Mirando el desafío nacional de hace un cuarto de siglo se pueden establecer las similitudes, paralelos y diferencias con el desafío nacional de hoy, 25 años después.
En efecto, la reinstalación de la democracia era la gran respuesta que la nación chilena debía realizar para resolver correctamente la encrucijada de aquel período.Con tal convicción se podía advertir una vastísima conjunción de fuerzas de la más variada naturaleza.
Sin embargo, al momento de trasladar tal idea al terreno político práctico se reducía de inmediato la confluencia de diferentes actores, debido a la sencilla pero ineludible razón que la recuperación de la democracia significaba el término del régimen militar y de la permanencia de Pinochet en la presidencia de la República.
Muchos, en la derecha, sabían que el retorno de la civilidad al gobierno era inevitable, pero carecían de la voluntad política necesaria para coincidir con el alejamiento del ex-dictador.
En la actualidad, como pocas veces, los más gravitantes actores sociales y políticos reconocen que el gran desafío nacional es la reducción de la desigualdad en Chile, que sin acometer esa complejísima y ardua tarea no se responde adecuadamente a los requerimientos de la definitiva estabilidad democrática de la Nación.Se advierte claramente que la desigualdad se ha convertido en una falla estructural del país.
Ahora bien, al entrar en el terreno práctico las coincidencias comienzan a debilitarse.
No cabe duda que se requiere una reforma tributaria para financiar un crecimiento integrador e inclusivo, pero su puesta en marcha provoca de inmediato controversias que no auguran un buen entendimiento.
Así también, se requiere una amplia reforma en el ámbito educacional y el inicio del debate indica un proceso con fuertes divergencias.
Además, se necesita una reforma laboral que entregue a los trabajadores herramientas eficaces para mejorar sus ingresos, valorizando como corresponde su trabajo, a través de una adecuada negociación colectiva.
Igualmente se deben corregir las pensiones que provocan pobreza y privaciones. Del mismo modo, es inesquivable el debate constitucional para resolver la legitimidad de la Carta Política del Estado.
Tampoco se podrá seguir postergando indefinidamente el cambio del sistema electoral.Asimismo, se instala en la agenda el desafío energético que se convierte para Chile en una tarea decisiva.
Es decir, son tantas las exigencias, que vale la pena explorar una Acuerdo Nacional contra la Desigualdad, de manera de situar un telón de fondo que permita avanzar al país y, al mismo tiempo, tratar adecuadamente las diferencias que existen entre gobierno y oposición.
Existen opiniones que se oponen a esta idea, señalando que ya se cerró la etapa conocida como “democracia de los consensos” registrada a comienzo de los años noventa.
Me parece una comparación incorrecta, no estamos hablando de aquello.La democracia es diversidad y ejercicio del pluralismo por cada fuerza significativa de nuestra sociedad.
Hoy ya no está Pinochet, la evolución institucional de los uniformados es innegable y evidente y además, el país duplicó en estos años, el producto nacional, en un crecimiento sin precedentes.
Como se ha repetido, Chile cambió, pero no sólo hay que decirlo, sino que creerlo.Si estamos convencidos que Chile cambió, no valoremos el país como si estuviéramos en 1990 y propongámonos un esfuerzo a la altura del nuevo desafío de la nación, para superar el lastre de la desigualdad.
Me temo, que una controversia marcada por la contingencia se pueda imponer, por ello, me atrevo a insistir que en el nuevo ciclo político que vive Chile se explore la posibilidad de un Acuerdo Nacional contra la Desigualdad.