuestra gente, no se supera solo con volver a los fundamentos del modelo económico, como plantean algunos economistas.
Es necesario entender porqué acá en Chile, pese a que fuimos un país de gente seria, honesta, trabajadora, que amaba la democracia y la libertad, hemos terminado oliendo a descomposición moral. Si la clase política no está a la altura de las circunstancias, podremos caer aún en peores condiciones que aquellos países que hasta hoy miramos con lástima.
Y eso va también para mis colegas periodistas, que tratan de “don” a los procesados por la justicia, dependiendo de su origen social.