Uno de los temas de mayor impacto en el debate político de los últimos años ha sido el tema de la desigualdad como un producto no deseado del crecimiento.Esto no ha sido sólo en Chile sino en gran parte de las economías más poderosas o emergentes, pero en Chile ha tenido un impacto mayor, a tal punto que –según los estudios internacionales- tenemos uno de los mayores niveles de esa inequidad.
Otro hecho de la causa es la discusión acerca de los mecanismos para corregirla en un nivel y profundidad razonable en el corto y largo plazo para prevenir una radicalización social.
De esta discusión han surgido tres hechos unánimemente aceptados.
La equidad en educación desde el parvulario, la creación de un modelo de acuerdo social y una reforma tributaria donde paguen quienes tienen mayor patrimonio o ganancias. Ello tiene claroscuros, pero con el grado de desigualdad existente en Chile la reforma tributaria es un problema ético y no sólo económico.
Las cifras así lo demuestran. Si consideramos el promedio patrimonial de los 10 grupos económicos familiares o unipersonales (del orden de 2.500 millones de dólares o más) colocados en un banco al interés habitual y lo comparamos con el ingreso mínimo de $250.000 pesos, éstos últimos tendrían que trabajar treinta mil años para igualar el ingreso anual de los más ricos.
Es decir, el rango es de 1/30.000, lo que resuelve cualquier duda sobre la necesidad de su rápido despacho además de los acuerdos necesarios.
Para los humanistas cristianos, reitero, no es pues un problema sólo económico sino que ético. Más aún, es una bofetada al Cristo Crucificado.