Tiembla nuevamente en nuestro país. Son exactamente las 21:36 horas del 16 de noviembre 2014, y la tierra, esa profunda tierra nos vuelve a recordar que formamos parte del cinturón de fuego del pacífico, esa franja de tierra que compartimos entre otros muchos países, con Perú, Bolivia, Colombia y México.
La tierra libera su energía acumulada y en mi mente desde hace un mes que la energía de dolor se acumula. Ese dolor de saber que son 43 estudiantes que nos faltan. Que son 43 hermanos desaparecidos. Que son 43 vidas que esperamos.
Sube a nacer conmigo, hermano.
Dame la mano desde la profunda zona
De tu dolor diseminado.
No volverás del fondo de las rocas.
No volverás del tiempo subterráneo.
No volverá tu voz endurecida.
No volverán tus ojos taladrados
Hoy la tierra nos recuerda sus ciclos poco definidos en que se manifiesta. Todos los que habitamos la larga tierra sísmica de América Latina, sabemos que volveremos a vivir la violencia de la tierra. ¿Cuándo? No lo sabemos.
Esa larga duración de la actividad sísmica en nuestra tierra nos muestra que desde tiempos remotos aquí la tierra se mueve, y por cierto, se moverá. También la larga duración de la violencia nos dice que desde tiempos remotos en América Latina se llevan a cabo masacres como la que estremece México en el presente. ¿Basta esto para entender el aniquilamiento y desaparición de 43 estudiantes?
Enrique Krauze, escritor e historiador mexicano, señala que le extraña que esta masacre no ocurriera antes, ya que la zona de Guerrero es una zona violenta desde tiempos coloniales. Es decir, lo único seguro que tenemos, al igual que los sismos, es que volverá a ocurrir.
Las leyes naturales de la historia parecieran resucitar de la mano del escritor mexicano. La historia como condena, como trampa, como línea recta de la cual no podemos escapar, ya que, citando al escritor mexicano para el caso de Guerrero, aquí opera una ancestral cultura de violencia.
Piedra en la piedra, el hombre, ¿dónde estuvo?
Aire en el aire, el hombre, ¿dónde estuvo?
Tiempo en el tiempo, el hombre, ¿dónde estuvo?
Pareciera no importar para Enrique Krauze, los datos que él mismo entrega en su artículo, es decir, nada tiene que ver que más del 70% de la población de Guerrero viva en la pobreza, ni que ese mismo Estado desde los años setentas sea uno de los más militarizados de México. No. Eso es irrelevante, lo que verdaderamente importa, según se desprende de las letras de Krauze, es esa larga tradición de la violencia endémica. Esa violencia que se acumula, como la energía de la tierra, y que al igual que esta, explota devorando todo a su paso.
Solo que la violencia política tiene una diferencia central con la violencia natural de la tierra: la tierra arrasa con ricos y pobres, la violencia política, por lo general, solo devora pobres.
Por lo tanto, esa aparente ingobernabilidad intrínseca que se le quiere atribuir a Guerrero, es más bien una cómoda posición simplona, que muy por arriba trata de señalar que es mejor no meterse, que para qué tanto análisis si total, al igual que los temblores o erupciones, es una más de las que hubieron, una más de las que vendrán.
Mostradme vuestra sangre y vuestro surco,
Decidme: aquí fui yo castigado,
Porque la joya no brilló o la tierra no entregó
A tiempo la piedra o el grano:
Señaladme la piedra en que caísteis,
Y la madera en que os crucificaron.
México, al igual que Chile, Bolivia y Colombia, es uno de los países por donde pasa este cinturón de fuego del pacífico. También Perú, que en los años 80 vivió su propio enjambre de violencias. También se señalaba que la violencia en Perú era culpa de los indios, de la barbarie y de la larga tradición de la violencia (parafraseando a Peter Klarén, uno de los autores que señala que la violencia es natural en Perú).
Nada importaba la ausencia del Estado en zonas quechua-hablantes, no importaba las altas tasas de analfabetismo de la región, de la pobreza absoluta de sus habitantes, nada importaba la representación de lo moderno en Lima, y lo bárbaro en la selva. Sendero Luminoso se apoderó de los poblados más empobrecidos de Perú, la respuesta no se hizo esperar y el Gobierno envió a sus Rangers para aniquilar a la población civil que apoyara a Sendero: dos placas en una zona de subducción chocando, friccionándose.
Con su chalequito amarrado a los hombros y su pelo engominado, como todo buen vendedor de Best-seller gringos, Álvaro Vargas Llosa no se demora en situar lo que pasa en México como una rutina, “la rutina del horror”, es decir, la naturalización de la masacre. Él, claro está, de manera solapada critica a la izquierda (esa izquierda radical según él) de lo que pasó con los estudiantes, ya que los mismos estudiantes, polera en la cara, salen a criticar a un Estado ausente y cómplice del narcotráfico. Vargas Llosa, eso sí, señala que el problema en América Latina es que no podemos dejar de ser bárbaros. Faltarían páginas para responder este añejo y fascistoide argumento.
En suma, la historia no es una trampa. Solo para los rasgos más añejos de una rancia aristocracia, defendida por unos pocos dueños de todo, lo que pasa alrededor es culpa de la “naturaleza violenta de nuestra tierra”, para muchos, los más, los que están desde abajo acumulando fuerzas, esa violencia no es más que el resultado de las condiciones psico-materiales de la sociedad.
Las placas en la zona de subducción, hoy, se movieron 43 centímetros.
La tierra acumula su energía. Los pueblos están acumulando rabia.
(Vivos los queremos).