06 nov 2014

El sueño de Quimantú

Hay un sueño chileno -exclusivamente chileno, como las empanadas y el vino tinto- que se resiste a morir y renace cada tanto, de la mano de debates, conversaciones o reportajes sobre la lectura: la experiencia Quimantú. En días reciente, lo renueva un libro de Hilda López, una histórica “quimantusina” o “quimantusiasta” que lleva el título que encabeza este comentario, y algunas ideas surgidas del natural proceso de actualizar nuestras políticas hacia la lectura: la editorial del Estado. Algo así como una pócima mágica que resolverá todos los problemas, que son muchos y variados.

Primero, cabe recordar que acaba, tristemente, de morir la primera editorial estatal que tuvo Chile: Jurídica Andrés Bello, fundada el 28 de enero 1947 por Ley 8.737, corporación de derecho público de propiedad de dos socios potentes: el Parlamento y la Facultad de Derecho de la Universidad de Chile, que no pudo sobrevivir en el concentrado mundo editorial de hoy, a pesar de haber desarrollado clubes de lectores, líneas de libros auxiliares de la educación y otra estrategias de lectura masiva.

La primera restricción entonces a una editora nacional es precisamente su condición de tal, es decir, el alcance limitado sólo a un territorio mientras tres o cuatro trasnacionales llegan, literalmente, a todo el mundo. Competir en esas condiciones es complejo por no decir imposible.

La segunda estatal de los libros fue en 1970, Quimantú. Nació con el sueño del Presidente Allende de erradicar de una población desnutrida física e intelectualmente, tales lacras. Lo cumplió con el medio litro de leche en el primer caso y con libros del precio de una cajetilla del cigarrillo más popular -los Hilton- y luego de los libritos más baratos que era posible encontrar en los kioscos de periódicos: Corín Tellado y Texas Ranger.

Nadie pudo, entonces -1970 a 1973- dejar de leer. Los ejemplares salían al encuentro del lector en las organizaciones sociales, en los puestos de diarios y, obvio, en las librerías, que eran considerablemente más que en la actualidad.

El objetivo era democratizar la cultura, a lo que colaboraban un exceso de circulante, escasas opciones de entretención en las capas populares que se incorporaban al proceso político, el entusiasmo innegable del mismo y una política cambiaria que favorecía una divisa muy barata para las importaciones relacionadas como el papel y las tintas.

Un escenario bastante diferente al que hoy acoge el sueño de la editorial estatal.

Sin embargo, la idea que subyace es pertinente a un momento de adecuación de las políticas lectoras. ¿Cómo el Estado contribuye a mejorar los índices lectores?

Los caminos son dos -ni la editorial ni la eliminación del IVA-, el primero es sembrar el país de bibliotecas y otros centros culturales donde el libro aborde al lector en un buen entorno, cantidad adecuada y en horarios de tiempo libre para el estudiante y el trabajador.

La segunda, es el perfeccionamiento del Fondo de Fomento del Libro y la Lectura, creado el 1ª de julio de 1993 por Ley 19.227, con su consiguiente dotación de recursos para estimular a los autores, la industria y los lectores, orientado por un Consejo Nacional del Libro y la Lectura tan participativo como representativo del sector, que vaya afinando las políticas públicas al respecto.

Lo que está ocurriendo en este plano es alentador: el Borrador de indicación sustitutiva del Proyecto de ministerio de Cultura pone en una misma mano a bibliotecas públicas y Consejo del Libro, desarticulando así la actual DIBAM que pone en un mismo saco a museos y bibliotecas, cada vez más antitéticos desde el punto de vista de su gestión.

Por otra parte, la Presidenta Bachelet ha anunciado para enero 2015 una nueva política hacia el libro y la lectura que está, en estos momentos, surgiendo del debate y la participación de todos los incumbentes. Único camino para consensuar lo que viene.

¿O acaso, se piensa que, hoy por hoy, una editorial estatal tendría los niveles de acuerdo para elaborar su lista de títulos como lo hizo Quimantú?

Quimantú fue una editorial de gobierno y sus líneas de publicación eran bastante semejantes al resultado de las interesantes discusiones de los comités de producción, del sindicato de la empresa, de los comités de la Unidad Popular y de la lectura que éstos hacían de la lucha ideológica que legítimamente existía en Chile.

Hoy, con una opción sólidamente instalada de sostener políticas de Estado, el mejor camino lo ofrecen los Consejos de la Cultura, del Libro y de otras disciplinas que establecen transversal y participativamente dichas políticas, alejados de los cambios electorales.

Dejemos entonces a Quimantú en su honrosa condición de sueño.

Un sueño maravilloso que inundó el país con millones de libros.

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  • Samuel Rivas

    Para ir a una biblioteca a leer en un buen entorno, como dice usted, los trabajadores tendrían que tener un tiempo que no se tiene. Es cosa de ver la gran cantidad de gente que lee en la micro o en el metro para ver que es muy poco el tiempo disponible, pero grandes las ganas de leer. A mi parecer, si la accesibilidad a los libros fuera mejor, tanto temporal como económicamente, mejorarían los índices de lectura. Ir a una biblioteca demanda tanto tiempo, o más, como ir al cine. ¿Usted conoce muchos trabajadores que van asíduamente al cine, que tienen el dinero, o el tiempo? Me refiero a la gente que tiene otras obligaciones además de trabajar, como compartir tiempo de calidad con los hijos, por ejemplo. Creo que el remanente de tiempo libre en que queda uno a solas es tan poco, que ocuparlo con un libro es la mejor alternativa, pero para eso, quizás lo mejor sería simplemente tener libros más baratos o más iniciativas como Bibliometro, y una campaña sostenida de incentivo y propaganda de la lectura.

  • Mister Jota

    Definitivamente las políticas sectoriales -cualquiera sea su ámbito- terminarán colisionando con la precaria distribución de las riquezas en nuestro país. Al estar inmersos en un sistema que prioriza la generación de riqueza -a todo evento- como motor de desarrollo, terminamos en discusiones etéreas acerca de si mejoramos esto o lo otro; pero siempre concluyo que la gran masa de chilenas y chilenos que no pertenecen al dibujo promedio de los 18.000 dolares per capita anuales. Así las cosas, será imprescindible trabajar fuertemente para -como dicen los futuristas- cerrar el amplio espacio de desigualdad socioeconómica imperante.