Uno de los acontecimientos más sorprendentes del que los chilenos hemos sido espectadores en los últimos meses es el derrumbe de la derecha. Este fenómeno trae a la memoria otro derrumbe, no menos curioso, sucedido hace algunos años en el campo contrario. En ambos casos, lo ocurrido ha tenido lugar durante el proceso electoral presidencial y su expresión más visible ha sido la dificultad para legitimar al candidato, con la consecuente derrota de características dramáticas.
Pero lo que más llama la atención en estos dos procesos es la pérdida de brújula de los dirigentes políticos, su alejamiento del interés de la ciudadanía, su incapacidad para leer correctamente la situación histórica y sus desafíos.
En el caso actual, los hitos del descalabro derechista han sido las sucesivas celebraciones en las proclamaciones de sus candidatos presidenciales, dos de los cuales se han visto obligados a renunciar para ser rápidamente reemplazados.
Los discursos, en cada caso superlativamente optimistas, trataban inútilmente de esconder el desconcierto que pareció ir en aumento hasta que finalmente se le puso la guinda a esta desabrida torta con la imposición de la UDI a Evelyn Matthei como “candidata del sector”.
Las declaraciones de algunos personeros de RN dieron la pauta del grado de disconformidad que esto les provocó, pero se siguió adelante como si el escenario en que se encontraba esta coalición fuera, como siempre, el mejor de los imaginables.
Llamaron la atención entonces las opiniones – inclusive compartidas por algunos despistados de la oposición – de que Matthei era una “buena candidata” y de que nadie mejor que ella iba a asegurar el éxito de la Alianza en las elecciones presidenciales.
Y lo cierto es que esta carta que se tiró a la mesa tan sorpresiva e irreflexivamente – como si se hubiera tenido siempre bajo la manga – era tal vez la peor que a nadie podría habérsele ocurrido cuando se hacía el elogio de los candidatos ahora olvidados.
Las razones son fáciles de detectar cuando uno observa las cosas desde la distancia.En primer lugar, es una candidata impuesta por uno de los partidos sin que previamente haya habido ningún proceso de consulta en el sector, lo cual genera natural animadversión en el campo de RN, muchos de cuyos candidatos al Parlamento no han querido saber nada de ella.
En segundo lugar, es una personalidad que se ha hecho antipática para una buena mayoría de los chilenos, debido a su carácter impulsivo, rabioso y moralista.
Todos fuimos testigos de sus destempladas declaraciones durante el proceso de Pinochet en Londres, cuando la vimos pidiendo a gritos el boicot a las embajadas de España e Inglaterra, o después, insultando a un periodista en Antofagasta, o repartiendo garabatos de grueso calibre al Presidente del Partido Socialista, Osvaldo Andrade, o a la Diputada Independiente Marta Isasi en Iquique, o al Consejal Sergio Fuentes, en Coquimbo.
Se hace difícil imaginarse que una persona que “huevonea” a diestra y siniestra pueda llegar a ser algún día Presidenta de la República.
En tercer lugar, es una persona claramente poco coherente e insensata, como puede advertirse fácilmente en una página de Publimetro, en la que se enumeran 42 inconsistencias de las que todos hemos sido testigos por afirmaciones suyas difundidas a través de la prensa.
Como si esto fuera poco, se le ha recordado el Piñeragate, que posteriormente a su confesión pública en la que reconoció su plena responsabilidad en los hechos, dio lugar a su renuncia como pre-candidata presidencial que terminó finalmente con su alejamiento de RN y su enrolamiento en la UDI.
¿Podría entonces pensarse en una peor candidata que ésta para representar a la derecha? Por supuesto que no, y ello ha quedado demostrado desde el primer momento en que ha asumido su rol.
Independientemente de que sus denuncias sean procedentes o no, el último “affaire” Parisi no ha hecho otra cosa que volver a mostrarla con su peor rostro, el de la antipática jueza agresiva e inexorable, la que decide sobre el bien y el mal, la que se eleva por encima de este mundo y descuelga su espada condenatoria sobre las cabezas de los indecentes pecadores.
Lo mismo sus declaraciones desafortunadas sobre el programa de Bachelet. ¿Y a quién podría ocurrírsele algo peor para su postulación que afirmar que la candidata de la oposición defiende a los encapuchados porque los parlamentarios que la apoyan no aprobaron la ley Hinzpeter?La odiosidad nunca ha dado buenos dividendos electorales en Chile.
Es decir, además de haber sido pésimamente elegida, está haciendo todo por perder votos, en lugar de ganarlos. Y es que los partidos políticos son como el alacrán, cuando comienzan a declinar sin posibilidad de retorno, ellos mismos se encargan de elegir el aguijón que perpetrará su suicidio. Entran en la lógica de una retórica en la que ni ellos mismos creen, preparan cuidadosamente su derrota y se la sirven en bandeja a sus adversarios.
Para eso ha sido elegida Evelyn Matthei. Ahora solo resta esperar que por fin llegue “el día después”, en el que desearíamos que la derecha se dé de una buena vez su palmada en la frente y se reconstruya sobre bases republicanas y más a tono con los tiempos que corren en Chile y en el mundo.
El camino del pinochetismo, de la soberbia, de la pesadez, de la indiferencia y de la hipocresía, está cerrado.