La encuesta Adimark, muy probablemente de forma involuntaria, agrava la crisis de la derecha, al indicar que el rechazo a ese sector se elevó a un 78% y el apoyo descendió a un 11%; con ello, agregó un nuevo ingrediente a lo que ya era un terremoto, que ha derrumbado la estantería de quienes siempre se han sentido, siendo minoría o mayoría, con las riendas del poder en Chile.
Después de conocida la mencionada encuesta, comenzaron las asperezas y recriminaciones, en las que cada protagonista se propone salvar lo propio; o sea, una cuota de influencia que se trata de mantener recurriendo a la acción individual.
Esta conducta refleja que se despertó en sus voceros, figuras, líderes o caudillos el temor a la impopularidad, un miedo que constituye una acción refleja, visceral, inmediata en gran parte de los actores políticos a cualquier hecho o situación que vaya a afectarles “la imagen”, en no pocos casos eso es lo que hoy resulta fundamental, la sacrosanta “imagen”.
Ésta, supuestamente intocable, fisonomía de muchos y muchas de quienes hacen política y son políticos, pero que actúan como si fueran personajes de la farándula, es la subcultura del exhibicionismo mediático, como si en lugar de políticos o servidores públicos, fuesen una especie de modelos de alta costura, cuyo principal propósito es brillar, aparentar, y “venderse”, como se hace con cualquier mercancía en el mercado.
A eso se acostumbraron en la derecha, a exhibir y vender una imagen, sin importar si era o no era auténtica, lo que realmente les ha importado ha sido el interés corporativo que ha estado detrás.
Hoy el producto “derecha” está a precios de liquidación y la marca UDI no vale nada.Está en quiebra. Por eso, en sus sedes, oficinas, o sitios de veraneo, se habla ya de un nuevo nombre, de una Federación o la creación de un Partido único. En otras palabras, los grupos o núcleos dirigentes de la derecha siguen actuando como si todo lo que pasa y que, especialmente, a ellos les ocurre y agobia fuera un simple problema de forma, a lo más un tema de marketing, una trama compleja, pero esencialmente de avisaje, de cómo presentarse mejor y “venderse”.
Hasta ahora, en las opiniones que se han conocido nada se habla de su completa y total incapacidad de dar cuenta, autocríticamente, de esa negra etapa en que la derecha chilena, salvo excepciones individuales, sostuviera la dictadura de Pinochet hasta el final.
Tampoco se habla de cómo aquellos de sus partidarios, que operaban en el centro mismo de las decisiones económicas del régimen dictatorial, se apropiaron de áreas decisivas del patrimonio nacional, privatizado en oscuras circunstancias y con torcidos procedimientos y queda también en la penumbra el cómo se resolverá en sus núcleos dirigentes la cohabitación entre los negocios y la política.
De hecho, un sector gravitante, en que se vuelven ha anudar tales intereses, ya está preparando una nueva incursión como candidato presidencial del ex gobernante Sebastián Piñera, quién no cabe duda llevará Chile a su máxima expresión del jugoso y, a la vez, tortuoso oficio de jugar a “dos bandas”, como le han enrostrado en sus propias filas. De hecho, le tenían casi listo ese supuestamente nuevo “referente” unitario para reemplazar a la agónica alianza. Según se ha sabido el lanzamiento se postergó ante lo impresentable de la maniobra.
Es decir, en los anuncios con fines mediáticos queda ausente lo fundamental. Y eso no es otra cosa que la asociación con el modelo de democracia protegida que, con tanto celo y ahínco, diseñara Jaime Guzmán y que tan bien le acomodó al dictador y los núcleos más duros del régimen. En consecuencia, en la derecha perdura una hegemonía que entiende la aguda desigualdad que tensiona al país como un dato inevitable; es la idea que unos nacieron para mandar y otros para obedecer, por siempre.
Aquel terrible y penoso pasado aparece ante la derecha fáctica como el iceberg frente al Titanic. Es cierto que ha habido ciertos pasos parciales, como retirar de la declaración fundacional de Renovación Nacional el párrafo sedicioso en que se validaba el Golpe de Estado y la intromisión castrense; pero no es menos cierto, que ese tímido avance aparece tan obligado como tardío. No es sólo lo poco sino que a ese gesto le falta énfasis, autenticidad, se percibe que es una actitud forzada por las circunstancias, por un “tema de imagen”, vale decir, hecho porque no quedó otra opción que hacerlo.
Es lamentable que en la derecha no se percaten que sin ese ajuste de cuentas, con su propia historia, sin una rectificación de esa mezcla ideológica y corporativa de autoritarismo y desigualdad que han heredado en sus raíces fundantes no saldrán del agobio que les atenaza; se engañan a sí mismos si piensan que pueden eludir esa introspección, dificultando muy seriamente su propia recomposición frente al país. No deben olvidar que, estaban en el gobierno y llegaron con un 37% y algo más, frente a más de un 62% de Bachelet en la segunda vuelta presidencial.
El tema de la rectificación que tienen pendiente, está ligado al término de la cohabitación entre política y negocios, pues en el fondo se trata de lo mismo, de crearse y fabricar mecanismos bajo cuerda para ordenar la sociedad, desde una condición de minoría.
La idea que alimenta esa conducta no es que logren ganar el apoyo de la mayoría, sino que encubrir lo que son, sus modelos y opciones de sociedad, “transformizados” en clientelismo y populismo, con la idea que no se note “tanto” su vocación elitista, que se disimule aquella naturaleza que segrega y discrimina para que la minoría se pueda erigir o ungir en una mayoría que no es tal, que es sólo una imagen falseada de la realidad.
En definitiva, con el caso Penta en la conversación de cada hogar, la derecha no puede caer en el escapismo de pensar que saldrá de esta gravísima crisis con una simple operación maquillaje. La teoría del “error involuntario” se cae a pedazos.Cambiarse nombre será confesar la culpa sin querer reconocer el delito.
En la vida y en la política es difícil aceptar la cruda realidad, pero hace ya mucho que la derecha se las ha arreglado para eludir el momento que, ante su pasado, deban abordar un reconocimiento sincero ante la sociedad chilena, que nada puede excusar la crueldad y la represión en que estuvo comprometida y que no tuvo valor de enfrentar y detener y de la que incluso se hizo cómplice culpable.
De no ocurrir ese ajuste con la más profunda conciencia del país, el así llamado “pastelazo” seguirá sin solución. Lo que pasó es que hubo quienes olvidaron que no todo se compra con dinero. Hay cosas que, simplemente, no se adquieren con boletas.