15 dic 2013

Lo que nos deja la abstención de la 2da vuelta

Durante la jornada de hoy hemos sido testigos de cómo los medios de comunicación fueron instalando como actor principal de la segunda vuelta la alta abstención, lo que fue ratificado con las cifras de participación, probablemente una de las más bajas desde el retorno a la democracia.

Es así que ya son diversas las voces desde la academia y especialmente en la clase política que coinciden en que la Ley N° 20.568 sobre inscripción automática y voto voluntario fue una mala ley y que es necesario modificarla. Seguramente tendremos novedades durante el 2014 sobre esta materia.

La Alianza a través de distintos personeros – de forma bastante irresponsable – buscó deslegitimar desde un primer momento el contundente triunfo de Michelle Bachelet cuestionando su representatividad y lo seguirán haciendo, para de esa manera evitar hacer un mea culpa por perder lo que hace 4 años parecía el inicio de un nuevo ciclo gobernado por la derecha y así evitar que ella cumpla su programa de reformas trascendentales en lo económico y político.

Lo que se produjo, en cambio, fue el rotundo triunfo de Michelle Bachelet, que vino a refrendar los resultados de una exitosa primaria en la que la ciudadanía ya había expresado unas cifras de apoyo que significaban una distancia insalvable para la candidata Evelyn Matthei.

Por esta razón, la verdadera protagonista sin lugar a dudas es Michelle Bachelet, quien confirmó que es un verdadero fenómeno electoral, que tendrá el desafío nada menor de responder a las altas expectativas de la ciudadanía respecto a disminuir la creciente desigualdad de nuestro país.

Lo anterior no omite la necesidad de reflexionar sobre el fenómeno de la abstención que ha ido en alza en nuestro país desde el Plebiscito de 1988, pero que previo al voto voluntario se expresaba en la no inscripción en los registros electorales. Por tanto, era menor la abstención real, pero con cifras muy similares al período pre dictadura, contrario a la extendida creencia de que en Chile tenemos una larga historia de masiva participación ciudadana.

A comienzo de los años 70, la participación electoral no llegaba a más de un tercio de los que potencialmente podían hacerlo. Si se considera la representación del tramo etario de 18-29 años en el conjunto del electorado era de un 36,0% para el Plebiscito de 1988, de 13% en las parlamentarias del 2001, en diciembre del 2002, esta cifra disminuía al 10,73% del total de inscritos e inscritas y así sucesivamente.

De igual forma, la abstención real también fue incrementándose de manera progresiva, siendo ya hoy sólo un recuerdo las cifras de menor abstención de las elecciones presidenciales de 1989 (5,3%).

Sólo la segunda vuelta entre Lagos y Lavín en 1999 significó una interrupción de la tendencia por lo incierto del resultado. Al respecto, existe abundante información que muestra que una amplia mayoría de los chilenos no se interesa por la política, no participa en actividades relacionadas con la política, evalúa negativamente a los partidos y a los parlamentarios y otorga un bajo grado de importancia y credibilidad a los partidos y al Congreso Nacional.Todas estas actitudes y percepciones se acentúan entre los jóvenes.

Cuando se analiza el fenómeno, por lo general el debate responsabiliza a un cierto malestar con el sistema económico, con la distorsión de la representación debido al sistema binominal, como reacción a algunos hechos de corrupción, como un voto de castigo a la clase política.

Sin embargo, en la primera vuelta quienes pudieran haber representado esas voces discordantes y rentabilizado esta sensación de malestar respecto al sistema económico y político como fueron Marcel Claude y Roxana Miranda, sólo obtuvieron una votación de 2,81% y 1,24%, respectivamente.

Sin lugar a dudas, jugó este domingo en contra de una alta participación el que ésta fuera la tercera elección del año, que no estuviera garantizado el transporte público y evidentemente que ésta se considerara una elección sin incertidumbres. Quienes concurrimos a votar sabíamos de antemano quien sería electa al final de la jornada.

Sin embargo, cuando se analiza la abstención no se considera la pérdida de centralidad de la política. Hoy en día son menores los asuntos cotidianos que afectan a las personas que resultan de responsabilidad del estado y por tanto, de competencia política, y más los vinculados al mercado, producto de la internacionalización de la economía, de los capitales y de la producción.

Por tanto, se está produciendo una divergencia entre las altas expectativas y una desigual y sólo parcial satisfacción de las demandas.

También las altas cifras de abstención son un éxito de la derecha y de la dictadura, en que los partidos políticos quedaron proscritos y la actividad pública definida como vana, sin sentido, e incluso como dañina. A lo anterior, hay que sumar los efectos en lo cultural que conlleva el modelo económico.

Los chilenos y chilenas sienten que no es necesaria la política y el estado para salir adelante; es decir, la cultura del self-made men que prioriza los proyectos individuales por sobre los colectivos.

Una preocupación que surge respecto a estas altas cifras de abstención, más allá que la derecha vaya a utilizarla para deslegitimar el gobierno de la nueva Presidenta, es que se constituye en el germen para futuros outsiders de la política con un potencial éxito, que con propuestas populistas logren lucrar con la desafección que crece día a día.

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