Fue unánime. Setenta y siete diputados, incluidos los de derecha, votaron a favor de un monumento para homenajear a Gladys Marín con monumentos a lo largo del país. El proyecto de ley aprobado en la Cámara recuerda la memoria de “una vida consagrada a luchar por la libertad, la democracia y la justicia social para su pueblo, para los trabajadores y sus familias”.
Si hubiera tenido que votar, lo habría hecho en contra.
Desde lo humano comprendo el dolor que para los familiares y amigos de Gladys Marín pudo habar significado su partida de este mundo y las injusticias que pudo sufrir por la dureza de la dictadura militar. Desde mi visión como cristiano, honestamente, espero que la Misericordia Divina sea capaz-como espero que Dios haga con todos nosotros-de apreciar sus virtudes y perdonar sus pecados.
Pero como ciudadano, desde lo político, y más allá de la emotividad de algunos y de los oportunismos de otros, creo que es adecuado cuestionarse por qué deberíamos rendirle honor y gloria a la dirigente Comunista. Y desde ahí me opongo a dicha beatificación política, porque en el intento de santificar el nombre de la fallecida dirigente, se obvian los horrores cometidos por ella, por su Partido y su ideología en la historia nacional.
Si Leon Bloy fuera chileno sin duda habría incluido en su “Exégesis de Lugares Comunes” la consecuencia de Gladys Marín. No me parece razonable sumarme al coro de quienes le destacan tal atributo. Al contrario, creo que si ha de destacarse alguna característica de la dirigente política sería su intransigencia e inconsistencia con el sentido común.
La “consecuencia” con una idea equivocada y esencialmente contraria a los derechos humanos, como lo es el marxismo leninista impuesto por la vía armada propiciado por Marín en Chile, no es una virtud. Es sólo contumacia, miopía o torpeza.
¿Exagero? No. Es sabido que el triunfo de la llamada “Rebelión Popular de las Masas” (RPM), propiciada a fines de los años ´70 por Marín sobre la base del sandinismo nicaragüense, fue la génesis del replanteamiento de la forma de lucha del Partido Comunista.
No es excesivo, pues, decir que el Frente Manuel Rodríguez, el Movimiento Juvenil Lautaro y múltiples movimientos terroristas de izquierda la reconocen como mentora.
Por lo mismo no es correcto obviar su responsabilidad política en la muerte de cientos de chilenos durante la dictadura militar y sus años subsiguientes.
Es por esto que no se puede, ni siquiera en el nombre de la unidad nacional, olvidar la obstinación de Marín de defender la vía violenta en política, superada por la naturaleza humana y caída en descrédito político, aún en el extremo de ignorar el valor de la vida humana de sus enemigos políticos.
No puedo, pues, consentir en dicha “beatificación” recordando, a la vez, a las víctimas y sus familiares del terrorismo izquierdista, el cual en virtud de la RPM obedeció, desde diciembre de 1983, órdenes del Partido Comunista. Tampoco consentirán en ella, presumo, los cientos de heridos en tales atentados, en los que sus víctimas perdieron sus piernas en las explosiones o quedaron ciegas por los ataques con ácido.
Respecto de cada uno de esos actos Marín tiene, al menos, responsabilidad política, sobre las que al parecer algunos han preferido arrojar un manto de olvido.El PC y su secretaria general, en su afán de terminar con Pinochet y su régimen, confundieron consecuencia con terror, horror y muerte.
Algunos han defendido tal medida fundados en que es bueno que en los espacios públicos todos puedan sentirse representados.
Según esa misma lógica, Manuel Contreras y, por qué no, Hitler, deberían tener estatuas en las grandes Alamedas, pues también hay quienes se sienten interpretados por ellos y consideran, para espanto de todos nosotros, que la violencia política es legítima y que poco menos que la dictadura obró bien al violar derechos humanos.
Claramente, la sola idea resultaría espantosa para las víctimas y para todos quienes tenemos convicción en la defensa de la libertad, la vida y la democracia.No comprendo por qué en este caso el horror debería ser menor.
No puedo dejar de pensar en algunas de las víctimas del extremismo propiciado por Marín. A algunos, a sus parientes, los conozco personalmente. Sé del dolor de gente inocente, común y corriente que fue víctima del terrorismo de izquierda propiciado por el Partido Comunista y su dirigenta.
Muchos viven en comunas que ya la han nombrado “hija ilustre” y deben pasar a diario por avenidas que llevan su nombre. Ahora, además, recordarán con dolor a quienes causaron la muerte de uno de los suyos, o a quienes los lisiaron, quemaron o hirieron, cada vez que vean monumentos de homenaje a la señora Marín.
Por todo ello sorprende y molesta la unánime decisión de los diputados. Espero que el Senado corrija este intento de beatificación, que más que a la unidad innecesariamente llama a la división y al odio.