En la misma y precisa semana que en el país se conmemoraba la muerte del Presidente Allende y el golpe de estado con que se derrumbó la democracia hace 40 años, recordando con toda su enorme dureza la tragedia nacional que se inicio el 11 de setiembre de 1973, en el Congreso Nacional se aprobó el voto de los chilenos en el exterior y la reforma constitucional que elimina el número de diputados establecidos en la Constitución Política del Estado, dándose comienzo a una nueva etapa en la larga lucha por el termino del sistema electoral binominal.
En ambos casos, se llegó al número de votos requerido por los elevados quórum que se exigen por la institucionalidad vigente, con el apoyo del bloque “nueva mayoría” y una parte del actual oficialismo.
En especial, en el caso del reemplazo del sistema binominal, las bancadas de oposición para conseguir el número de votos necesarios para la aprobación del Senado, concordaron con el Partido Renovación Nacional una base de acuerdo que establece distritos de 6, 4 y 2 parlamentarios y en las circunscripciones senatoriales de 4 miembros en las tres cuartas partes de las mismas.
De esa manera, se lograron 25 de 38 votos posibles, siendo el número 23 el mínimo requerido para su aprobación.
Hay quienes han sugerido la idea que se debe desechar el entendimiento del bloque “nueva mayoría” con RN por insatisfactorio y esperar el resultado de las elecciones de noviembre, ya que el posible resultado de tales comicios sería generoso y abriría paso a los cambios deseados.
Eso significa, para estos cálculos, un vaticinio altamente optimista, o sea, doblaje para la “nueva mayoría” en cuatro de las diez elecciones senatoriales que se avecinan. Se trata de un triunfalismo desbordante que ojalá se diera, pero que no debe hacer olvidar la realidad en que se inserta el próximo escrutinio, con un nuevo ejercicio de la soberanía popular.
En el país hay una franja significativa de personas con desencanto y frustración. Creo que lo peor es alimentar en ellas falsas expectativas. Por eso, apoyé la idea y esta posibilidad de cambio que mañana simplemente puede quedar como un buen propósito, pero no como una realidad.
Mas aún, resulta evidente que en el caso de RN, hay quienes están cansados de un sistema electoral que beneficia enormemente a la UDI, asfixiándoles en una disminuida representación, sobretodo en diputados, a tal punto que la propia administración Piñera fue condicionada decisivamente por la aplastante fortaleza UDI en el ámbito legislativo.
Pensar que es mejor el inmovilismo al intento de avanzar resulta ser una posición conservadora, que difícilmente puede entenderse en quienes definen su actitud como de “izquierda consecuente”.
Señalar que es mejor seguir donde mismo y negarse a un avance, aunque sea limitado, pero de indudable proyección política viene a ser una posición inentendible, dado que han sido las fuerzas hoy en la oposición las que han bregado y exigido los cambios en la dirección que se ha logrado.
En lo personal no podría explicar que he preferido estar junto a la UDI que con las bancadas de oposición, con la pretensión de permanecer “incontaminado” ante eventuales acuerdos “espurios”.
El valor de la política democrática es actuar con una finalidad de país y no de fuga individual cuando la situación parece complicarse.
El valor de la política democrática nos convoca a asumir una responsabilidad con el proyecto común, con los objetivos compartidos, con sus riesgos y seguridades, con el peso y la coherencia que ser parte de un propósito solidario obliga y sin caer en la conducta de aquel que se da el gusto que quiere pero que no responde por nadie.