Los sistemas electorales persiguen dos posibles objetivos: formar gobiernos estables premiando a las mayorías o representar fielmente la realidad, buscando expresar proporcionalmente al electorado. Por esto se llaman mayoritarios o proporcionales.
Cuando el Parlamento está compuesto por dos cámaras, como el nuestro, se busca que el Senado represente el principio regional, expresando en forma igualitaria o semejante a las regiones, aún en perjuicio de las de mayor tamaño, mientras la Cámara Baja debería expresar a la ciudadanía, según la población.Si ambas perjudican a las zonas más pobladas significaría que unos ciudadanos influyen más que otros.
Poco de esto ocurre en Chile. Nuestro sistema electoral es una rareza.No genera ni mayorías ni proporcionalidad.En realidad tiende al empate. La minoría con poco más de un tercio de los votos se asegura la mitad del Congreso. Tampoco expresa a la población.Hoy, circunscripciones y distritos de mucha población están subrepresentados.
Todo lo anterior, impide la solución de problemas básicos como la educación, la salud, la previsión, la defensa de nuestros recursos naturales por la acción de una minoría que se atrinchera en el Congreso para detener los avances.
La modificación del sistema electoral que impulsa el Gobierno busca dos objetivos básicos: primero, que el Congreso exprese de mejor manera la realidad de Chile, terminando con este empate que distorsiona la soberanía popular e impide las transformaciones; segundo, buscar que la Cámara de Diputados represente de modo más fiel la población del país.
La UDI, principal beneficiada del sistema binominal, se ha opuesto y ha enarbolado un argumento populista que aprovecha el malestar de la ciudadanía con los políticos y la complejidad del problema para tratar de mantener sus privilegios. Han dicho que no hay para que aumentar los parlamentarios – y con ello el gasto – y que bastarían los mismos para modificar el sistema actual.
Ello encierra una gran mentira. No es posible modificar el binominal sin aumentar los parlamentarios.Se lo demostraré sólo con el ejemplo de la Cámara de Diputados.
Ésta tiene hoy 120 miembros. Seguir el principio de representación poblacional señalado, esto es que la población se exprese fielmente, implica asignarle a Santiago unos 50 de esos diputados. Asimismo, las regiones más pequeñas (Arica, Iquique, Atacama, Valdivia, Aysén y Magallanes) no pueden perder parlamentarios, por tanto deben mantenerse los que hoy tienen, 16. Hasta ahí tenemos 66. Quedan 54 para el resto del país.
Eso significaría que las 8 regiones más grandes (Antofagasta, Coquimbo, Valparaíso, O’Higgins, Maule, Bío Bío, Araucanía y Los Lagos) que involucran a casi la mitad del país, se deberían distribuir los demás, a razón de entre 6 y 7 diputados por región, disminuyendo su representación actual y generando distritos muy pequeños, incompatibles con un sistema proporcional.
¿Por qué son incompatibles? Porque si se eligen, por ejemplo 6 diputados, bastará que la minoría obtenga algo más del 42% de los votos para producir el mismo resultado que el binominal y elegir la mitad de los escaños.Mientras más grande el distrito se evitan los fenómenos locales y es más probable que la población se distribuya en forma homogénea.
Decir que se puede modificar el sistema binominal sin aumentar el número de parlamentarios encierra una trampa que busca mantener con otro nombre todos o varios de los mismos vicios del actual sistema, o sea, sobre representar a la minoría o algunas zonas del país en desmedro de las más pobladas.
Dicho lo anterior, me hago cargo de la restante crítica de la UDI y que hace bastante fuerza en la ciudadanía, esto es que más parlamentarios implican más gastos.Eso no es necesario.
Es factible reasignar recursos para llegar a 154 diputados y 50 senadores. Son los legisladores que históricamente el país eligió e incluso, en el caso del Senado, casi los mismos que el Senado tuvo mientras existieron los senadores designados y vitalicios.