En reiteradas ocasiones he manifestado que las virtudes cardinales para un partido político o movimiento ciudadano son la claridad de sus ideas, la fuerza testimonial de sus militantes, la ética de su comportamiento, la coherencia entre el hablar y el conducir sus acciones y su cultura histórica para conciliar las decisiones del presente y las metas del futuro asentadas en su pasado.
Así también cuando estas virtudes no se cumplen reiteradamente, ellos fracasan por pérdida de la confianza pública o por lo que Ortega llama desculturización (discrepancia entre su orden fundacional y la meta que se logra).
El balance de esta ecuación es la que afecta su destino. Cuando el balance negativo es total en el espectro político es “la política como actividad” la que se desprestigia y pierde su rol conductor en el país.
Es lo que nos está sucediendo en Chile hoy.
En la Vieja Minoría- la derecha tradicional- perdió su sentido de “patria” del que tanto se ufanaba y su sentido republicano a manos de la variable económica, bursátil o propiamente avara sin escrúpulos. Ese sentido fue lo que mantuvo la fuerza conservadora de los siglos pasados o la fuerza del pensamiento liberal del país cuando el peso de la Ley era exagerado u opresor.
En la Nueva Mayoría pasa – mutatis mutandi – algo muy parecido. Sus deficiencias son la desafección de sus adherentes, la permanente fronda política de sus integrantes contrario al ADN de su fundación y sus virtudes, la esperanza de cambios eficientes y profundos para repasar lo que no pudo hacer la Concertación por falta de apoyo parlamentario.
Ha sido un caminar errático o un hablar en exceso desoyendo el juicio del Quijote cuando interpela a su escudero: “Al buen callar llaman Sancho”, o la sabiduría que señala que “por algo Dios nos dio sólo una lengua, pero dos orejas para más escuchar que hablar”.
Pero hay un punto de vista más profundo que hace increíble las dificultades de la Nueva Mayoría.
La historia del progresismo chileno desde hace más de 60 años ha buscado lograr una mayoría sustancial para concretar sus programas. Hoy la tenemos y sin embargo, se la da por muerta a 4 años o impropia de hoy, o carente de proyección de futuro.
¿Por qué este desprecio por su valor si siempre la aspiramos con enorme ilusión aunque por distintas razones? Es lo que justifica el título de este artículo.
La Democracia Cristiana- le guste o no a algunos camaradas- aspiró a ello en la Revolución en libertad y no lo consiguió por errores con sus partidarios.
El Partido Socialista- desde su renovación- definió un modelo democrático de llegar al poder y fue clave en la creación de la Concertación.
El Partido Radical ha sufrido dolores de parto hasta lograr su unidad dentro de la centro izquierda que es su alma mater.
El Partido Comunista clamó por años de su inclusión en la alianza que hoy integra después del eurocomunismo y de la democratización de la Unión Soviética.
El país votó a una mujer, líder, de mente amplia, socialista “a la europea” que no asusta con su presidencia y con una inmensa mayoría.
¿Cómo podemos agradecer al pueblo de Chile, este momento “princeps” del progresismo democrático unido por sus banderas humanistas laicas, socialistas y cristianas?
De una sola y sólida manera:
Fortalecimiento de lo común que nos une.
Arbitraje sobre lo que nos separa porque somos una combinación virtuosa y no un partido único.
Respeto mutuo a todo evento.
Postergación de todas las candidaturas presidenciales que enardecen y enturbian las relaciones .
Un comportamiento ético en lo privado y público.
Transformar el poder en servicio al pueblo chileno para no poner al pueblo al servicio del poder.
Asumir la vieja sentencia agustiniana.
En lo de fondo, Unidad. En lo contingente, Libertad sujeta al bien común y siempre Respeto.