Dos días antes de las presidenciales, cooperativa.cl tuvo la gentileza de publicarme una columna sobre los posibles resultados electorales que titulé: “Michelle 63%, Matthei 37%”.
Dos días después Matthei sacó 37 y fracción y Michelle 62 y fracción.
¿Suerte? ¿Premonición? ¿Brujería? ¿Información especial? ¿Estudio acucioso de todas las regiones?¿Encuestas previas? No.
Sencillamente proyecté los resultados de la primera vuelta, calculé que votarían menos en la segunda, que en ella no votarían los que votaron por Claude y por la Roxana, menos los que lo hicieron por Jocelyn, tampoco la mayoría de los que votaron por MEO y por Parisi, y que sí lo harían (prefiriendo a Michelle) los que votaron por Sfeir e Israel.
Al mismo tiempo entendí que la derecha no se abstendría y que saldría a votar en masa en el ghetto del Barrio Alto con todas las ganas, por lo que Matthei también subiría su votación.
Tuve, además de las matemáticas, una consideración de fondo: la coherencia que mantienen los chilenos en política.
En este caso, los que votaron por Michelle volverían a votar por Michelle y los que votaron por Matthei volverían a votar por Matthei.
Consideré también que la abstención sería aún mayor que en la primera vuelta, no sólo porque el voto es voluntario y hay evidentemente, desde hace rato, una gran desconfianza en las propuestas comunitarias, sino porque todos sabíamos quien ganaría y quién perdería (a diferencia de lo ocurrido en las segundas vueltas anteriores) y, en esta elección, los candidatos a senadores y diputados no movilizarían a sus partidarios con todos sus recursos, como sí sucedió en noviembre.
Los que cambian de posición a cada rato y de gustos a cada instante, los empresarios del retail por ejemplo, los personajes de la farándula, la mayoría de los periodistas conocidos en TV, las y los jóvenes aficionados al espectáculo musical (que cambian ídolos todos los años), las y los que se visten a la cambiante “moda”, que son la inmensa mayoría, tienden a pensar que en política sucede lo mismo que en otras superestructuras sociales.
Pero no es así, al menos en Chile.
Entre nuestras viejas y viejos la mayoría de los que votaron SI en 1988 votaron por Buchi en 1989, por Alessandri Besa en 1994, por Lavín en 2000, por Piñera en 2006, por el mismo Piñera en 2010 y por Matthei ahora.
Aquí se sabe que en Vitacura, en Barnechea, en Las Condes, la inmensa mayoría va a votar por el o la candidata de la derecha, sea quien sea, sea pesada o simpática, sea chascón como Buchi o peinadito como Lavín, empresario como Piñera o milico como Pinochet, católico como Piñera, luterana como Matthei o agnóstico como Büchi.
Nuestra burguesía (la que lo es y la que se cree) tiene un profundo sentido de clase, sabe que eso de la lucha de clases (suave o fuerte) es absolutamente cierto y que ellos no pueden ni deben votar por gente “ordinaria” como Lagos o Bachelet.
Y, por el otro lado (esta elección lo demostró) las llamadas capas medias de buenos ingresos se parten entre conservadurismo y progresismo (ver resultados en Providencia, Ñuñoa, La Reina e incluso Viña del Mar) y los sectores subalternos (capas medias necesitadas, trabajadores, campesinos, pobres) tienden a votar muy claramente en contra de la derecha.