Aunque parezca increíble, aunque duela y sea incomprensible, nuevamente las autoridades de la Iglesia Católica en Chile se alejan, una vez más, del Chile real, el que no quieren ver y el que insisten en condenar.
La Arquidiócesis de Santiago, liderada por el cardenal Ricardo Ezzati, ha enviado al Vaticano una denuncia con una serie de antecedentes en que se incluyen las últimas declaraciones de los tres religiosos que cuentan con más afecto y respeto por parte de chilenos y chilenas, creyentes y no creyentes, quienes –con valentía y decisión- han manifestado su opinión en torno a temas que, definitivamente, a la Iglesica Católica le incomodan y pretende satanizar.
No nos extraña el apoyo inmediato surgido desde todo el país, y a través de todos los medios, a estos tres sacerdotes; definitivamente nos alegra.
Sí nos extraña que desde las autoridades eclesiásticas se insista en silenciar a quienes han demostrado no sólo un espíritu realmente cristiano, sino una vocación abierta al diálogo, a la reflexión y a la búsqueda de un país con más igualdades y sin discriminación.
Pretender sacarlos del camino sólo refleja la peor de las prácticas, pues ya se han ganado un lugar importante en el corazón del pueblo chileno y ello no se destruye con una denuncia en el Vaticano.
Este hecho sólo se suma a una cadena de errores, a una seguidilla de expresiones desafortunadas y a varias omisiones frente a hechos donde todos esperábamos que la Iglesia levantara su voz.Me refiero a los abusos de menores, al abuso de poder, a la discriminación ya la defensa corporativa de intereses muy lejanos a la opción por los más necesitados.
En sus homilías, el Cardenal nos ha pedido esfuerzos para dialogar, para avanzar hacia la concordia y la reconciliación. Qué paradoja más grande su decisión de denunciar a tres hombres que derrochan humanidad y bondad. Lo menos que esperaría uno del más alto dignatario de la Iglesia es coherencia entre su discurso y sus acciones, lo que claramente Ricardo Ezzati no puede exhibir.
El Padre José Aldunate ha luchado por la defensa de la vida, por el respeto a los derechos humanos y por la dignidad de todas las personas; manifestándose a favor del amor entre dos personas del mismo sexo, valorando los sentimientos y el derecho de todos a expresarlos y vivirlos sin ser juzgados. El sacerdote Mariano Puga se ha atrevido a denunciar las injusticias, las inequidades y la hipocresía de muchos frente a los más desposeídos.
El padre Felipe Berríos ha manifestado su opinión, sin miedos, pese a todas las críticas y presiones que él mismo ha reconocido; se ha puesto del lado de quienes sufren, de quienes se han sentido marginados de la Iglesia por razones a estas alturas incomprensibles. Para los tres, nuestro profundo reconocimiento.
Han sido, definitivamente, mejor rostro de la Iglesia, la mejor voz y el mejor testimonio de fraternidad . Denunciarlos por aquello sólo provoca recordar la antigua y horrorosa Inquisición.