Parafraseando a Sigmund Freud, que se preguntaba ¿qué quieren las mujeres? y reconocía su incapacidad para resolver ese dilema, los analistas políticos deben estar devanándose los sesos para solucionar el problema del momento, ¿qué quieren los chilenos?
La Presidenta Michelle Bachelet fue electa con una amplia mayoría y la promesa de avanzar hacia una reforma educacional que comprendía la gratuidad y la calidad. Era claro que la ciudadanía respaldaba entonces esa promesa, era parte del contrato suscrito entre la candidata y los electores, pero ocurre que a menos de siete meses de la actual administración ya la gente no apoya mayoritariamente la reforma educacional.
¿Es que el contenido de la promesa ha cambiado, o es que los chilenos han cambiado de opinión?
Los sociólogos han comentado con anterioridad sobre la idiosincrasia nacional, y es sencillo encontrar ejemplos sobre la capacidad de los habitantes de esta larga y angosta franja de tierra para cambiar sus opiniones con el más mínimo incentivo. Es cosa de ver cómo se ensalza y se derrumba a las figuras del deporte o del espectáculo. No hay razones para pensar que en el campo de la política sea distinto, y quien goza de la popularidad y el aprecio ciudadano un día puede fácilmente transformarse en un desapego en cuestión de poco tiempo.
¿Será esa la única razón que explique que, por primera vez, una encuesta muestre un mayor rechazo que aprobación a la actual Primera Mandataria? Naturalmente que no. Sin considerar los márgenes de error de cualquier encuesta, es improbable que un fenómeno social tenga una sola causa, y en este caso se puede recurrir desde la capacidad de la oposición para cuestionar las iniciativas del Gobierno hasta el desencanto de la ciudadanía por la falta de resultados en el corto plazo.
Se puede argumentar asimismo a partir de la falta de unidad y el clima de beligerancia entre los partidos de la Nueva Mayoría, así como recurrir a una falta de liderazgo por parte del Gobierno y hasta a la necesidad de cambiar parte del gabinete ministerial.
El caso del ministro Peñailillo es otra víctima más de esta actitud veleidosa del público. Hace un par de meses, algunos medios de prensa destacaban su carrera e insinuaban la posibilidad de levantar su candidatura presidencial Hasta se hicieron notas periodísticas respecto a su sastre y hoy aparece como el gran responsable de la pérdida parcial de apoyo ciudadano.
Luego están los demás ministros, los que no han logrado siquiera convocar al público para tener un grado de conocimiento superior al cincuenta por ciento, que arrastrarían consigo también un perjuicio al conjunto del Gobierno.
También se puede endilgar parte de la responsabilidad a intendentes, gobernadores, Seremis, jefes de servicio y, en general, a cualquiera que podría haberlo hecho mejor o que tenga dentro del ámbito de su competencia complacer o defraudar la confianza ciudadana.
Pero el problema de fondo sigue siendo el mismo, ¿qué quieren los chilenos?¿Cambios sin costos, llegar a las metas propuestas sin sacrificios ni esperas? Hay que asumir que es imprescindible considerar dentro de la ecuación la idiosincrasia nacional y que ello requiere un permanente proceso de diagnóstico para afinar el conocimiento sobre su voluntad.
Hoy en día, todos los sectores políticos hacen sus afirmaciones sobre cualquier tema en debate presentándose como los representantes -únicos y auténticos- de la mayoría de la ciudadanía, pero las mismas encuestas que pueden ser interpretadas en uno u otro sentido cuando los resultados no son definitivos, son concluyentes en mostrar que el apego de la gente respecto a la clase política sigue siendo invariablemente bajo.
En este sentido, quizás sea una tarea imposible saber qué quieren los chilenos, aunque sí se podría avanzar en la resolución de la duda opuesta, ¿qué es lo que NO quieren los chilenos?