Michelle Bachelet es más poderosa políticamente hoy de lo que fue al inicio de su primer gobierno. Ella ganó la elección presidencial y tiene un liderazgo sobre los partidos y el escenario político que no tenía el 2006 y una confiabilidad enorme en la mayoría de la sociedad que va mas allá de los votos que obtuvo.
Hay un nuevo ciclo en Chile y en el mundo donde las posturas neoliberales y de la derecha extrema retroceden y las ideas de la izquierda cobran fuerza.Una de ellas es el rol determinante del Estado en la regulación de la economía de mercado y en la construcción de mayor igualdad social.
Bachelet tiene una opinión pública favorable a los cambios estructurales, una sociedad más rupturista del modelo económico y del sistema político heredado de la transición pactada. Una sociedad dispuesta a movilizarse para obtener transformaciones.
Tiene una mayoría relativa en el Parlamento que le permite ya abordar transformaciones que hasta ayer chocaban con el muro de la derecha subsidiada por el binominal.
Pero sobretodo tiene una derecha en crisis. Una UDI debilitada por la pérdida electoral, por una crisis donde su identidad choca con la realidad cambiante de la sociedad chilena y por la pérdida de presencia política del grupo de los coroneles que hasta hoy dirigió la UDI.
Pero, también, lo que ocurre en RN, un partido que se desangra en una brutal lucha de poder y desde donde surgirán tendencias, grupos, seguramente un nuevo partido, que amplía las posibilidades del gobierno de Bachelet de hacer alianzas frente a cada proyecto, de construir acuerdos múltiples teniendo en cuenta la diversidad de los actores que surgen de la ruptura orgánica de la derecha.
Si el propio Piñera quiere proyectar su liderazgo hacia el 2017, en esta sociedad más exigente, deberá ir más allá de las señales de ruptura con el pasado que ya dio en septiembre pasado al hablar de los cómplices pasivos, deberá construir una postura más liberal y más centrista, un nuevo proyecto, un nuevo relato y seguramente un nuevo partido.
Lo que quede de RN deberá también diferenciarse fuertemente de la UDI si no quiere desangrarse definitivamente y tener un espacio propio en la política chilena.
Sin duda que el aislamiento de las políticas ultraconservadoras de la UDI ayuda coyunturalmente en el parlamento y en el clima general de la sociedad a los cambios que impulsa Bachelet.
Esta fase de profunda crisis cultural de las ideas de la derecha, de quiebre de la hegemonía de los sectores más conservadores del sector, debe ser aprovechada por el gobierno en el debate de las ideas y en la concreción del Programa.
Hay que aprovechar el tiempo de crisis de la derecha. Ella se recompone. Hay que tener una mirada no solo política sino también sociológica. La derecha no son sólo los partidos en crisis.
La derecha es una clase o varias clases. Son bancos, universidades, medios de comunicación, vínculos universalizados por el mercado. No hay que perder de vista esta dimensión para entender la crisis de la derecha.Y en esta autonomía de las esferas hay derecha que actúa mas allá de los partidos y ello, aunque parezca paradojal, genera un espacio para esta derecha sino también una opción para los cambios
Hay, por tanto, un campo de operación política que tiene por delante el gobierno de Bachelet y de la Nueva Mayoría que no tuvo ninguno de los gobiernos de la Concertación y ni siquiera su primer gobierno.
Por tanto, negociación, movilización y participación ciudadana deberán ser parte integrante de una política del gobierno Bachelet y de los partidos de la Nueva Mayoría.
En el Parlamento, mirando el nuevo escenario que se dibujará de la dispersión de la derecha y sumando fuerzas en torno a nuestros proyectos de cambio, en la sociedad estableciendo alianzas más sólidas con los movimientos sociales y con la ciudadanías y también, despojados de todo sectarismo, con movimientos políticos como el de Marcos Enríquez Ominami que ha dicho que está dispuesto a colaborar con Bachelet en el cumplimiento del Programa.
Somos, con Bachelet a la cabeza, una sólida mayoría social y política, pero no somos propietarios de las ideas progresistas que se han abierto paso en la sociedad chilena con el aporte de muchos y ello debe verse reflejado en la base social y política de los cambios aún más allá de la Nueva Mayoría.
El norte debe ser cumplir el Programa: Reforma tributaria para más igualdad, educación gratuita y de calidad para todos, Nueva Constitución con el mecanismo más participativo posible, ojalá Asamblea Constituyente que no puede ser demonizada pero tampoco transformada en el único mecanismo de cambios participativo, y el conjunto de las medidas planteadas en el Programa, especialmente las que hemos establecido como prioridad en los primeros cien días.
Digo esto, porque surgirán posiciones populistas y ultraizquierdistas que querrán ir más allá del Programa que votó el país. Habrá impaciencia y también provocaciones disfrazadas de izquierdismos.
Así pasó durante el gobierno de Allende y esas posturas debilitaron al gobierno y terminaron contribuyendo al aislamiento político y social y a que fuera posible el golpe de estado.
Se requerirá una firme conducción de Bachelet y de la Nueva Mayoría para hacer cumplir el Programa prometido. Hay que tener presente que en la alta abstención no solo está el efecto del voto voluntario, no solo hay malestar e indiferencia.
Hay también despolitización. Nunca 17 años de dictadura, donde el enemigo fue la política y las ideas, pasan en vano.Hay que hacer un enorme trabajo cultural de repolitización de una parte grande de nuestra sociedad.Para ello la política debe ser mejor, más transparente y desprovista de malas prácticas y de corruptelas.
Si logramos en 4 años estos cambios, podemos seguramente seguir gobernando el país y abriendo una estación de nuevas transformaciones. Como dice hoy Tomás Moulian, se requiere una conducción de una socialdemocracia progresista que esté consciente de la fuerza de la sociedad movilizada y también de los límites del propio proyecto.
Hemos logrado avanzar significativamente en un programa progresista ejemplar que identifica a toda la Nueva Mayoría y que tiene un amplio respaldo social.
Tenemos una nueva coalición y esto lo debemos sentir como el fruto de una decisión política del PPD que logramos abrirle paso porque las buenas ideas cuando están ligadas al sentido común de la gente y a una realidad ineludible (que la Concertación estaba superada) se transforman en ideas hegemónicas, victoriosas.
Necesitamos esa lucidez y esa unidad para hacer avanzar un proceso complejo, un gobierno que seguramente será más difícil, pero que tiene todas las posibilidades de cambiar de nuevo a Chile, otro Chile, donde venga también la alegría de los excluidos del modelo, una democracia más auténtica y más participativa, una sociedad más libre y respetuosa de la diversidad.