A poco de iniciarse el gobierno encabezado por Sebastián Piñera, su entonces flamante ministro del Interior, Rodrigo Hinzpeter, hizo una bombástica revelación: desde La Moneda se proyectaba la creación de una “nueva derecha”.Tan sensacional anuncio removió las aguas en la vieja derecha, muy especialmente en la UDI, la fuerza hegemónica en ese sector.
Al poco tiempo, a propósito de un proyecto de ley, uno de tantos, enteramente opinable y de trascendencia relativa, los diputados UDI hicieron muestra de todo su poderío e, incluso, gráficamente, se alinearon tras un cartel con un signo que portaba con exclamaciones la palabra “Pare”.
Luego de pocos meses, al siguiente cambio de gabinete, el hasta entonces jefe ministerial y poderoso operador presidencial estuvo en severas dificultades para verse confirmado como ministro del Interior. Hasta ahí llegó, por entonces, esa gran idea de una “nueva derecha”. Quedó archivada en alguna gaveta olvidada por la fuerte presión que impidió su desarrollo.
Ahora ha regresado bajo el título de “Amplitud”, desangrando a Renovación Nacional, el mismísimo partido del Presidente de la República.
En el intertanto, la UDI se tomó el gobierno, fue uno de los suyos quien se instaló definitivamente en la jefatura del gabinete, reemplazando al propio Hinzpeter.Esto es lo que el vapuleado presidente de Renovación Nacional, Carlos Larraín, ha reconocido en entrevista televisiva al señalar que “Piñera le tenía santo temor a la UDI”.
Sin embargo, la ambición política puede más. Al parecer, el proyecto enfocado a los comicios del 2017 sí que vale la pena el esfuerzo de crear la imagen de una “nueva derecha”.
De manera que se ha orquestado la instalación del nuevo referente, con chicos y chicas obedientes e incondicionales al caudillismo presidencial.
Esa marca de origen, de subordinación a un proyecto personal, no anuncia lo mejor, sobre todo cuando los medios de opinión informan que fue materia del último consejo de gabinete la postergación de la renuncia de tres ministros de Renovación Nacional hasta el momento del traspaso del mando al nuevo Ejecutivo.
Es decir, no parece sano usar el poder para propiciar un largo período de pérdida de energía y de convocatoria por parte de la fuerza política que llevó al hoy gobernante a la Presidencia de la República.
Ante ello, cabe la pregunta, ¿se podrá levantar con la legitimidad necesaria una fuerza política, cuando sus actos aparecen digitados desde el centro del poder?
¿Puede una nueva formación política fundarse exclusivamente en un proyecto personal? En mi opinión, ese experimento ya se ha hecho en Chile.
Lo hizo, no hace mucho, Francisco Javier Errázuriz, conocido como “Fra Fra” y han existido otros experimentos mediático-populistas que han tenido su momento de gloria, con votaciones que se han empinado por sobre el 15 por ciento del electorado y que, luego, se han desinflado o extinguido irremediablemente.
El gobernante pareciera pensar que la captura del poder depende de pequeños grupos, altamente eficaces, de gran audacia y de muchos recursos. Una reedición en la derecha de la teoría del partido “de nuevo tipo” o “la vanguardia” que durante más de un siglo fue dominante en las fuerzas de izquierda.
“Amplitud”, como se ha informado que se llamará el nuevo referente, debiese llamarse “Piñera 2017”, es la avanzada y la fuerza de choque de esa pretensión política.
Hay un trasfondo de mesianismo que se filtra en la sustancia de este punto de vista. Es la arrogancia del que se concibe a sí mismo como auténtico y exclusivo depositario de una alternativa poseedora de la verdad.
Cuando detrás de ellos está una acción que suma el interés de poderosos grupos corporativos se tiñe la soberbia con la codicia en una mezcla perversa.
Aunque se cuente con un puñado de incondicionales y con mucha plata, la conducción de un país requiere mucho más que aquello, entre otros aspectos decisivos.
Necesita de la existencia de fuerzas políticas que estén dispuestas a sostener a quienes son gobierno, con sus altos y bajos, sus costos y beneficios, ya que nunca el ejercicio de la responsabilidad de los asuntos públicos significará conocer únicamente las dimensiones del éxito y la buena fortuna, sino que también de las desventuras que acompañan a los malos períodos, inevitables en una actividad, la política, que es fundamental para cada país, pero que se desenvuelve en medio de contradicciones, conflictos y luchas de diversos intereses.
En suma, a raíz de la desconfianza hacia los dos partidos principales, desde el piñerismo se intenta la formación de uno propio, una especie de “partido de bolsillo”, modelable y afín al líder o caudillo, a sus impulsos y resonancias, sus diseños y propósitos; en la sociedad global que vivimos, tal enfoque estratégicamente resulta ser impropio e inviable.
Sin embargo, cautelar debidamente el interés nacional es un esfuerzo cotidiano, de correcta complementación e integración de sus actores y no sólo del parecer de una voluntad mesiánica, por infalible que ella pueda parecer en un momento determinado.
En definitiva, no se puede dirigir el país desde el exclusivo interés personal. Esa es la inconsistencia decisiva e insalvable del proyecto piñerista 2017.