Hice trampa, y contrariamente a lo que debí hacer no escribí esto el domingo sino que el viernes en la noche. Con honestidad, y más allá de las buenas intenciones y de las frases de buena crianza, era más o menos predecible qué es lo que ocurriría el domingo. Las únicas dudas eran por cuánto y cuántos votarían, pero lo demás era un epílogo más que anunciado.
El pueblo, conociendo expresamente sus defectos y carencias, prefirió elegir a Michelle Bachelet. Lo hizo hace tiempo, cuando decidió signarla como la favorita en las encuestas.
No hay duda, Chile sigue siendo un país conservador en materias de comportamiento electoral: quien puntea en las encuestas un año antes de la elección, salvo una catástrofe, termina siendo presidente.
Lamentablemente todo indica que el éxito electoral, el fácil manejo de las instituciones del Estado mayoritariamente en sus manos, y la ambición de volver a ocupar los escritorios y remuneraciones que tanto añoraron por cuatro años, han generado que los bacheletistas ambicionen más poder, pretendiendo entrar a La Moneda con un ariete, a arrasar con todos los que no sean de su signo.
Muchos tememos que tanta ambición reformista provoque una inacción del Gobierno en materia de economía, seguridad, de crecimiento y superación de la pobreza.
Como recomendación, a los triunfadores, en especial a Bachelet, solo cabe recordarles humildad. Que sepan no ser soberbios, como nosotros sí lo fuimos.Sin prepotencia política, sin autoproclamarse “el gobierno de los mejores”, sin pretender hacer tabla rasa de todo lo anterior.
En la antigua Roma los esclavos que acompañaban al vehículo donde, sosteniendo la corona de laurel, cada cierto tiempo recitaban junto al oído de General triunfador la frase “Oh, César, recuerda que eres mortal”.
Dicho esto, es el tiempo propicio para hablar sobre las causas de la derrota de la derecha.
Porque una derrota, por más digna que sea, es una derrota. Y la derecha fue vencida en estas elecciones presidenciales. No por culpa de Evelyn Matthei, ella ha sido una candidata impecable, que supo ganarse el corazón de sus electores. Recordaremos ese último debate, donde nos representó a todos diciéndole a la candidata de la izquierda aquello que quisiéramos decirles en su cara.
¿Podría haberse hecho algo para evitarlo? Sí. Y mucho. Sólo me quedaré con dos aspectos a destacar, por ahora.
Lo primero, pudimos haber elegido al candidato correcto en el momento correcto y no lo hicimos. No sólo por su trayectoria, sino por su diagnóstico de cómo enfrentar a Bachelet, Andrés Allamand era realmente el que podría haber contrapesado esta elección, precisamente por la forma en la que propuso esta elección: él sabía, lo dijo y lo repitió hasta el cansancio, que el punto débil de Bachelet era lo político.
La campaña de Matthei logró generar entusiasmo entre sus votantes sólo cuando apeló a eso, en el debate, cuando la encaró y la llevó al plano de sus carencias.
Pero, en fin, para un sector de la derecha el precio de intentar ganar, de que Allamand fuera candidato, era demasiado alto.
Algunos en la Alianza decidieron unilateralmente entregar la presidencial y potenciar las campañas parlamentarias… y se quedaron sin una cosa -la presidencia- y perdiendo mucho de la otra: once diputados menos es una derrota abismante. Una lástima, pues la gracia la pagó todo el sector, y –por qué no decirlo- el país.
Lo segundo, el Gobierno debió hacer política. No creo justo personalizar esta discusión en el Presidente, pero sí creo que su gobierno, un gran gobierno, no hizo lo que más le pedimos sus partidarios: pedagogía política.
Primera lección de la política: se está en campaña desde que se asume. Como los tecnócratas no entienden eso, perdieron. Los técnicos que tanto presumieron de su condición de tal, hoy tendrán que buscar empleo, porque sus políticas no sólo no sirvieron para ganar una elección, sino que no serán seguidas por sus sucesores.
¿Y ahora, qué hacer, se preguntan muchos en la derecha? Lo único que se me ocurre hoy es esperar.Solo esperar.Esperar que las aguas en el nuevo oficialismo –decirle Nueva Mayoría a la Concertación, a sus malas prácticas y al Partido Comunista que aún no abjura de la violencia me resulta demasiado cínico- se amansen y que, luego del “espejismo Bachelet”, la Democracia Cristiana defina su rumbo hacia su derrotero histórico.
Porque, ya han de tener claro, los comunistas llegaron a La Moneda para no salir de ella. Esperar que para que aquello ocurra se modifique de una vez la camisa de fuerza que nos tiene atados al “SI” y al “NO”: el sistema binominal.
Esperar. Nada más que esperar que algunos, los verdaderos responsables de esta derrota, asuman su responsabilidad y sepan pasar al segundo plano que la historia les demanda. Porque ya no es su tiempo. Se extinguió el proceso de “coroneles”, “patrullas juveniles” y todo aquello que olía a los noventas.Se acabó el tiempo de los defensores de Pinochet. Es hora de que otros lleguen a ocupar esos lugares.
Esperar. Al fin, esperar tiempos mejores. Porque en política los vientos cambian. Quién sabe, puede que el 2017, sin el ícono que representa Bachelet, los que con tanto ahínco ansían volver a sus antiguos escritorios deban desalojarlos nuevamente.