La nación chilena está en un proceso de cambios que no se debe eludir ni retardar. La estrategia de un viraje hacia el centro, que se sugiere a Renovación Nacional por el diputado Cristián Monckeberg, no debe ser temida pero tampoco desatendida por el bloque político de la “Nueva Mayoría”. Si esa nueva conducta acepta las reformas, la consecución de las mismas se puede ver favorecida.
Al revés, si se trata de una táctica que entorpezca las reformas, introduciendo una cuña en la coalición que asume el gobierno en el próximo mes de marzo, naturalmente tendrá que ser rechazada.
En todo caso, la mejor solución a cualquier intento divisionista es la propia unidad del bloque de la “Nueva Mayoría”, el espíritu inclusivo que aúne sus propósitos y la superación de cualquier pretensión sectaria de querer reducir su amplitud por la vía de cualquier “polo” que angoste y merme su convocatoria nacional.
El mejor antídoto es que la “Nueva Mayoría” acentúe y no disminuya su diversidad y el pluralismo político y social que la ha constituido en la principal fuerza política del país.
Algo parecido a lo sugerido por el diputado Monckeberg ocurrió al inicio de la transición democrática, en el período 1989-1990.
Renovación Nacional, entonces encabezada por la dupla Jarpa-Allamand, asumió el compromiso público de concurrir a las reformas constitucionales que Pinochet negó luego de ser derrotado en el plebiscito del 5 de octubre de 1988 y antes de la elección presidencial de diciembre de 1989.
Luego, “el peso de la noche”, es decir, la posición ultra reaccionaria de la bancada de senadores de entonces del partido Renovación Nacional, adicta a un ciego y visceral pinochetismo hoy desahuciado, impidió el cumplimiento de la palabra empeñada y Chile hubo de esperar hasta el año 2005 para que se materializaran esas tan anheladas reformas institucionales.
Un cuarto de siglo después, es de esperar que no vuelva a cometerse la misma conducta. Hay una generación distinta y esta no debiese caer en tan lamentable renuncia a sus convicciones y mirada de país.
De ser así, de crearse una nueva situación en el Congreso Nacional, las condiciones permitirían la concreción de una Comisión Bicameral, que desde hace años he impulsado, con el propósito de establecer una vía institucional que permita avanzar en el diálogo y elaboración de una nueva Constitución “nacida en democracia”, como es la tarea que se ha propuesto la Presidenta electa, Michelle Bachelet.
En Chile, hasta ahora son decisivas dos circunstancias contrapuestas. La primera, es que el texto constitucional tiene un vicio de origen, lo que obliga a que, responsablemente, los actores políticos, pensando en el futuro de la Patria, sean capaces de encontrar un camino viable que ayude al país y no lo haga retroceder, para resolver el dilema constitucional pendiente.
La segunda, es que hay dos bloques políticos amplios y representativos en la vida nacional, ya que aún con todo lo ancha que resulta la diferencia entre el 62 por ciento de la Presidenta electa y el 37 por ciento de su competidora, en la segunda vuelta, de todas maneras no se puede abrir paso una alternativa que fructifique, a la postre, en una nueva Constitución si se intenta una política sectaria y no se insiste y se practica una voluntad de diálogo tenaz y eficiente que alcance ese magno y gran objetivo para Chile, incorporando, además, a otros sectores de opinión que legítimamente esperan ser incluidos y entregar su propia contribución.
Si el “giro al centro” que se propone a Renovación Nacional tiene como trasfondo el convencimiento de que ya definitivamente la derecha “ochentera”, como denuncia el documento, no puede seguir siendo refractaria, vetando avances institucionales de interés del conjunto de la sociedad, hasta ahora rehuidos e impedidos por la inercia que aún significa la herencia del régimen dictatorial.
Si estamos ante una nueva mirada estratégica, quiere decir que el 2014 puede dar los frutos societales que todos anhelamos cuando nos abrazamos a la hora cero este último miércoles y celebramos la llegada del Año Nuevo.