Cada encuesta -ya sea que tenga algo de prestigio o sea vista tan sólo como un instrumento a favor de una causa, persona o sector político-, no puede evitar mostrar el declive acelerado, casi en caída libre, del prestigio de la política y los políticos. De confianza, nada. De sospechas, mucho o todo.
¿Por qué pasa esto? Seguramente los estudiosos podrán tener profundos y abundantes análisis para explicar el fenómeno que es mundial, pero particularmente fuerte en algunas naciones, entre ellas la nuestra. Para gente común y corriente como yo y muchos de quienes lean estas líneas, las razones saltan a la vista.
En primer lugar la política se trasformó en una representación con malos argumentos y peores actores. Así, en este escenario, los pocos que califican como preparados y estudiosos parecen desmerecidos ante una comparsa mediocre, filibustera, sin peso específico, pero estridente.
Sumada a esta dura realidad, donde se hace más patente la mala educación (porque un título universitario no garantiza inteligencia, capacidad ni conocimiento, al menos no en el Chile de hoy) se encuentra el papel cómplice que juegan los medios de comunicación al banalizar y hacer más evidente la mediocridad de nuestra política.
En un afán por simplificar la realidad, categorizan de manera burda, amplia, sin aplicar análisis finos. En el afán por impactar, persiguen a los políticos detrás de “la cuña”-una frase de la que no importa la sustancia sino la forma, ojalá lo más altisonante y conflictiva-, para luego estimular, lo que no requiere gran esfuerzo, la réplica y contra réplica del que quiera pisar el palito.
Así, cada día los lectores, televidentes, radioescuchas sufrimos el impacto de alguna frase, que es respondida de inmediato por el otro y en esto caen no sólo los aspirantes a políticos, sino también lo más experimentados, … si hasta los presidentes de partidos, sean éstos de la Alianza o de la NM entran en el jueguito.
A éstos sumémosle las entrevistas a “personeros” -algunos jubilados de la política y otros que viven de glorias pasadas personales y/o familiares- para que supuestamente aporten la reposada sabiduría de la experiencia y que aparecen como voceros autorizados de algún partido o movimiento, aunque sus dichos y figuras conmuevan cero a los militantes.
Así, se sigue fomentando el elitismo sin forma, fondo, espíritu, ni razón social; sólo se abusa de las oportunidades que por cuna, recursos o redes se tienen. Hablar lo que sea para influir es una de sus tareas habituales. Y nosotros, la prensa, somos útiles a ellos cuando-no importando si lo que se dice tiene sentido o valor-, lo multiplicamos y prolongamos en el tiempo…
¡Habla, que yo te respondo!… ¡Y qué dijo el otro!… tristemente, eso es la política nacional hoy día.
Puros declarantes, atacantes de lo que sea, pura boca,… boca loca.