Durante estos días se inició el período de propaganda electoral en que la ciudadanía tiene más acceso a conocer las distintas alternativas que presentan los partidos políticos en sus plantillas parlamentarias y para Consejeros y Consejeras Regionales. Cuál no sería mi sorpresa de ver aún pocas mujeres entre dichos nombres.
Lamentablemente la presencia de Michelle Bachelet, Evelyn Matthei y Roxana Miranda no responde a una necesidad de la clase política de revertir una de las desigualdades más profundas de nuestro país como es la asimetría de poder existente entre hombres y mujeres y que se expresa por ejemplo en los magros números de presencia femenina en el trabajo remunerado o en los espacios públicos y privados de toma de decisiones.
Cuando las bases de las democracias contemporáneas se encuentran en tela de juicio por sus dificultades para representar la diversidad existente en la ciudadanía, de responder a intereses y demandas y de abrir espacios de poder para aquellos grupos sociales que se han visto imposibilitados de hacerlo en la práctica, es cuando la presencia de las mujeres resulta aún más pertinente.
Primero, las mujeres representamos la mitad de la población local, del electorado y también somos parte importante de los partidos políticos que no están brindando y promoviendo los espacios necesarios.En síntesis, somos la mitad de la ciudadanía que no estaría siendo considerada para la toma de decisiones respecto a los asuntos importantes del país.
Además, las mujeres compartimos necesidades e intereses específicos que no están siendo representados.No somos de naturaleza distinta a los varones, pero qué duda cabe que estamos abocadas por designio cultural a tareas específicas ligadas al cuidado de la familia y a las tareas domésticas, incluso para aquellas que conforman la fuerza laboral remunerada.
Poseemos experiencias, intereses y valores que nos resultan comunes, producto de una socialización determinada, y de desempeñar unos roles sociales subordinados que se traducen en trabajo gratuito al interior de los hogares, sin horario (parece que no se acaba nunca) y sin valoración social.Si de explotación económica se trata, las mujeres tenemos bastante que decir a lo largo de la historia.
Desde niñas somos educadas en este modelo de madre esposa y cuidadora de otros (as), incluso para quienes se han incorporado al mercado laboral.Basta echar un vistazo a cualquier tienda de juguetes en la ciudad, a los cuentos infantiles, a la publicidad de productos de limpieza en que algún científico de bata blanca se dirige en exclusiva a las mujeres para convencerlas de los méritos de su producto, etc.
Se nos educa para postergar nuestras propias necesidades en favor de la familia a través de la ideología del amor que se llega a convertir en una verdadera trampa para la explotación.
Esto, sin cuestionamientos de ningún tipo, como si fuera parte de nuestra naturaleza, como una verdadera marca de nacimiento. Aún quienes cuentan con los recursos económicos para contratar a una asesora del hogar tiene la posibilidad de liberarse sólo en cierta medida de las tareas que le fueron asignadas culturalmente, para lo cual contrata a otra mujer para que se haga cargo de ellas.
Ese “algo” nos refuerza durante toda la vida que hombres y mujeres somos diferentes por naturaleza, como estrategia para evitar que se modifique la tradición de separar el mundo en dos: uno masculino jerárquicamente superior, más valorado socialmente que lo femenino.
A modo de ejemplo en materia de políticas públicas, la accesibilidad a un hospital por medio de transporte público cobra mayor sentido para las mujeres que para los hombres.
La razón es que son ellas quienes tienen menor acceso a vehículo particular y porque son las mujeres quienes se preocupan de llevar a sus familiares a centros de salud cuando algún familiar está enfermo (a) o cuando debe realizar controles de rutina. Intereses y necesidades de este tipo pudieran ser mejor gestionados por otras mujeres que ocupen cargos de representación popular.
Pero a lo anterior cabe añadir la necesidad que dichas mujeres que accedan a cargos de elección popular o a cargos de confianza tengan conciencia de género, que les permita identificar la asimetría de poder antes descrita entre hombres y mujeres. Y que entre sus propuestas no sólo busquen satisfacer las necesidades básicas de las mujeres vinculadas a la satisfacción de necesidades básicas (vivienda, salud educación, etc.), sino que desde el espacio de poder que ocupen hagan esfuerzos por modificar la desigual distribución de recursos que caracteriza a nuestro género respecto a los varones.
Resulta además paradójico que a pesar del innegable liderazgo de la ex Presidenta Michelle Bachelet probablemente la próxima Presidenta de Chile, caracterizado por relevar el aporte de las mujeres cuando fue Mandataria, no haya servido como insumo aunque sólo como estrategia electoral para que los hombres que lideran los partidos políticos hayan promovido una masiva presencia de más mujeres como candidatas para estas próximas elecciones.
Ahora bien, si intentamos explicar porqué a pesar de tanta evidencia que señala la necesidad de que más mujeres se incorporen a la actividad política, los partidos políticos llevan aún pocas mujeres en sus listas, es bastante simple.
Brindar espacios a más mujeres trae consigo que determinados hombres con nombre y apellido en cada una de estas colectividades queden sin esos espacios que creen propios.
Sin duda, ceder el poder cuesta, especialmente cuando se está en política no por un bien colectivo sino para privilegiar intereses personales.