Desde el Fondo de las Naciones Unidas para la Infancia, fui testigo privilegiado del deterioro social que provocaron las dictaduras de los setenta en Uruguay, Argentina y Chile. La situación de los niños es un termómetro indiscutible sobre los efectos en la sociedad de las políticas implementadas por los gobiernos.
También desde ese contacto permanente con la realidad de los tres países vi cómo en Uruguay comenzó un diálogo para retornar a la democracia después del triunfo del NO en noviembre de 1980, proceso que duró cinco años hasta que Julio María Sanguinetti resultó electo y asumió la presidencia.
En Argentina fui testigo del sufrimiento provocado por la guerra de las Malvinas. La derrota envió a los militares de regreso a sus cuarteles, ganando Raúl Alfonsín la elección democrática en 1983. A su vez Chile, como sabemos, conquistó la democracia en las urnas con el triunfo del NO cuando ya finalizaba la década de los ochenta.
Cuando triunfó el NO pensé, como tantos, que lo más probable era que Patricio Aylwin ganara la elección presidencial de hace 25 años. Dicho triunfo para nadie fue una sorpresa. Lo que superó todas mis expectativas -y la de tantos compatriotas- fue el espléndido gobierno que hizo Patricio Aylwin.
En breves líneas diría que las razones de dicho éxito se encuentran en la habilidad del propio mandatario para gobernar, es decir dar liderazgo y conducción política, en momentos tan difíciles.
Su fortaleza y entereza moral, sus firmes convicciones democráticas y sus éxitos y fracasos anteriores fueron elementos claves en su gestión.
Siempre fue un primus interpares en la coalición política, que se aglutinó bajo el propósito de restablecer los valores más preciados de la democracia, la libertad, el respeto por la personas, focalizando los recursos del Estado en los más pobres, asegurando dignidad en el trabajo, en la vivienda social, en la salud pública, en la educación, dando a su vez seguridades a todos los demás sectores de la sociedad, especialmente a las mujeres.
Como hombre de derecho tuvo clara la importancia de fortalecer la institucionalidad dando certezas a todos. Inspiró confianza en toda la ciudadanía, especialmente en los perseguidos por sus ideas políticas.
Su selección de los ministros, subsecretarios, intendentes, jefes de servicios y directores de las empresas públicas fue especialmente certera.
Además tuvo un trato delicado con los que no eran miembros de su partido. La lección del sectarismo que había acompañado a la Democracia Cristiana estaba debidamente aprendida.
A su vez, los partidos políticos fueron un gran aporte, como parte fundamental en el diálogo democrático y la búsqueda de grandes acuerdos. Chile necesitaba que el primer gobierno democrático después de la dictadura fuera capaz de dar gobernabilidad, reinsertara al país internacionalmente y diera a la economía el giro necesario para fomentar las inversiones, el ahorro y el crecimiento con equidad.
Aylwin llevaba pocos meses como presidente cuando firmó la Convención de los Derechos del Niño, permitiendo de esta manera que Chile diera el quorum necesario para que entrara en vigencia. Uno de sus primeros viajes al extranjero fue a la Cumbre en favor de la Infancia, dejando así en claro las prioridades de su gobierno.
Con el paso de los años la figura de Aylwin se acrecienta. Lamentablemente, en estos días de retroexcavadoras, de sectarismo en contra de los propios aliados y de proyectos poco afinados, pareciera que el exitoso gobierno de la Concertación encabezado por Aylwin no constituye una experiencia digna de tenerse en cuenta en el siglo XXI.