Los dichos de la historiadora señora Lucía Santa Cruz – en el contexto de un seminario en el reputado “ThinkTank” del conservadurismo “Libertad y Desarrollo” – han desatado una polémica y han puesto de manifiesto lo peor del discurso de la derecha chilena. Intentar la comparación entre el programa de Bachelet y aquel que caracterizó a la Unidad Popular hace más de cuarenta años pareciera un exceso, cuando no, un despropósito.
Hasta donde se sabe, el programa de Michelle Bachelet constituye el inicio de un proceso de reformas de mediana intensidad en cuestiones tributarias, educacionales y constitucionales.
Muchas de tales reformas son parte del “sentido común” en muchas democracias más avanzadas del orbe y que solo la visión ultra conservadora transforma en una amenaza, un “primer escalón al socialismo”.
Un discurso tal resulta ser sintomático de una elite que todavía arrastra el “síndrome Pinochet”, una visión estrecha y reduccionista de la realidad histórica, política y social que quiere prolongar la oscuridad de “Chacarillas” hasta el presente.
Nuestra sociedad anhela mayoritariamente cambios democráticos. Los reclamos de los estudiantes y de los trabajadores se hacen sentir con fuerza en las calles de nuestras ciudades, ante una derecha que se encuentra paralizada en sus miedos, carente de ideas y respuestas frente a este momento de la historia.
La dictadura militar y su herencia logró congelar la situación política en el país en un “statu quo” que permitió un enriquecimiento, sin límites, sin riesgos ni responsabilidades de una elite insensible y ayuna de visión histórica. Pero el tiempo no se detiene y lo que ayer se impuso por la fuerza, es rechazado hoy por la mayoría de los chilenos.
A diferencia de la experiencia de la Unidad Popular, el mundo de hoy ya no se encuentra en la polaridad que significó la “Guerra Fría”. Vivimos un presente marcado por una creciente “conciencia ciudadana” que no reclama utopías sino soluciones concretas y urgentes a los graves problemas que nos afectan, todo ello en un clima democrático que garantice los derechos de todos los chilenos.
La ultraderecha insiste en un obsoleto discurso pasatista como parte de su campaña de terror para contagiar sus miedos a las nuevas generaciones y se aferra a su vetusta constitución como única garantía de sus privilegios.
Lo que se esconde detrás del discurso de extrema derecha es el miedo, el miedo, en primer lugar, a la voluntad de las mayorías expresada en las urnas, un miedo profundo a la democracia. Un miedo paranoide al cambio y al futuro.
Como no había ocurrido en cuarenta años, la derecha descubre que el neoliberalismo de su mentado “modelo chileno”, heredado de una cruel dictadura, ya no convoca a los chilenos.
Tales han sido las injusticias, las desigualdades y la corrupción que amplios sectores están hastiados de los bajos salarios, del lucro codicioso y del abuso.
El programa de Michelle Bachelet representa un primer escalón hacia una democracia más inclusiva y participativa, una verdadera democracia para el siglo XXI.