A poco andar del nuevo gobierno, hemos visto a la derecha desplegar su estrategia de reposicionamiento para intentar salir de la derrota y de paso, impedir los cambios propuestos por el Programa de la Nueva Mayoría a nuestro país, que recibió el 63% de apoyo entre los que decidieron manifestarse políticamente través del voto en las últimas elecciones.
Se busca por una parte, crispar el ambiente, encontrando deficiente toda propuesta legislativa del gobierno y desarrollando contra las mismas las típicas campañas del terror llenas de inconsistencias y de hipocresía, con la complicidad manifiesta de algunos medios de comunicación masivos que poseen una clara identificación política.
Paralelamente se busca mostrar a la Nueva Mayoría como una coalición de gobierno con conflictos internos utilizando para ello, liderazgos de los tiempos de la Concertación que no representan el espíritu de la nueva Mayoría y poniendo el énfasis, con el apoyo de los mismos medios, en las legitimas diferencias existentes entre sus distintos componentes por sobre las fundamentales convergencias que en definitiva, son las que dan forma al programa de gobierno con el cual todos, cual mas cual menos, se han comprometido voluntaria y responsablemente.
Su estrategia, sin embargo, presenta una debilidad que no pasa desapercibida en una sociedad que parece haber madurado a tal punto en sus valores democráticos y en sus demandas por mejorar su calidad de vida y que ya no se queda en los titulares de la prensa del modelo ni en las frases hechas en las oficinas de la derecha, que se repiten una y otra vez, hablando a nombre del país o de lo que “Chile necesita”, como buscando convertir sus intereses de clase en realidades a medias.
De hecho, da un poco de pudor ver a algunos diputados de derecha en ese estado de hipócrita crispación, preparando, antes de los tres meses del nuevo gobierno, una interpelación al ministro del interior, por la violencia en la Araucanía, cuando en los cuatro años de su gobierno jamás interpelaron a sus ministros por la misma razón o preparando una interpelación a la ministra Sabal, de Vivienda y Urbanismo, por supuestas faltas de consistencia en las cifras o por el supuesto retraso en los procesos de reconstrucción de Antofagasta y Valparaíso, cuando en sus cuatro años de gobierno, jamás interpelaron al Ministro Perez, que tanto defiende hoy a las AFPs desde su nuevo rol, a pesar de los significativos retrasos y los discutibles y contradictorios informes sobre los avances de la reconstrucción del 27F del 2010.
Da risa ver a los mismos diputados que antes defendían a la Dictadura o a quienes han sido desaforados por crímenes de lesa humanidad o a aquellos que hasta hace pocos años pedían, mediante la presentación de proyectos de ley, reponer la pena de muerte, tratando de detener a toda costa la posibilidad de legislar sobre el aborto terapéutico y en los casos de violación e inviabilidad fetal, escondidos detrás de una supuesta adhesión incondicional al “valor de la vida”.
Da risa verlos tratando de mostrarse como defensores furibundos de la misma clase media que ellos aniquilaron bajo este modelo económico, fundamentalmente extractivo, de apertura unilateral y por esencia concentrador de la riqueza en cada vez menos manos.
Da risa escucharlos cuando son sus AFP las que entregan pensiones miserables y son sus Isapres las que obtienen multimillonarias ganancias mientras la salud agoniza para las grandes mayorías de nuestra patria. Cuando son sus enormes cadenas comerciales de franco carácter oligopólico, las que han destruido los pequeños comercios de barrio, las pequeñas farmacias y los cines que ya nadie recuerda siquiera.
Da risa verlos hablando de la necesidad de diálogo, mientras siguen defendiendo un sistema electoral que le entrega a la minoría la posibilidad de vetar los cambios deseados por la mayoría y votan incluso en contra de la idea de legislar, como si la ciudadanía hubiese olvidado que gobernaron durante cuatro años sin jamás haber preparado un proyecto con la oposición, repitiendo hasta el cansancio que el lugar de los debates era el congreso y no otro.
La verdad es que da risa y al mismo tiempo rabia e impotencia su arrogancia y sus pretensiones de presentarse ante el pueblo como “expertos” en materia tributaria, educacional, laboral, etc., como si ya todos hubiéramos olvidado el fracaso de su modelo impuesto mediante la dictadura y los fiascos de sus anuncios faraónicos y de la inolvidable letra chica de todas sus promesas: el mejor censo de la historia; la Reforma Educacional más ambiciosa de todos los tiempos; el fin de la fiesta a los delincuentes y el inminente cierre de la puerta giratoria; la solución del problema de la Araucanía a través del emprendimiento indígena y la incorporación al Desarrollo, entre otros cientos de anuncios grandilocuentes que la realidad hizo pedazos.
Como si nos hubiéramos olvidado del final que tuvo el Gobierno de Excelencia que solo pudo mostrar estadísticas positivas en la medida que ajustaba los instrumentos de medición al logro de sus propias metas y que solo logró el record de coronarse como el gobierno con la más baja aprobación en la historia republicana de Chile.
Pero lo más triste de todo es que al parecer, tendremos que acostumbrarnos, una parte de la derecha no ha cambiado aun lo suficiente como para confiar en ella, ni para poder tenderles la mano y trabajar en conjunto.
De hecho, sigue estando llena de personajes que eran contrarios al divorcio hasta que se divorciaron, de otros que eran homofóbicos hasta que se encontraron con un hijo homosexual, de aquellos que afirman que nunca supieron nada de lo que acontecía en nuestra patria hasta que la verdad les estalló en la cara y de otros que muestran desprecio hacia el mundo de los trabajadores hasta que son ellos mismos los despedidos bajo las leyes que tanto defienden, por el bien de la economía y del país que ellos sueñan, porque han demostrado su incapacidad crónica de subordinar los proyectos individuales al interés colectivo y porque sólo son capaces de aprender en la medida de que su propia y amarga experiencia se los indique, pero son totalmente incapaces de ponerse solidaria y voluntariamente en el lugar de los otros para intentar ver algo más que la acotada realidad que les rodea.
Ante esta derecha hipócrita y fundamentalista solo resta la más amplia unidad de todas las fuerzas democráticas para realizar los cambios que hemos comprometido en este periodo de nuestra historia y que serán los que abran el camino a ese País con el que una mayoría indiscutible sueña y desea construir.