A estas alturas ya nadie duda de que la decisión sobre el gabinete la tomará Bachelet por sí sola y de que no se trata de un ejercicio colegiado de distribución de cargos. Tras la elección del 15 de diciembre quedó completamente avalado este tipo de comportamiento presidencial el que, además, corresponde a la tradición en nuestro régimen político.
Así, una parte importante de los análisis de prensa de los días siguientes a conocer los resultados electorales (que ahondaron sobre el tema de la “legitimidad”), quedan súbitamente obsoletos o redimensionados.
Al fin y al cabo, lo que cuenta en la distribución del poder no es principalmente la relación entre un candidato y la abstención, sino la relación (o la diferencia en votos) entre las dos aspirantes a la presidencia. En este último sentido la diferencia entre candidatos es la mayor conseguida hasta ahora en segunda vuelta y eso fortalece mucho a Bachelet.
El asunto a estas alturas no está en dilucidar quién decide sobre el nuevo gabinete, si no en disponer de criterios para dilucidar si Bachelet está decidiendo bien y en qué sentido.Porque decidir de la mejor forma posible no es un puro asunto de antecedentes previos de los postulantes.
Afortunadamente los conglomerados políticos en Chile cuentan con un número amplio de personas calificadas.
Del mismo modo, el gran número de independientes que se han identificado con el programa de la Nueva Mayoría, permite contar con un abanico amplio de figuras idóneas, más allá del ámbito que cubren los militantes.
El problema, pues, no residen en la falta de postulantes sino en definir los criterios que permitirá cribar entre muchos y muchas.
Lo que realmente discrimina es tener personas calificadas para los objetivos prioritarios comprometidos por el nuevo gobierno.
Se trata de contar con quienes tengan la convicción y la actitud correspondiente a las tareas del momento, acompañados de una combinación adecuada de las personalidades escogidas, de tal modo que les permita constituir equipos de trabajo capaces de emprender desafíos de importantes dimensiones.
Bachelet ha puesto especial hincapié en que ella va a “elegir a los mejores, que estén plenamente compenetrados con el mandato del programa de gobierno”. Y ha dicho que se daría tiempo “para pensar en un gabinete que tenga la camiseta puesta de Chile con la gente”.
Este acento puesto por la mandataria es bien significativo. Da cuenta de lo excepcional del momento que vivimos. No se trata de administrar la rutina.
Se parte de la idea de que estamos en una encrucijada en la que nos proponemos grandes tareas nacionales, y, por si fuera poco, contamos con el apoyo parlamentario y ciudadano como para poder emprenderlas.
Es decir, se está poniendo como requisito la existencia de un fuerte compromiso personal, más allá de la obligación burocrático-administrativa con una función determinada.
En otras palabras, la tarea comprometida manda. Y la relación con una ciudadanía muy empoderada es una condición para que el programa salga del papel y se vuelva realidad palpable. Esto significa estar acorde con los nuevos tiempos.
No todo dirigente político estará acorde con las circunstancias actuales, puesto que ser cercano, practicar el diálogo e integrar a muchos en las tareas de importancia nacional han pasado a ser requerimientos necesarios en el caso de los compromisos clave de la nueva administración.
Compromiso programático, sintonía ciudadana y concentración en lo fundamental, estas parecen ser las características que deben unir a un equipo pluralista y variopinto que tendrá que asumir en marzo.
Y, desde luego, estos requisitos pueden ser cumplidos de un modo más natural por las nuevas generaciones y por eso es importante que los rostros de recambio asuman papeles protagónicos.
Como es de esperar, los ministerios que coordinan la acción general de gobierno, corresponden a las instancias privilegiadas para poner a los liderazgos de mayor experiencia (Interior, Hacienda, Segpres, por ejemplo).
Por lo mismo, lo esperable de la composición del equipo de primera línea es la búsqueda de equilibrio y la combinación complementaria de características en edad, género, representación política y experiencia técnica y política.
Un resultado virtuoso, combinando variables diversas es una dura prueba para cualquiera. Es una práctica inédita respecto de lo que se ha hecho en la constitución de otros gobiernos de centroizquierda, en esta oportunidad Bachelet tomará directamente la decisión sobre tres líneas decisivas de gobierno: ministros, subsecretarios e intendentes.
Este procedimiento vuelve a reforzar su autoridad (puesto que las nominaciones no son productos de ninguna negociación) y permite conformar equipos de trabajo, pensados desde el primer momento para facilitar la labor conjunta.
A partir de allí es sensato esperar que se proceda por etapas y sin premura. En la medida que se van produciendo las nominaciones, las resoluciones siguientes en cascada se van distribuyendo, cada vez en un número mayor de centros de decisión, hasta volverse difícil de pesquisar.Por lo mismo, las nominaciones primigenias, a fines de enero son, con mucho, las más significativas.
Lo más sorprendente de la escena que veremos en enero, al darse a conocer los nombres del gabinete, es que saldremos de muchas dudas excepto de lo más importante: ¿Cómo lo harán, en la práctica, los recién nominados?
Esto es algo típico en política porque lo que importa más de los personeros no son sus antecedentes sino su desempeño efectivo. Pero todo esto, claro está, será parte de otro capítulo de nuestra historia política.
De momento lo más importante, a horas de que efectúen las nominaciones, es que se produzca de inmediato el respaldo unánime de los partidos de la Nueva Mayoría a las decisiones tomadas por la Presidenta electa.
Es la mejor manera de partir y la gran diferencia que hoy puede exhibir la centroizquierda que una derecha que ha perdido el gobierno junto con la unidad de propósitos que nunca logró consolidar.