Llego el mes de septiembre y, con razón, se rinde homenaje a la memoria de las víctimas y de los caídos en el duro esfuerzo que significó restablecer la democracia en Chile. En muchos hogares las familias rememorarán al padre o la madre, hijo o hermano ausente, a quién permanece como detenido desaparecido, al joven que perseguido se fue al exilio, a la muchacha que fue violada o al abuelo que fue exonerado de su trabajo y cayó en la pobreza.
En este marco,las emociones se desatan.Septiembre es un mes de congoja por el derrumbe de la democracia,y también de festejos por la celebración de la independencia nacional.Este es un mes de insalvables contradicciones, de velatones y misas, de fondas y cuecas.
Además, en este septiembre del 2014, se conmemora el 50 Aniversario del triunfo del Presidente Frei Montalva en 1964, que dio inicio a la reforma agraria y acometió la chilenizacion del cobre, así como, el 44 Aniversario de la elección de Salvador Allende en 1970.
Ambos, junto a Pedro Aguirre Cerda están entre los presidentes visionarios del siglo XX que impulsaron el progreso social de Chile, de aquellos que supieron marcar un rumbo cuando la nación lo necesitaba.
En las dos elecciones presidenciales con liderazgo entre el centro y la izquierda (1964 y 1970), ambos conglomerados se empinaron a una fuerza mayoritaria de dos tercios del electorado nacional. Sin embargo, su lamentable distanciamiento fue, a la postre, decisivo en el cuadro político en que se abrió paso la conjura golpista de 1973.
Las consecuencias de ello, señalan que no hay excusa ni argumento que valide el desencuentro entre los demócratas chilenos, errando históricamente los que piensan que es mejor que se ponga término a la colaboración en tareas de gobierno entre el centro y la izquierda, creyendo que de ese modo se tomaría “el camino correcto”, como insinúan, debió ser desde el primer momento el proceso de reinstalación del régimen democrático, una ruta sin la complejidad de actuar en alianza generando mayorías para avanzar, una línea de acción purista pero estéril, sin tomar debidamente en consideración las condiciones históricas concretas que ha vivido el país.
Si primara el criterio estrecho de que mientras menos mejor, el bloque de la “nueva mayoría”, rápidamente pasaría a ser minoría. En esa idea se cree que llegó la hora de poner término al periodo de unidad en la diversidad que ha perdurado ya durante más de un cuarto de siglo, en la Concertación y ahora en la Nueva Mayoría; en el caso que ese enfoque prevaleciera sería fatal para el proceso de reformas en curso en nuestro país. La mejor manera de impedir las reformas es hacer minoría a la mayoría.
He insistido en la idea que ello sería fatal, ya que la ausencia de la mayoría social y política necesaria para los cambios, generaría un vacío político que vendría a ser ocupado y utilizado por los grupos o fuerzas disgregadoras que se empeñarían en imponer propuestas populistas, haciendo imposible la conducción de la agenda contra la desigualdad, propiciando la confusión y la dispersión de las fuerzas hoy aliadas, agrupadas y orientadas en un objetivo común. La unidad es la clave para enfrentar las tareas pendientes.
Más aún, Chile necesita ejercitar su diversidad cultural y política. La conducta del fenómeno de anarcofascismo que marca las manifestaciones, en que los llamados”encapuchados” quieren agredir físicamente a todos quienes no les simpatizan, da cuenta de un resabio de intolerancia en la cultura nacional que es sumamente peligroso.
En democracia se requiere la interacción, la colaboración y la influencia recíproca entre fuerzas que son diferentes. Vencer al sectarismo y los rezagos dogmáticos del autoritarismo lo hacen indispensable.
En 1970, la idea estratégica del líder que encabezaba la coalición de la Unidad Popular, Salvador Allende, apuntaba en la dirección de lograr la más amplia unidad, su insistencia era sumar y no restar. Ir más allá de las fronteras del movimiento popular y proyectar una auténtica alternativa nacional. Algunos desean ignorar esa característica básica del liderazgo de Allende. O, tal vez, simplemente no conocen su personalidad política en todas sus múltiples dimensiones.
La Unidad Popular aspiraba a ser la convergencia de quienes, en los más amplios sectores, abrazaban un proyecto común y no una elite de iluminados. Su propósito era la transformación de Chile en democracia. El sectarismo y el abuso con el verbalismo ultra revolucionario con que se actuó por parte de algunos en su coalición, fueron sus más tenaces adversarios.
La actitud permanente de Allende, su inclinación natural era hacia la amplitud y hubo de bregar en el seno mismo de las fuerzas de izquierda en contra de la estrechez, saliendo tantas veces al paso de aquel errado enfoque que concibe las escisiones y proliferación de grupos dispersos, pero bulliciosos, como “crisis de crecimiento”.Nadie se fortalece dividiéndose.
Un Chile más justo, como centro articulador de la propuesta allendista, es una idea plenamente convergente con las reformas contra la desigualdad que hoy se impulsan en nuestro país.
El proyecto político de la vía chilena al socialismo, “en democracia, pluralismo y libertad”, adelantándose visionariamente en el tiempo al derrumbe de la ex Unión Soviética, no tenía como propósito la estatización del conjunto de la economía y tampoco generar un sistema político de Partido único que asumiera el control del debate público y el monopolio de las ideas. Su pilar esencial se puede resumir en la idea de avanzar hacia la justicia social en democracia.
Muchas veces en sus discursos, Allende reiteraba su gran objetivo: “que el pueblo tomara en sus manos su propio destino”. Esa idea estaba fundida a la defensa del pluralismo y la diversidad, al esfuerzo por la evolución de las instituciones democráticas y republicanas como la base de la construcción del Chile que soñaba.
Por eso, no me cabe duda que hoy estaría activamente presente en la lucha contra la desigualdad, en el esfuerzo de configurar la mayoría nacional que se requiere para lograr hacer realidad un proceso de reformas necesario e indispensable para la estabilidad democrática, tarea que se hunde y emerge de las luchas históricas por el progreso social en Chile.