Tras la primera vuelta, lo más comentado es el bajo nivel de participación. La participación fue la menor registrada en una elección presidencial desde 1989.
Si se considera que votaron 6.691.840 personas de un padrón oficial de 13.573.088 electores, la participación alcanzó el 49,3%.
Si se usa una base más pequeña, la población en edad de votar (proyectada en 12.963.143), se obtiene una participación del 51,6%, ocho puntos porcentuales menos que en 2009.
Incluso el número de votos fue el menor jamás registrado, aún cuando la población mayor de 18 años ha ido aumentando con los años.A días de la segunda vuelta los pronósticos son menos alentadores puesto que en casos previos la disminución en el número de votos ha sido la tendencia.
Si bien es una noticia negativa, este resultado no debiera ser sorpresivo: la participación en elecciones ha ido disminuyendo de manera sostenida desde 1989, donde votó casi el 90% de la población mayor de 18 años y en dicho periodo no ha existido ningún cambio relevante en el sistema político que haga pensar que muchos puedan acercarse o reinteresarse en la política.La culpa, concretamente, no la tiene el voto voluntario.
La modificación institucional más relevante en materia electoral ha estado en la instauración de un sistema de inscripción automática y voto voluntario, ampliando el universo de votantes en casi 5 millones de personas, en su mayoría jóvenes.
Dicho cambio operó por primera vez en las elecciones municipales de 2012 con una caída en la participación con respecto a la elección anterior.Esta fue la primera elección presidencial tras dicho cambio y el número de votos cayó en más de medio millón de sufragios pese a haber 9 candidatos y, en teoría, mayores sectores políticos y sociales representados en la papeleta.
La experiencia de las elecciones municipales de 2012 y la del pasado 17 de noviembre muestran que el aumento del padrón con la inscripción automática, combinado con un voto voluntario, si bien rejuvenece el electorado, no garantiza mayor participación.
Ya antes de debutar la nueva modalidad de voto con el padrón ampliado no se sabía con certeza qué pasaría en materia de participación, pues hay distintas fuerzas operando.
Por un lado los que antes no votaban podrían hacerlo sin trámites, en caso de que se interesaran en las propuestas de algún candidato.
Por otra parte, quienes nunca se inscribieron, podrían seguir sin participar si la competencia o la política no les resulta atractiva. Incluso algunos anteriormente inscritos, pero que votaban por miedo a multas y no por interés, podrían abstenerse sin problemas.Lo que sí estaba claro era que los candidatos, la política en general, tenía la tarea de atraer nuevas personas a las urnas y evitar que quienes votaban dejarán de hacerlo.
Atribuir al voto voluntario la culpa del aumento en la abstención no es acertado.Ciertamente la voluntariedad facilita la decisión de abstenerse de votar, y si fuera obligatorio, necesariamente votarían más personas influidas por el miedo a un castigo.Pero esto reduce el problema a algo netamente técnico, cuando las causas son políticas.
A la luz de los resultados, parece claro que lo que primó fue el desinterés por participar en el proceso central de la democracia y que fue la política y los candidatos quienes fallaron en movilizar un universo cada vez mayor de votantes.
El desinterés y la desafección política ya existía antes y se evidenciaba en un padrón que no crecía pese a aumentar la población mayor de 18 años y lo reflejaban también las encuestas de opinión.
Quienes no se inscribían no lo hacían porque había que hacer un trámite sino porque no se sentían representados, no creían que las cosas cambiaban con un voto o sencillamente no se interesaban en la política. Quienes reconocen abstenerse hoy dan similares explicaciones.
Lo que se requiere entonces es cambiar la política, introducir reformas que den señalas claras a la ciudadanía de la posibilidad de dinamizarla, de favorecer la renovación y la participación ciudadana más allá de las elecciones.
La propuesta que ha surgido de obligar nuevamente a votar, hacer de un derecho una obligación (por más que a algunos nos guste la idea), se reduce a aumentar el número de votantes pero no a solucionar el problema, y está en la misma lógica tan criticada de una política elitista o cerrada, que obliga y no invita a la consulta con la ciudadanía.
El cambio en la modalidad del voto debió ser uno de muchos cambios en materia electoral y de reformas políticas que aportara a detener un proceso de desgaste que viene desde antes de las marchas.
El voto de chilenos en el extranjero puede ser el siguiente aporte a un proceso eleccionario más inclusivo, pues se señala que incluso 1 millón de quienes están en el padrón residirían fuera del país.
Más simbólico y relevante sería una reforma del sistema electoral binominal para hacerlo más representativo y fomentar la competencia electoral.Una reforma a los partidos políticos que incluya financiamiento y fiscalización de su función, si bien impopular, puede ser también un aporte a transparentar la actividad política y favorecer la movilización de las bases.
Similar efecto puede tener el término a la reelección indefinida de parlamentarios. Estos son algunos cambios que se requieren hacer para afectar la política misma, mejorar la democracia y a la vez aumentar la erosionada legitimidad de las instituciones políticas.
El resto lo deben poner quienes hacen política, en la práctica virtuosa de la profesión política, en las ideas y en la voluntad de cambio.