Todo el mundo sabe que los candidatos presidenciales se sienten obligados a ofrecer beneficios de diverso tipo a los electores si desean tener alguna posibilidad en las urnas. Es parte de la dinámica de la competencia por los votos. En el caso hipotético de que un candidato no ofreciera nada tangible, lo más probable es que obtendría pésimos resultados.
La campaña actual sólo está confirmando esa tradición.Ningún postulante está dispuesto a quedarse atrás en materia de reconocimiento de derechos.Y como, mal que mal, el país cuenta con ahorros gracias a las políticas contracíclicas aplicadas por los gobiernos de Lagos y Bachelet, abundan las propuestas de incremento del gasto público.Como esta vez compiten 9 candidatos, es más intenso el empeño por superar a los rivales en materia de ofrecimientos.
Naturalmente, no son iguales las promesas de los postulantes que no tienen ninguna posibilidad de triunfar (nadie les va a cobrar la palabra), que las promesas de quienes sí pueden llegar a La Moneda.
Estos no pueden permitirse demasiadas licencias, tienen que sacar bien las cuentas, establecer prioridades y, en la medida de lo posible, esquivar la tentación populista. A ellos sí les pueden cobrar la palabra, y por lo tanto es riesgoso que pierdan el sentido de las proporciones.
De todas maneras, la ansiedad por ganar puede hacer a un lado las inhibiciones.Fue lo que pasó en la elección de 2009, cuando Sebastián Piñera ofreció el famoso Bono marzo a todas las familias del estrato bajo. Era una oferta que se resumía más o menos así: “si usted vota por mí en diciembre, en tres meses más tendrá platita en el bolsillo”.No era propiamente cohecho, pero sí una forma de comprar votos a la luz del día.
Los estudios que se hicieron en aquellos días revelaron que la oferta de Piñera causó enorme impacto en los sectores populares. Tanto fue así que Eduardo Frei se vio obligado a ofrecer también un bono, aunque por una cifra menor y aclarando que era una ayuda para los gastos escolares. Piñera ganó la elección y su gobierno entregó el Bono marzo. Hizo un buen negocio mediante el uso de un recurso muy dudoso. Y el bono inició su camino hacia la institucionalización.
En las luchas políticas no hay espacio para la ingenuidad, pero eso no significa dejar vía libre a la liviandad. Los líderes y las fuerzas políticas deben respetar a los ciudadanos y no creer que es suficiente mostrarles billetes para hacerlos saltar.
El país necesita avanzar en el terreno de la cohesión social, y eso supone políticas públicas bien diseñadas que alienten a la vez la prosperidad y la solidaridad. Es preferible no fomentar la ilusión de que el gobernante tendrá poderes casi sobrenaturales para resolver todos los problemas.
La democracia reconoce derechos, pero también impone deberes.Ningún candidato lo dice, pero los países tienen que trabajar duro para progresar sobre bases firmes.El Estado no es una especie de mecenas que puede satisfacer todas las necesidades.La economía debe crecer para que el gasto social pueda hacer lo mismo.
Lo único que sirve frente al exceso de promesas electorales es la actitud alerta de los ciudadanos, su juicio crítico sobre los candidatos y sus programas, su voluntad de no dejarse embaucar.
La sorpresa en esta campaña ha sido un ofrecimiento que no ofrece beneficios a los chilenos, sino más bien emociones fuertes.Se trata de la propuesta supuestamente progresista de entregar una salida al mar con soberanía a Bolivia, levantada por Marcel Claude. Dice que llamaría a un plebiscito para que los ciudadanos se pronuncien sobre la entrega de una franja del territorio nacional. ¡Vaya plebiscito! Sería sin duda muy agitado.
¿Cómo se entiende que Claude diga “me siento profundamente chileno, como también me siento profundamente boliviano, peruano, venezolano”, y que al mismo tiempo quiera ser Presidente de la República de Chile?
La impresión que deja Claude es que está cumpliendo un compromiso político. No es casual que ello ocurra en el mismo momento en que el gobierno boliviano intenta obtener una resolución favorable a su demanda marítima en la Corte de La Haya.
En realidad, los entusiastas del mar para Bolivia entienden que así solidarizan con al gobierno de Evo Morales, quien gobierna desde hace 7 años y prepara otra reelección.¿Sería igual si en Bolivia hubiera una dictadura militar o un gobierno de derecha? Seguro que no. Mar para Morales, es más exacto.
Como vemos, algunos creen que en democracia el papel aguanta todo, que los electores son manipulables, que se puede ofrecer cualquier cosa sin mayor preocupación por las consecuencias.
Por todo eso, necesitamos que la sociedad aprenda a distinguir entre los políticos responsables y los otros.