Las encrucijadas históricas, aquellas que marcan un antes o un después en la vida de una nación, merecen el nombre de tales si la perspectiva posterior confirma o no que se constituyeron en un momento decisivo, de aquellos que trascienden en el tiempo; es decir, si lo que allí sucedió marcó ese periodo, si lo que estuvo en juego resultó o no de alcance determinante o si sólo fue un hecho más, rutinario y puntual.
Es mi convicción que lo ocurrido hace 26 años, en el Plebiscito del 5 de octubre de 1988 fue un hecho histórico, cuyo resultado provocó una derrota política decisiva al afán de la dictadura de Pinochet de permanecer en el poder.
En aquellas circunstancias, se desarrollaba una dura brega para restablecer la democracia en Chile, las protestas populares que se iniciaron en mayo de 1983 daban cuenta de un extenso movimiento social que reclamaba Pan, Trabajo, Justicia y Libertad, rompiendo con aquel triste periodo denominado por el cardenal Raúl Silva Henríquez como “la paz de los cementerios”, que caracterizara la cruenta represión con que se consolidó la dictadura.
Al calor de esas luchas democráticas y populares, en muy difíciles condiciones se desplomó la proscripción de las fuerzas políticas, se instalaron medios de prensa e información independientes y se reinstalaron los agrupamientos y organizaciones que, finalmente, derrotaron el régimen militar. En tal contexto, todos los esfuerzos y una potentísima diversidad de fuerzas confluyeron tras el tan ansiado objetivo de recuperar para Chile la libertad perdida.
El Plebiscito del 5 de octubre en su origen cumplía una función de simple confirmación de Pinochet; así fue el diseño del dictador en 1980. Sin embargo, el país había cambiado, la censura derrotada y la civilidad reactivada, así como los Partidos políticos lograban estar reorganizados, con ello se hizo posible enfrentar y derrotar el plan de perpetuación.
Pinochet ya no controlaba lo que creía controlar. Fue una situación paradojal e irrepetible.Advertir esta singularidad del escenario nacional fue mérito de las fuerzas que se agruparon en la Concertación, no obstante, el conjunto de los opositores al régimen convergieron en el NO haciendo posible la victoria.
De imponerse la opción del SÍ, es decir, la eternización de un pinochetismo sin otro proyecto que contener la demanda democrática a fuerza de represión, mezclada con un autoritarismo populista que no era más que la atomización del movimiento social con un asistencialismo barato. En tal caso, sin mayores perspectivas, Chile habría caído en una etapa de decadencia en que las fuerzas opositoras hubieran afrontado severas dificultades para mantenerse unidas y seguir bregando tras el objetivo democrático. El triunfo de Pinochet con el SÍ era impedir el retorno a la democracia por un periodo indefinido.
Para bien de Chile no ocurrió así. La fuerza democratizadora de la opción del NO unió a los más vastos sectores ciudadanos, germinando una alternativa política que se expresó primero, en el Comando del NO, y luego en la Concertación por la Democracia, al mismo tiempo, el impulso popular generó en los Partidos que se unían una potente capacidad organizacional que anudó en la base social, mesa a mesa, el control del Plebiscito en los lugares más alejados del territorio nacional, haciendo imposible un fraude que desconociera la voluntad popular. La fuerza bruta fue derrotada por un lápiz.
La unidad en torno al NO creo una mística, cantos, emblemas, símbolos e imágenes que se extendieron masivamente con una energía incontenible, sin que pudieran ser frenadas ni anuladas desde el aparato estatal, ni con la CNI ni con las maniobras vergonzosas de la campaña del SÍ.
En tal contexto, la derecha amarrada a la suerte de Pinochet sufrió una derrota de carácter histórico.
Al movilizarse la voluntad del país, tras una misma comprensión de cuál era el interés general de la nación se produjo el más importante ejercicio de soberanía popular y autodeterminación desde la independencia nacional.
Ante ello, en la noche del 5 de octubre, Pinochet intentó un autogolpe de Estado que ahora parece irrisorio, pero cuyo costo social habría, una vez más, sido pagado por las fuerzas populares. En ese momento, los uniformados en los que había sostenido su dictadura terrorista le dieron la espalda. Ahora sí que tenía que conocer el gusto amargo de la derrota.
Aquel día fue testigo y escenario de una formidable hazaña popular y nacional, que liquidó el plan de perpetuación institucional de la dictadura y cambió el curso de la historia de Chile.