Esta semana fuimos testigos de un simbólico avance en materia de respeto a la diversidad, al tiempo que un hecho brutal de intolerancia nos recordaba cuánto nos falta por avanzar.
Las condenas aplicadas a los imputados por el asesinato de Daniel Zamudio sacian sólo en parte nuestra hambre y sed de justicia, en un país donde la impunidad es percibida como un privilegio no ocasional de muchos, ver que al menos en este caso haya culpables que sean condenados re-enciende la esperanza. En tanto que la golpiza a Wladimir Sepúlveda, al parecer por las mismas causas, nos vuelve a la realidad cotidiana, esa que cela con odio y violencia a lo distinto.
Nuestra lucha por la justicia y por la valoración de la diferencia no debiera ser objeto de apropiación ideológica, es sin duda un desafío país.Ayer se asesinó por razones políticas, hoy se asesina por temor/odio/ignorancia a la diversidad sexual, y en el mundo siguen siendo asesinados hombres y mujeres por razones religiosas y étnicas. No somos inmunes a eso.
Y pese a que debemos avanzar en materia de tolerancia, hay que entender que ese es sólo un paso en un objetivo más complejo- la mera tolerancia- en que la indiferencia está a un paso, por lo que habrá que avanzar en el sentido del respeto real, reconocer al otro “distinto” no sólo como tal, sino como un otro “legítimo”, cuyas diferencias enriquecen el espacio de lo compartido, no lo amenazan.
Lo anterior es válido para las llamadas minorías sexuales, pero en absoluto es un asunto que se reduzca a ellas, el desafío de la valoración de la diversidad es cotidiano, lo vemos en la política, en la religión, en relación con las etnias originarias y con los inmigrantes.
Daniel Zamudio y Wladimir Sepúlveda son el rostro ensangrentado de la intolerancia que subyace bajo nuestra modernidad, debemos enfrentarla con decisión, pero para eso hay que comprender que sus tragedias son también las nuestras, nosotros podríamos haber sido ellos, pues la violencia intolerante usa esta vez la excusa de la diferencia sexual, pero nos acecha en las diferencias políticas, religiosas o éticas.
La ley antidiscriminación fue un avance, la condena a los asesinos de Daniel Zamudio, también.
Pero no son suficientes si no aprendemos como sociedad que estos crímenes nos recuerdan lo peor de lo nuestro, y eso sigue latente entre nosotros en tanto no seamos capaces de valorarnos en la diferencia y no construyamos un proyecto colectivo que valore la diversidad y que en una verdadera comunidad de iguales, todos podemos ser distintos.