Durante las últimas semanas algunos han querido discutir la “sobre ideologización” de diversas iniciativas impulsadas por el gobierno de la Presidenta Bachelet, intentando ver en ello un peligro para la “estabilidad” del sistema.
En el juramento que hacemos, o hacíamos los demócratacristianos, nos comprometíamos a cambiar el sistema capitalista, en la perspectiva de construir una sociedad comunitaria, donde la persona humana fuera el centro de la preocupación del bien común, cuestión que debería estar asegurada por la participación de un Estado activo.
Durante los últimos 25 años, desde la recuperación de la democracia se han verificado importantes avances, sobre todo permitiendo que millones de chilenos que vivían en condiciones paupérrimas hayan salido de esa condición. Más discutible es si esa misma cifra ha salido de la condición de pobreza, medida con mucha laxitud por nuestras estadísticas sociales.
Sin embargo, pese a ello, las condiciones de injusticia social permanecen prácticamente intocadas.
La distribución del ingreso permanece rígida en los últimos treinta años. La inequidad espacial, que desplaza a los pobres cada vez mas fuera de las ciudades se acrecienta, por el alza desmedida del suelo urbano.
La segregación en el sistema educacional hace que se acreciente un modelo que entrega muy diferencialmente un servicio que, en vez de ser considerado un bien social, es entendido como un bien de mercado y, por lo tanto, de apropiación individual.
El acceso a la salud es completamente desigual, dependiendo del nivel de ingreso de las familias y el sistema de pensiones hace crisis, obligando a la mayoría de los jubilados a vivir sus últimos años, con ingresos muy por debajo de la línea de pobreza, asumiendo incluso que ella midiera lo que pretende.
Si lo anteriormente dicho es cierto –y en ello parece no haber discusión- entonces cabe preguntarse por qué ello se produce. Y la respuesta es simple y obvia: el país lleva cerca de cuarenta años siendo conducido sobre la base de la aplicación de una visión ideológica impuesta en dictadura y que, con escasos matices prácticos, ha acompañado la vida nacional en ese período.
Quienes han gobernado, salvo durante los cuatro años de Piñera, justificarán que esto se produjo por la imposibilidad de contar con mayorías parlamentarias que permitieran cambios mayores, que modificaran el sentido de la construcción social. Aceptémoslo completamente, pues ello, lógicamente, obliga a algo distinto, dada la composición actual del parlamento.
Entonces hoy no hay justificación para abordar una discusión ideológica que antes se negó.
La forma práctica de esa negación anidó el concepto de “política de los acuerdos” que, como lo ha enseñado la historia, solo permite avanzar de manera conservadora, donde la minoría, anclada en sus privilegios, capacidad económica o, como en este caso, en un sistema electoral profundamente antidemocrático, nacido en dictadura, impone sus criterios por sobre el de la mayoría.
Como siempre sucede, “la flota avanza a la velocidad del barco más lento”. Así ocurrió durante 25 años en nuestro país.
Bienvenida entonces la discusión ideológica, que los conservadores, de todo el espectro, rehúyen, so pretexto de mantener “lo bien que estamos”, sin querer aceptar que eso no necesariamente es así, por lo menos no lo es para la inmensa mayoría de los chilenos.
¿Pueden “estar bien” los trabajadores que, en un porcentaje de más del 50% ganan menos de 236 mil pesos?
¿O los pensionados que, en su mayoría tienen pensiones menores a 200 mil pesos?
¿O los pequeños empresarios, que son explotados por las grandes cadenas del retail, que les pagan por sus productos después de 180 días de recibidos?
¿O los estudiantes y sus familias que terminan endeudados de por vida, por estudios inconclusos o de dudosa calidad, que les frustra la esperanza de cambiar su destino?
¿Se puede conformar el Estado con tasas de tributación que no existen en ningún país con condiciones similares al nuestro y que solo permiten perpetuar la inequidad, que hace que el impuesto al trabajo sea mayor al impuesto al capital?
En fin, el glosario podría ser eterno.
Bienvenida entonces la discusión ideológica, única manera de abordar el cambio necesario, que intente cambiar un estado de cosas que atenta en contra de la construcción de una convivencia orientada por los principios de la Justicia Social, concepto que algunos prefieren olvidar, aun cuando en los discursos digan compartir.
No es posible cambiar la orientación del país sino a partir de la decisión de “cambiar el modelo”, pese a que ello irrite a los conservadores; ya lo hemos dicho, que no solo están en los partidos de derecha.
Además, ello resulta inevitable. El movimiento estudiantil; Freirina y Aysén, Calama y Chiloé, han demostrado que los ciudadanos ya no aceptan excusas para acceder de un modo muy distinto a los beneficios de un desarrollo que solo ven en las noticias de televisión.
Ello llevó al 62% de la Presidenta Bachelet, lo que le da legitimidad y la obliga. Y lo está haciendo, cumpliendo sus promesas de campaña.
Solo cabe aplaudir y apoyar, activamente.
Afortunadamente, “la ideología que creíste haber matado goza de buena salud”.